Resignificando las vulnerabilidades de la escritura académica en mujeres[1]

Re-signifying the vulnerabilities of academic writing in women1

Ressignificando as vulnerabilidades da escrita académica nas mulheres1

 

Cecilia de la Cerda[2]

Departamento de Mediaciones y Subjetividades, Universidad de Playa Ancha, Chile

Investigadora Joven Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad-MIDAP ICS13_005

https://orcid.org/0000-0002-4145-8152

cecilia.delacerda@upla.cl

Yanina Gutiérrez Valdés

Departamento de Mediaciones y Subjetividades, Universidad de Playa Ancha, Chile

https://orcid.org/0000-0003-1441-096X

yanina.gutierrez@upla.cl

Pamela Romero Lizama

Departamento de Mediaciones y Subjetividades, Universidad de Playa Ancha, Chile

https://orcid.org/0000-0003-0191-128X

pamela.romero@upla.cl

Tabisa Verdejo

Departamento de Mediaciones y Subjetividades, Universidad de Playa Ancha, Chile

Doctorado en Educación y Comunicación Social, Universidad de Málaga, España

https://orcid.org/0000-0002-4736-3015

tabisa.verdejo@upla.cl

Claudia Carrasco-Aguilar

Departamento de Mediaciones y Subjetividades, Universidad de Playa Ancha, Chile

https://orcid.org/0000-0002-8768-2440

claudia.carrasco@upla.cl

 

 

Resumen

 

Este estudio revisa cómo las académicas enfrentan los efectos del capitalismo académico y las estructuras patriarcales, que les imponen presiones de productividad y competitividad, conduciendo a silenciamientos y autocensuras. El objetivo es explorar las experiencias narradas de mujeres académicas en torno a una escritura académica que se da en un contexto de altas presiones y capitalismo académico. La investigación sigue una metodología cualitativa basada en memory work, analizando experiencias personales y colectivas de cinco académicas en una universidad pública chilena. Se usó el kintsugi como metáfora para resignificar “fracturas” en narrativas, integrando vulnerabilidades y fortaleza. Los resultados se organizan en dos fases. La primera presenta fragmentos de experiencias de silenciamiento y autocensura. La segunda fase muestra una narrativa integrada que resignifica estos momentos como una red de apoyo mutuo y resistencia frente a las estructuras de poder en la academia. Las académicas participantes transforman sus experiencias de exclusión en conocimiento colectivo, revelando cómo las estructuras patriarcales y neoliberales imponen barreras, pero también destacando la capacidad de generar resistencia y apoyo. Este trabajo contribuye a visibilizar la escritura feminista y situada como una forma de resistencia frente a las normativas hegemónicas de la academia.

 

Palabras clave: feminismo, escritura, igualdad de género, universidad, resistencia a la opresión.

 

Abstract

 

This study reviews how female academics confront the effects of academic capitalism and patriarchal structures, which impose pressures of productivity and competitiveness, leading to silencing and self-censorship. The aim is to explore the narrated experiences of female academics regarding academic writing within a high-pressure and capitalist academic context. The research follows a qualitative methodology based on memory work, analyzing personal and collective experiences of five academics at a public university in Chile. Kintsugi is used as a metaphor to reframe “fractures” in narratives, integrating vulnerabilities and strength. The results are organized in two phases. The first presents fragments of experiences of silencing and self-censorship. The second phase shows an integrated narrative that reinterprets these moments as a network of mutual support and resistance against power structures in academia. The participating academics transform their experiences of exclusion into collective knowledge, revealing how patriarchal and neoliberal structures impose barriers while also highlighting the capacity to generate resistance and support. This work contributes to making feminist, situated writing visible as a form of resistance to the hegemonic norms of academia.

 

Keywords:  feminism, writing, gender equality, university, resistance to oppression.

