Revista Internacional de Educación y Análisis Social Crítico Mañé, Ferrer & Swartz.
ISSN: 2990-0476
Vol. 3 Núm. 2 (2025)
Kim Ji-Young, nacida en 1982: “El género como categoría social dentro del aula”
Kim Ji-Young, born in 1982: “Gender as a social category within the classroom”
Kim Ji-Young, nascida em 1982: “O género como categoria social na sala de aula”
Marta de la Torre Cano
Universidad de Málaga
https://orcid.org/0009-0004-9671-3642
martita_774@hotmail.com
Kim Ji-young, nacida en 1982, es una novela escrita por Cho Nam-Joo que se ha convertido en un éxito rotundo tanto en su país de origen, Corea del Sur, como en el extranjero (ha sido traducida a más de 10 idiomas). En comparación con otros bestsellers, su sinopsis parece “simple” y decepcionará a quién busque en sus páginas acción, misterio o fantasía. En sus páginas encontraremos una vida “común”, sin aparentemente altibajos ni nada reseñable. La protagonista no tiene poderes, no vive una historia de amor apasionada ni hace un descubrimiento asombroso que cambie el destino del mundo. Es un relato intimista y realista. ¿Por qué, entonces, la historia de la vida cotidiana de una mujer surcoreana ha dado la vuelta al mundo? Porque no se trata de la historia de una mujer: es la historia de muchas.
Palabras clave: Antropología, Corea del Sur, educación, género, feminismo, mujer, mujer y desarrollo, orientación pedagógica, psicología, sociología crítica.
Abstract
Kim Ji-young, born in 1982, is a novel by Cho Nam-Joo that has become a resounding success both in her native South Korea and abroad (it has been translated into more than 10 languages). Compared to other bestsellers, its synopsis seems "simple" and will disappoint those looking for action, mystery, or fantasy. Within its pages, we find an "ordinary" life, seemingly without any major ups and downs or anything noteworthy. The protagonist has no superpowers, doesn't experience a passionate love story, and doesn't make an astonishing discovery that changes the fate of the world. It is an intimate and realistic tale. Why, then, has the story of a South Korean woman's everyday life resonated around the world? Because it is not the story of one woman: it is the story of many.
Keywords: Anthropology, South Korea, education, gender, feminism, women, women and development, pedagogical guidance, psychology, critical sociology.
Resumo
Kim Ji-young, nascida em 1982, é um romance de Cho Nam-Joo que se tornou um sucesso estrondoso tanto na Coreia do Sul como no estrangeiro (foi traduzido para mais de 10 línguas). Comparativamente a outros best-sellers, a sua sinopse parece "simples" e pode desiludir quem procura ação, mistério ou fantasia. Nas suas páginas, encontramos uma vida "comum", aparentemente sem grandes altos e baixos ou qualquer coisa de notável. A protagonista não tem superpoderes, não vive uma história de amor apaixonada e não faz uma descoberta surpreendente que mude o destino do mundo. É um conto íntimo e realista. Por que razão, então, a história do quotidiano de uma mulher sul-coreana ressoou pelo mundo? Porque não é a história de uma mulher só: é a história de muitas.
Palavras-chave: Antropologia, Coreia do Sul, educação, género, feminismo, mulheres, mulheres e desenvolvimento, orientação pedagógica, psicologia, sociologia crítica.
Introducción
Kim Ji-Young tiene 33 años, casada, ama de casa y madre de una hija. Un día, Kim empieza a comportarse y hablar de un modo extraño, como si estuviera “poseída” por otras personas. Esto preocupa a su marido y familiares: ¿Está realmente poseída? ¿Sufre de un brote psicótico? ¿Por qué habla y se comporta como si fuese su madre/su hermana…? La autora no da una razón clara, pero invita a las lectoras a que saquen sus propias conclusiones a través de la biografía de la protagonista.
Vemos la vida de Kim desde su nacimiento, pasando por la vida en familia, la escuela, las amistades, la universidad, el trabajo, el matrimonio, la maternidad… Mostrándonos como en todas y cada una de esas esferas, sin excepción, se ha visto afectada por el sexismo y la misoginia.
En este libro vamos a ver de forma constante, a veces de forma más directa y, otras veces, de formas más sutiles, como tanto en la educación, la familia y la sociedad donde se mueve Kim, su condición de mujer, la hace vivir situaciones desagradables e injustas. Es remarcable que muchas de las situaciones de las que vive no son actos de violencia extrema: son comportamientos en apariencia inocuos, algunos incluso pueden disfrazarse de gestos amables, pero que se fundamentan en la misma misoginia que los actos más extremos.
Estos comportamientos son lo que conocemos como “microagresiones”. El término micro nos engaña, nos lleva a pensar, inconscientemente, que son cosas de menor importancia, pero sería un error dejarse llevar por esa primera asociación. A pesar de que existen indicios de que las microagresiones forman parte del espectro de agresividad (Williams, 2021), su frecuencia y extensión en la vida cotidiana es tal, que tendemos a darlas por sentado, sin llegar a considerarlas agresivas o siquiera notarlas. Y no se queda ahí: las microagresiones son un estresor que afecta al bienestar psicológico de quienes lo sufren y favorece la internalización de la misoginia (Cherry & Wilcox, 2020). De lo micro a lo macro: son engranajes en los mecanismos de normalización de la opresión y violencia hacia la mujer.
Breve contextualización de la sociedad surcoreana.
“A menudo pienso que Kim Ji-young podría ser alguien de mi alrededor,
alguien que vive en algún lugar cercano. Y es que todas -mis amigas, mis
colegas e incluso yo misma- nos parecemos a Kim Ji-young. Confieso que
mientras escribía esta novela me mortificaba la situación del personaje y me
compadecía de ella. Pero sé muy bien que la forma en que fue criada y el
ambiente en que creció no le permitieron vivir de otra manera. Mi vida no es
muy diferente de la suya.”
- Epílogo de Kim Ji-Young, nacida en 1982 por Cho Nam-Joo (2016).
La intencionalidad de Cho Nam-Joo de convertir su obra en un espejo de la sociedad surcoreana es evidente: su protagonista tiene el nombre femenino y el apellido más común de Corea del Sur. A pesar del prodigioso desarrollo económico y tecnológico del país, las mujeres surcoreanas aún se enfrentan a la discriminación y violencia sexista. En 2018, el 8% de las mujeres entre los 15 y 49 años informaron haber sufrido violencia física y/o sexual ejercida por parte de una pareja sentimental actual o anterior en los 12 meses previos (Country Fact Sheet | UN Women Data Hub, s. f.). Las mujeres y niñas de más de 10 años invierten un 12,4% más de su tiempo en trabajo doméstico y cuidados no remunerados, comparado con el 3,6% de los hombres. Es también uno de los países desarrollados con mayor brecha salarial entre hombres y mujeres (Gender Equality and Work, 2024) y pocas mujeres llegan a puestos de poder en las empresas (OECD, 2017). La participación de la mujer en la vida laboral decrece significativamente tras el matrimonio y tener descendencia. Si, tras la independencia de los/as hijos/as quieren reincorporarse al mercado laboral, lo tienen difícil, y normalmente, si consiguen acceder, es a través de trabajos mal remunerados, precarios y/o parciales (Kang et al., 2024).
Pero el techo de cristal no es a lo único a lo que se enfrentan las mujeres surcoreanas en el ámbito laboral: las que se quedan en el puesto de trabajo, ya sea porque deciden no casarse y/o no tener descendencia o porque han conseguido superar de alguna manera la incompatibilidad trabajo-maternidad, se encuentran con otras formas de violencia a tener encuentra: la naturalización del acoso sexual en el trabajo, que ha aumentado en los últimos años. Una reciente encuesta de la organización surcoreana por los derechos laborales Workplace Gapjil 119 revela que un 15.1% de trabajadores han sufrido acoso sexual en el trabajo, elevándose esa cifra a 19.7% cuando nos centramos solo en mujeres (Hyun-Bin, 2024).