 

Resumo

 

Este estudo revisa como as acadêmicas enfrentam os efeitos do capitalismo acadêmico e das estruturas patriarcais, que impõem pressões de produtividade e competitividade, levando ao silenciamento e à autocensura. O objetivo é explorar as experiências narradas de acadêmicas em relação à escrita acadêmica em um contexto de altas pressões e capitalismo acadêmico. A pesquisa segue uma metodologia qualitativa baseada no memory work, analisando experiências pessoais e coletivas de cinco acadêmicas em uma universidade pública no Chile. O kintsugi é usado como metáfora para ressignificar “fraturas” nas narrativas, integrando vulnerabilidades e força. Os resultados são organizados em duas fases. A primeira apresenta fragmentos de experiências de silenciamento e autocensura. A segunda fase mostra uma narrativa integrada que ressignifica esses momentos como uma rede de apoio mútuo e resistência frente às estruturas de poder na academia. As acadêmicas participantes transformam suas experiências de exclusão em conhecimento coletivo, revelando como as estruturas patriarcais e neoliberais impõem barreiras, mas também destacando a capacidade de gerar resistência e apoio. Este trabalho contribui para tornar visível a escrita feminista

 

Palavras-chave: feminismo, escrita, igualdade de gênero, universidade, resistência à opressão.

 

INTRODUCCIÓN

El siguiente artículo explora las experiencias narradas de mujeres académicas dentro del contexto del capitalismo académico y sus efectos en la escritura científica. A partir de sus vivencias personales y de un enfoque feminista, las autoras analizan cómo las presiones de productividad y competitividad, junto con las estructuras patriarcales, configuran un escenario de silenciamiento y autocensura. Este estudio se basa en la metodología de memory work y el simbolismo del kintsugi, buscando resignificar las “fracturas” académicas como oportunidades de resistencia y construcción colectiva de conocimiento en un entorno hostil.

Debates sobre la escritura académica en el capitalismo académico

El neoliberalismo ha transformado la academia reconfigurando el trabajo universitario bajo la lógica de la mercantilización, comercialización y privatización de las actuales condiciones de la praxis científica (Arboledas-Lérida, 2021). Sobre la base de diferentes reformas neoliberales, varios autores han mostrado el avance de la pérdida de sentido del trabajo académico que se ha visto sobre-demandado por excesivas tareas administrativas, investigaciones poco útiles y descontextualizadas, así como por la creciente exigencia de múltiples métricas de productividad (Gibb, 2024; Hostler, 2024; Pomares-Cintas & Álvarez-García, 2020; Rogošić, 2024). A este fenómeno se le ha llamado capitalismo académico, el que se define como la organización del trabajo en las universidades bajo principios de mercado, priorizando la productividad y la competitividad en la investigación (Hostler, 2024; Shore, 2024; Zhang et al., 2024). La cultura de la productividad llevaría a la deshumanización del ámbito académico (Gatto et al. 2024), lo que, en países del Sur Global, reproduce las jerarquías coloniales (Borsani, 2024). Así, el capitalismo académico transforma la enseñanza, las dinámicas laborales y la valoración del trabajo académico (Dolgaleva, 2024; Knipp, 2024; Montes et al. 2023), intensificando la competencia entre el profesorado (Zhang et al., 2024).

El capitalismo académico ha fomentado una escritura académica cuyo valor se mide más por su potencial de publicación que por su capacidad comunicativa, aunque las investigaciones sobre el tema han centrado su atención en las dificultades del estudiantado universitario más que en la escritura del profesorado (Coronado, 2021; Ortiz, 2011; Rossi-Peralta, 2023; Zárate, 2017). A este respecto, la percepción del profesorado universitario de la escritura académica de sus estudiantes suele ser negativa (Sagredo-Ortiz et al., 2023), pese a que la evidencia muestra que la escritura es una tarea compleja tanto para estudiantes como para sus profesores (Hernández & Marín, 2018). Es así como en un escenario en que la escritura se encuentra mercantilizada, ha proliferado el uso de la Inteligencia Artificial (IA) como ChatGPT, permitiendo mejorar aspectos de la escritura, pero también, planteando interrogantes sobre la originalidad, el uso ético y su efecto en el aprendizaje y desarrollo profesional (Baek et al., 2024; Li et al. 2024; Waltzer et al., 2024).