En el año de publicación del libro tuvo lugar el infame crimen de la Estación Gangnam, donde un hombre asesinó a una mujer que no conocía para luego afirmar que lo había hecho por el odio que sentía hacia las mujeres (Korea JoongAng Daily, 2016), obligando tanto a medios como a políticos a reconocer la existencia de un problema notorio de misoginia en la sociedad surcoreana. ¿Cómo se había llegado hasta ahí? Sin menospreciar la cantidad de factores que median en la exacerbación de la misoginia en Corea del Sur, el libro refleja varios factores claves, que han sido también analizados por estudios sociales y de género:
- Patriarcado: la estructura patriarcal en Corea del Sur tiene sus raíces en la doctrina confucionista, que tradicionalmente ha sido la corriente religiosa predominante del país y que delega a la mujer a un papel sumiso respecto al hombre (creo que no es necesario comentar su similitud con las religiones del libro). Esto se ve reflejado en la familia de Kim en distintos puntos de la novela. Las expectativas sociales para las mujeres surcoreanas son el matrimonio (por supuesto, heterosexual; el matrimonio homosexual no está reconocido en Corea del Sur), tener hijos y que se encargue de las tareas de cuidado del hogar y la crianza de la descendencia. Otros factores importantes son la alta presión estética a la que son sometidas las mujeres surcoreanas y los problemas relativos a la conducta alimentaria (Ya-Ke, 2020) (aunque el libro no menciona estos dos factores explícitamente, deja caer que una de las razones por lo que Kim está emocionada por empezar su vida universitaria es, que según su hermana, “adelgazará”).
- Desbalance poblacional entre el número de hombres y mujeres. Kim nace a principios de la década de los 80. Durante esa década y la siguiente, los abortos selectivos por sexo del bebé fueron tan comunes (lo menciona la propia novela) que desequilibró la proporción entre hombres y mujeres en la población (Chun & das Gupta, 2009).
- Políticas neoliberales y un sistema de educación/acceso al trabajo hipercompetitivos (Jung, 2024) Trabajo precario, falta de redes de apoyo social, dificultades para acceder a la vivienda, descenso en el número de matrimonios y en la tasa de natalidad… Estas situaciones sociales tienen un impacto negativo tanto en hombres como en mujeres, pero el malestar se expresa y se sufre de distinta manera. En el caso de los hombres, el descontento por no poder cumplir las expectativas sociales masculinas ha creado el caldo de cultivo perfecto para que toda esa frustración se canalice en culpabilización a las mujeres (Kim, 2025). Tras los datos que he comentado sobre la desigualdad de la mujer surcoreana, lo que viene a continuación puede parecer una broma de pésimo gusto: una no desdeñable cantidad de hombres surcoreanos de edades entre 20 y 40 años piensan que son ellos las verdaderas víctimas del sistema y encuentran justificable la existencia de una jerarquía que favorezca al género masculino (Lee, 2025). El uso de neologismos denigrantes para las mujeres, frecuentes en redes sociales, aparece un par de veces en el libro: “madre parásita” para las amas de casa que cuidan del hogar y no tienen trabajo remunerado o “chica doenjang”, para mujeres que dependen económicamente de sus padres o esposos. Incluso las mujeres que, aparentemente, están cumpliendo las “tradiciones” son castigadas severamente.
A diferencia de los feminismos occidentales, que tienden a buscar una sororidad internacional, las corrientes feministas surcoreanas se distinguen por su estrecha relación con el nacionalismo (Hee-Kang, 2009). De entre los movimientos feministas que han trascendido a través de las redes a otros países y colectivos (como las mujeres de color), destaca en los últimos años el Movimiento 4B. Se enmarca dentro del feminismo radical y tiene una fuerte intención aislacionista. 4B se traduce como “4 noes”: no salir con hombres, no casarse con hombres, no tener sexo con hombres y no tener hijos con hombres. A pesar de sus controversias, es indicativo del creciente malestar en las mujeres surcoreanas, que expresan el profundo hastío que sienten hacia la hostilidad masculina y la violencia del sistema patriarcal (Lee & Jeong, 2021). Ante las expectativas sociales puestas en ellas, la respuesta de la mujer surcoreana es clara: no.
La familia: tradición, costumbres y jerarquía
“[...], Kim Ji-young entendió lo irracional que era el sistema de familia
patriarcal. Claro está, había también gente que defendía que, abolido ese
sistema, las personas serían como animales que no reconocen ni a sus padres
ni a sus hermanos y que en el país reinaría la inmoralidad.”
Kim es la mediana de tres hermanos/as. Su hogar lo conforman su padre, su abuela paterna (que fallece cuando Kim es niña), su madre y su hermana mayor y su hermano menor. La estructura de la familia es nuclear, siguiendo el modelo estadounidense de padres e hijos, pero sigue teniendo rastros de familia tradicional propia de los países del este asiático que incluye a la familia extensa (en este caso, la abuela).
La novela empieza con uno de los primeros recuerdos de Kim: su afición a tomar la leche en polvo de su hermano pequeño cuando era muy pequeña, un placer infantil poco más que anecdótico si no fuera porque le enseña una “importante” lección desde muy joven por parte de su propia abuela. Y es que la abuela no aprueba ese comportamiento, pero no porque crea que pueda sentarle mal a Kim o porque condene su glotonería. La falta de Kim, según su abuela, es que “se atreviera a codiciar lo que pertenecía a su nieto varón”.
En pocas páginas, la jerarquía dentro del hogar queda claramente retratada, a través de ese y otros sucesos cotidianos que Kim nos narra. El orden en el que se sirven las comidas (padre, hijos varones, abuelos, madre e hijas), nos señala una familia esencialmente patriarcal, donde el padre es el centro de la familia, los hijos son los deseados herederos, los abuelos (si siguen con vida) son apreciados por su experiencia, y las madres e hijas son valoradas en cuanto traen honor a la familia, ya sea en forma de mostrar decoro (vestir “decentemente”), “servicialidad” (la madre de Kim y sus hijas se encargan de todas las tareas del hogar) o por haber conseguido un buen matrimonio y tener hijos varones. La abuela de Kim se muestra especialmente orgullosa de que sus cuatro hijos fueran todos hombres. No puede decir lo mismo la madre de Kim, que pidió disculpas llorando a su familia cuando se dió a luz a sus dos hijas mayores. Cuando está embarazada por tercera vez y los médicos le revelan que va a ser una niña, la decepción del marido y de la suegra empujan a la madre de Kim a abortar.
La decisión de la madre de Kim no puede considerarse libre. En un perverso uso de los derechos reproductivos de la mujer, se usa en su contra para perpetuar la idea de que tener varias hijas es indeseable. El mismo libro arroja luz sobre esto proporcionando información sobre la situación: Hacía ya diez años que habían sido legalizados los abortos quirúrgicos con fines médicos y, como si gestar una niña fuera una razón médica para recurrir a dicho método, las pruebas para determinar el sexo del feto y los abortos selectivos de niñas eran prácticas generalizadas; Esta tendencia prevaleció durante los años ochenta y principios de la década siguiente, cuando el desequilibrio de género entre los recién nacidos alcanzó un punto récord: el porcentaje de bebés varones en terceros embarazos duplicaba la proporción de las niñas (Nam-Joo, 2016). Como apunta la autora, durante los años 80 en Corea del Sur se permitió el aborto por motivos médicos. Es escalofriante el hecho de que se pudiera llegar a considerar el sexo de un embrión como una tara genética.
Otra cuestión que se nos presenta en el libro es la del apellido familiar. A partir de 2008, en Corea del Sur los hijos e hijas no tienen por qué llevar el apellido paterno y se podrá elegir entre el paterno o el materno (la decisión se hace una vez). Según la novela, desde ese año, apenas se registran 200 familias con el apellido de la mujer. Como reflexiona una Kim ya adulta (que también acaba aceptando dar el apellido de su esposo a su descendencia): El mundo había cambiado muchísimo, pero las pequeñas reglas, los pactos y las costumbres seguían sin actualizarse. En conclusión, el mundo no había cambiado tanto.” En España, existe una situación similar, con la diferencia de que en nuestro país heredamos ambos apellidos, y la prioridad afecta al orden de los apellidos en beneficio del masculino. Desde 2017, se permite que los progenitores elijan el orden sin presentar documentación adicional (quitando la barrera del esfuerzo burocrático extra), pero, en 2022, sólo el 0.5% de los recién nacidos llevaban como primer apellido el materno (RTVE, 2022). Algunas de las
explicaciones ante esta baja cifra ofrecidas por el mismo artículo hacen eco de las palabras de Kim: “todos los casos que conozco siguen la inercia”, “hemos seguido la tradición”. La tradición, las costumbres, lo socialmente aceptable vuelve a ser lo que mueva la balanza a favor de la supremacía masculina, aunque no sepamos muy bien por qué. Simplemente, parece lo correcto, ¿no?