En el capitalismo académico, la escritura orientada al mercado se ha ido construyendo en torno a una determinada hegemonía. Las formas admitidas en la producción de textos científicos tienden a homogenizar la expresión y limitar la innovación discursiva (Parada, 2020), ocultando la propia voz de la autoría, lo que invisibiliza la interacción entre quien escribe y quien lee (Castelló et al., 2011). Sin embargo, algunos estudios han mostrado que las universidades aún ofrecen “espacios de esperanza” para resistir este modelo, lo que se manifiesta en aspectos como la interacción con el estudiantado, así como en acciones orientadas a repensar el rol de la universidad para recuperar su propósito crítico y social (Gibb, 2024; Hostler, 2024; dos Santos de Macedo et al., 2019; Rogošić, 2024). En esta misma línea, diferentes autores comparten un enfoque de colaboración para la escritura, revelando la importancia de las interacciones y la influencia de factores contextuales en el éxito de estos procesos (Shulgina et al., 2024; Peterson & Husu, 2023).

Mujeres en la academia: capitalismo académico contra-feminista

Un estudio liderado por Rawat et al. (2024) muestra que solo el 44.8% de los cargos de liderazgo en revistas científicas están ocupados por mujeres, evidenciando una persistente brecha de género que afecta su reconocimiento y desarrollo profesional en la academia. Las mujeres acceden a redes limitadas y mayores responsabilidades familiares, lo que se combina con una menor cantidad de citas en su carrera, frecuencia de publicaciones y autorías finales (Alkhatib et al., 2024; Sinclair & Clark, 2024; Wu, 2023). Además, las barreras estructurales y las prácticas institucionales académicas que afectan de manera diferenciada a las mujeres se intensifican en contextos de minorías étnicas y raciales (Alvero et al. 2024; Dahmen-Adkins & Peterson, 2021). Así, el neoliberalismo y las estructuras patriarcales afectan la vida de las mujeres en el ámbito académico, resaltando expectativas y presiones que moldean sus experiencias. Las académicas interiorizan las normas neoliberales y patriarcales, lo que lleva a una sobrecarga laboral y una tensión entre el deseo de pertenecer al mundo académico y la resistencia a sus dinámicas de poder (Jones & Floyd, 2023; Mackinlay, 2023).

Por su parte, la feminización de la gestión académica no necesariamente empodera a las mujeres, sino que las coloca en situaciones precarias en momentos de crisis organizacional, con un riesgo mayor de fracaso (Peterson, 2014), ya que muchas veces las mujeres experimentan dificultades para equilibrar las cargas administrativas y la investigación, lo que afecta negativamente su carrera académica (Peterson, 2015). Por todo ello, el capitalismo académico y las estructuras de género imponen desafíos como la desigualdad de género expresadas en barreras específicas en áreas dominadas por hombres, viéndose perjudicadas por el excesivo énfasis en la productividad y por los prejuicios que enfrentamos en las disciplinas de ciencia y tecnología (Araneda-Guirriman & Sepúlveda-Páez, 2021; Johnson & Taylor, 2019; Martínez-Labrín & Castelao-Huerta, 2023).

Las desigualdades de género en la academia están profundamente entrelazadas con otras estructuras de opresión, y el capitalismo académico exacerba estas disparidades. La carga adicional de tareas invisibles y la exclusión de ciertos grupos de la innovación académica perpetúan estas desigualdades, por lo que abordar y transformar estas problemáticas requiere una perspectiva interseccional y una resistencia colectiva (Mickey & Smith-Doerr, 2022; Sümer & Eslen-Ziya, 2022). Este es un desafío incluso para sociedades que han destacado en la experiencia internacional por su enfoque igualitario de género -como el caso de Noruega-, donde se aprecia un entorno de “ceguera de género” en las universidades (Thun, 2019).