Siguiendo los valores tradicionales coreanos, se considera que es el padre de Kim quién realiza la aportación económica principal. El aporte de las mujeres se ve como un apoyo o ayuda, a pesar de que es la madre de Kim aporta una gran cantidad de su propio dinero para que el padre pueda montar un negocio y no son pocas las menciones en el libro a padres de familia vagos y algo irresponsables, pero, encantadores a su manera, que, gracias al apoyo implícito de su mujer, consiguen seguir adelante. ¿Por qué no admitir abiertamente que las mujeres también cumplen el papel de “cabeza de familia”? ¿Qué sentido tiene siquiera el concepto de “cabeza de familia”? ¿No debería ser la familia un equipo? Incluso cuando el poder familiar reside, ya sea de una forma u otra, en la mujer, la jerarquía masculina prevalece y se resiste a ser cuestionada.
La niña que en ese momento es Kim naturaliza todo esto. No se opone en un primer lugar. Lo acepta como algo natural, de igual manera que, desde que somos niñas, aceptamos otras injusticias en el mundo porque las consideramos inevitables e inherentes a la vida misma. Desde el momento en que nacemos, se nos moldea para que encajemos en nuestro lugar en la familia y en la sociedad. Estas circunstancias sociales impregnan nuestro día a día y se refuerzan a través de canales de socialización. Hemos visto que la familia es uno de estos agentes de socialización, pero no el único. La educación también tiene algo que aportar, como veremos a continuación.
La educación: El género como categoría en el aula
“—Quiero que me cambie de compañero. No quiero volver a sentarme
con él jamás.
La profesora le acarició los hombros como gesto de consuelo.
—Vaya, parece que no sabes algo que yo sí sé. A ese chico le gustas.
Ante esas palabras tan absurdas, dejó de llorar.
—Me odia. Si usted acaba de decir que sabe cómo me ha estado molestando.
La profesora se rio.
—Los chicos son así. Fastidian a las compañeras que les gustan”.
El término “género” es de estos conceptos que intuitivamente parecen fáciles de explicar, pero que esconden una complejidad que enseguida sale a la luz cuando se intenta concretar con palabras. Existe una tendencia a usar el término “género” para las características socioculturales y “sexo” para las biológicas; pero esta distinción es más fácil en la teoría que en la práctica. Para este apartado, voy a operar el término como constructo social. Así, el género sería una categoría, una representación social, y no simplemente lo “visible” de una base biológica subyacente (Butler, 1988).
¿Y por qué he elegido esta conceptualización del género? Porque, como recoge Judith Harris en su libro El mito de la educación (2002), las categorías sociales son elementos que influyen enormemente dentro del aula. Parafraseando a dicho libro, la mejor manera de hacer que salgan diferencias de rendimiento entre negros y blancos (a favor de los blancos) es colocar una pregunta al principio del test que pregunte: “¿raza?”. Lo mismo pasa si lo haces con hombres y mujeres. Si a una mujer o a una persona negra le haces consciente de su categoría social como “mujer” o “negro” tenderá a rendir peor en las pruebas matemáticas. Es lo que Claude Steele llama “la amenaza del estereotipo” (TED, 2023). Lo fuerte de esto es que ese estereotipo es auto-asignado. Es decir, no había expectativas externas que influyeran significativamente en los resultados de las pruebas. Las personas pertenecientes a minorías (minoría simbólica) lo habían interiorizado y se lo atribuían a sí mismas, no era necesario que nadie externo le recordase el contenido del estereotipo, sólo la categoría.