El escenario global de desigualdad estructural se expresa en la escritura académica de las mujeres. Kociatkiewicz y Kostera (2023) exploran cómo escribir de manera diferente en la investigación académica, argumentando que el estilo es también una cuestión epistemológica. Con un enfoque feminista, critican las normas patriarcales que privilegian la coherencia sobre la complejidad, sosteniendo que un estilo alternativo permite representar de forma más fiel experiencias fragmentadas y desafiantes de la realidad. Sin embargo, Ma et al. (2023) muestran que muchos artículos con autoras principales femeninas tienen un impacto menor en comparación con los artículos escritos por hombres, lo cual está mediado por el estilo de escritura. Por ejemplo, los artículos de mujeres usan menos palabras positivas, lo que sugiere una menor confianza, afectando negativamente la recepción de sus investigaciones. Este contexto es descrito como un ambiente hostil y sexista, conocido como “clima frío en la academia” (Sharp & Messuri, 2023), y es expresión de formas de marginalización de las mujeres en la academia que han sido definidas como “aniquilación simbólica” de la escritura y producción académica de mujeres (Abdellatif et al., 2021).

De todos modos, lejos de asumir una derrota política, la escritura académica y la producción científica de las mujeres ha buscado formas de innovación y resistencia que subviertan los efectos sociales, políticos y educativos de estas expresiones de marginalización. Mediante un enfoque colaborativo de escritura y reflexión, Abdellatif et al. (2021) buscan subvertir las narrativas patriarcales dominantes, proponiendo una ética de cuidado que conecta las experiencias de marginación a través de una perspectiva colaborativa y reflexiva. En esta misma línea, Robinson y Del Rio (2023) exploran las vías de resistencia contra la violencia colonial en el ámbito académico a través de la justicia sanadora y el counterstorytelling, enfrentando narrativas coloniales que marginan a las comunidades racializadas. Por su parte, autoras como Van Hilten y Ruel (2022), y Ridgway et al. (2024), han utilizado la metodología del memory work para dar cuenta de formas de escritura feministas contraculturales. Van Hilten y Ruel (2022) la utilizaron para investigar las experiencias de mujeres mayores en la academia, las que están marcadas por exclusiones sistemáticas. Ridgway et al. (2024) emplean la técnica del kintsugi para mostrar que compartir vulnerabilidades en la investigación colaborativa puede ser una forma de sanación y resistencia ante el sistema académico neoliberal. Esta metáfora sugiere que las fracturas de las académicas no son debilidades, sino oportunidades para crear algo valioso. Como en el kintsugi, donde las grietas se destacan, las experiencias “rotas” de las mujeres pueden transformarse en resiliencia y resistencia contra las normas patriarcales de la academia.

Este estudio buscó explorar las experiencias narradas de mujeres académicas que escribimos en primera persona y buscamos visibilizar -y subvertir- una escritura académica que nos ha sometido por décadas en un contexto de altas presiones de capitalismo académico. Inspiradas en la metodología de memory work y la técnica de kintsugi, expondremos nuestras vulnerabilidades, buscando inspirar e inspirarnos de forma colectiva bajo la pregunta por nuestras experiencias de dolor e injusticia, pero también, de resistencia y esperanza.