Por supuesto, los estereotipos no surgen de la nada… Estos determinantes sociales están presentes a muchos niveles, y modulan los canales de socialización más predominantes, como son la familia y la educación. Impregnan toda nuestra vida; es la manera de hacer las cosas. Cuando ese “hacer” se convierte en “ser” es cuando se produce la interiorización.
Estamos muy acostumbradas a pensar en la opresión como un poder que ejerce su presión/violencia/amenaza desde fuera, pero, siguiendo el pensamiento foucaultiano sobre los mecanismos de poder, esta fuerza opresora externa acabará siendo internalizada en el sujeto, que no sólo las acepta, si no que las asimila como parte de su identidad (Butler, 2001). En el caso del género como categoría social, esta interiorización puede no ser sólo simbólica: parece haber evidencia científica de que este fenómeno social afecta a los sistemas corticales e inhibitorios, modulando la conducta de las personas para evitar las consecuencias negativas de violar la norma y perpetuando a su vez la legitimación de dichos estereotipos (Rippon, 2023), ya que los estereotipos aúnan por una parte esos mecanismos de opresión con el sentimiento de pertenencia al grupo, creando un retorcido equilibrio entre los mecanismos de castigo/recompensa (nadie quiere ser excluido de su grupo de referencia, incluso cuando pertenecer a este grupo puede traer desventajas).
Kim y sus amigas han interiorizado ese estereotipo ya desde muy jóvenes. Notan las injusticias y tratan de subsanarlas (con más o menos éxito y con mucho mérito por su parte), pero no se plantean lo que hay subyacente. Veamos esto con la siguiente escena: Los turnos del comedor del colegio, al igual que ocurre en la familia, dan prioridad a los niños sobre las niñas. Es decir, los niños siempre comen antes que las niñas. Esto hace que las niñas tengan que darse prisa por comer, porque ya está acabando la hora (además, se añade la complejidad de que, dentro de esos grupos, van en subgrupo por orden alfabético de apellido). Las niñas se quejan y proponen que el orden alfabético se alterne cada mes, haciendo que los que tengan el apellido por el final coman los primeros. Los profesores aceptan a regañadientes y las niñas disfrutan esa pequeña victoria, pero, solo ven la injusticia en que los del apellido al final del alfabeto coman siempre los últimos. No proponen alternar entre chicos y chicas, o, directamente, mezclar ambos grupos y dejarse de esa segregación absurda. ¿Cómo lo van a proponer, si en su casa también es así?
El colegio al que va Kim refuerza en cada momento esa distinción entre hombres y mujeres. Hay constantes referencias a que las chicas son más “responsables” y los chicos “no pueden estarse quietos”, pero nadie cuestiona que el delegado siempre sea un chico (¡a pesar de no ser lo más responsables, aparentemente!) y las encargadas de la limpieza, chicas (lo de los delegados debía de ser una cosa especialmente cantosa, pues se añade a la narración una noticia que parece sorprender a todo quién la lee: ¡han aumentado el número de alumnas delegadas en los institutos!). Por supuesto, a las chicas se les pide decoro al vestir y comportarse, mientras que los chicos pueden jugar al balón y se espera de ellos que sean ruidosos e inquietos al jugar, mientras que en las chicas ese comportamiento se ve como una falta de respeto.
Aunque el libro no habla de este tema en concreto, otra forma de reforzar los estereotipos dentro del aula es a través de los libros de texto. No sé cómo serán los libros de texto surcoreanos, pero sí puedo comentar sobre el sesgo masculino en los de España. En la investigación de 2025 de Virginia Guichot-Reina y Ana María de la Torre-Sierra podemos ver que, en los libros de textos actuales españoles, el 66,41% de las personas mencionadas en los libros de lengua y el 88,30% en los libros de ciencias sociales son hombres. El porcentaje es similar a lo que respecta en representación gráfica. Tampoco los adjetivos que se usan para describir figuras masculinas o femeninas ayudan mucho: a las mujeres se les suele atribuir roles de apoyo o cuidado y una actitud pasiva, mientras que los hombres representan roles mucho más proactivos (De la Torre-Sierra & Guichot-Reina, 2022).
¿Y hacía dónde lleva esta educación? Bueno, pues aquí tendremos que recuperar algunos de los datos y experiencias que se han descrito en los puntos anteriores sobre la sociedad y la familia. La madre de Kim aconseja a su hija mayor (hermana de Kim) que estudie Pedagogía para ser maestra porque es un trabajo estable y compatible con ser madre.
La hermana mayor (no sin razón) se altera ante ese consejo y le devuelve la pregunta a la madre: ¿le daría el mismo consejo a su hijo varón? ¿Por qué debe ella elaborar todo su futuro alrededor de una opción (tener descendencia) que puede que no se llegue a dar? Además, la hermana mayor quiere estudiar algo relacionado con el tema de la televisión. La madre se arrepiente de haberle sugerido esa opción y le acaba diciendo que estudie lo que ella crea que la hará feliz profesionalmente. Pero se ha abierto esa fisura. La categoría de género ha vuelto a ser relevante. Cuando va a informarse sobre las carreras en la Universidad, acaba eligiendo Pedagogía. En principio, ha cambiado de opinión por elección propia. Pero hemos visto las condiciones laborales de las mujeres surcoreanas, su poca presencia en puestos de poder, su escasa participación en la representación política y cultural, la sútil promesa de que su destino es, algún día, ser “buena madre” y esposa. La educación, la familia y la sociedad han cumplido su función: no han llevado directamente a la hermana de Kim a su lugar, eso sería burdo, eso pasaba en la época de su madre y abuela, ¡ahora nadie te obliga! Pero entonces, ¿por qué digo que han cumplido su función? Porque han creado las circunstancias necesarias para que ella misma “elija” ese lugar que, casualmente, beneficia al sistema y legitima la posición inferior de la mujer en la jerarquía social. Se ha producido la interiorización de la categoría social.
¿Y ahora qué?
Disculpad que no conteste a la pregunta que da título a este apartado, pero sería ingenuo y algo arrogante de mi parte dar por supuesto que tengo la respuesta. En su lugar, sólo tengo más preguntas con las qué indagar, más cuestiones sobre las que reflexionar y motivos más que de sobra para tratar de estar a la altura de las circunstancias. Los derechos de la mujer tienen propiedades schrödingerianas: están y no están a la vez. Legalmente pueden tener los mismos derechos que los hombres, pero los engranajes del sistema actúan de una manera muy particular y sospechosa, y esa igualdad legal no se refleja con nitidez en la realidad. Siguiendo con los símiles de física, si la ideología subyacente al sistema no cambia, los mecanismos de opresión no desaparecen, sólo se transforman. El pensamiento crítico ayuda a darnos cuenta de esos mecanismos pero, y no estoy descubriendo nada nuevo con lo que voy a decir, como sabréis no es suficiente. Hay que saber traducir ese pensamiento crítico en un “hacer”, salir del mundo de las ideas para impactar en la realidad. Construir el cambio con la acción, en vez de esperar instrucciones.
Como no quiero acabar en un tono tan pesimista y considero que por ardua sea la lucha, vale la pena el esfuerzo, quiero dar un ejemplo de “hacer” que responde al ¿Y ahora qué? mejor de lo que yo podría hacerlo, y que nos demuestra que otra forma de hacer las cosas es, aunque a ratos difícil, posible. Estoy hablando de El Club de Malasmadres: "una comunidad de madres y mujeres que luchan por romper el mito de la madre perfecta y alcanzar una conciliación real" tal y como se describen ellas mismas en su página web (Club de Malasmadres - Comunidad Emocional 3.0 Para Malasmadres, 2025). Realizan talleres, charlas y podcasts, contestando, al igual que las mujeres surcoreanas, con un “no” a las expectativas sociales y, ya que el sistema no va a cambiar de la noche a la mañana, pero tampoco sería justo que ellas tuvieran que elegir entre ser madre o trabajadora (dilema poco frecuente en hombres), añaden a ese “no” un “lo haré a mí manera”. Se ponen en marcha y hacen su propio camino.
Referencias
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