METODOLOGÍA

Este estudio tiene un enfoque feminista y emplea la metodología de memory work para analizar experiencias personales mediante la memoria y reflexión colectiva. Inspirado en la metáfora del kintsugi, busca visibilizar cómo las “fracturas” en la vida de mujeres académicas pueden transformarse en fuentes de poder y conocimiento. Así, se valoran la reconstrucción y resiliencia, creando un conocimiento situado que resalta la importancia de estas experiencias y sus desafíos. El procedimiento metodológico siguió las etapas propuestas por Van Hilten y Ruel (2022), y Ridgway et al. (2024): (1) Identificación de “fragmentos” de experiencias: Se recolectaron cinco historias testimoniales que representan momentos de ruptura en la vida de cinco mujeres académicas que actualmente trabajan en una universidad pública en Chile. En este estudio, estos “fragmentos” incluyen narrativas personales sobre episodios de vulnerabilidad y resistencia. (2) Reparación y resignificación: Al igual que en el kintsugi, se ensamblaron estos fragmentos mediante un análisis que buscó resignificarlos. Se prestó atención a cómo estas experiencias contribuyen al conocimiento colectivo. (3) Aplicación de conexiones: Se resaltaron aspectos de estas experiencias que transforman la narrativa, a través de la identificación de fortalezas, redes de apoyo, aprendizajes y elementos que revelaron un valor añadido tras la ruptura, mostrando cómo las mujeres resignificamos nuestras vivencias. (4) Creación de una narrativa integrada y visualización de cicatrices: Se construyó una narrativa que no ocultó las experiencias difíciles, sino que las presenta como una parte fundamental del relato.

Las mujeres que participamos en este estudio expusimos nuestras experiencias y las analizamos en conjunto. Para efectos de este artículo, los resultados se presentan en dos fases. En primer lugar, se exponen los fragmentos de experiencias personales, y luego, un apartado global en una sola narrativa integrada que articula la reparación, resignificación y aplicación de conexiones. En el apartado de discusiones y conclusiones del artículo se presenta una fase de reflexión y crítica que se basa en la metodología utilizada. Al tratarse de una investigación situada, nuestros nombres e identidades se encuentran reveladas, por lo que esperamos que esto conforme una invitación a aprender de nuestras historias y a no temer de ellas. A continuación, nos presentamos para contextualizar a quienes lean este artículo.

Cecilia es Psicóloga clínica chilena de entre 50 y 60 años, profesora asociada y Doctora en Psicoterapia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Investiga sobre mentalización en psicoterapia y trauma temprano, y es investigadora en el Instituto MIDAP. Participa activamente en temas de ética en salud mental.

Claudia es Psicóloga y académica chilena nacionalizada española, de entre 40 y 50 años, Doctora en Ciencias de la Educación por la Universidad de Granada. Sus investigaciones incluyen violencia escolar, desarrollo docente y políticas educativas. Pronto se unirá a una universidad en España.

Yanina es Psicóloga chilena de entre 50 y 60 años, directora del Departamento de Mediaciones y Subjetividades en UPLA. Con Doctorado en Estudios Latinoamericanos, se centra en gerontología feminista y participa en actividades con enfoque feminista y decolonial.

Pamela es Periodista e investigadora chilena de entre 30 y 40 años, Doctora en Ciencias Humanas. Se dedica a estudios sobre representaciones sociales, discurso y género en medios. Su trabajo incluye investigación sobre movimientos sociales y género.

Tabisa es Psicóloga chilena de entre 30 y 40 años, con formación en psicoanálisis. Realiza un Doctorado en Málaga y sigue trabajando en Chile. Se enfoca en la feminización de la docencia y el cuidado en emergencias, promoviendo justicia social en educación.

RESULTADOS

Fase 1. Fragmentos de experiencias personales

Cecilia. “Calladita te ves más bonita”[3].

Contar, acá, no es cualquier contar. Forma parte de una secuencia de micro-cuentas con un mundo del conocimiento que me silencia y enjaula para indicarme cuál debiese ser mi lugar, mientras, paradojalmente, me impulsa a desarrollar espacios de resistencia para no estar tan sola. Elijo, con mucho cuidado, dos de ellas para exponerlas aquí, en un artículo académico, justamente en la boca del lobo. Y ese temor registra emocionalmente cómo mi historia me sitúa en un lugar de autocensura al que me pliego sin querer. La primera: constatar quiénes me dijeron que no podía leer, cómo no podía responder, qué actitudes y con qué argumentos no debía defender mis ideas. Lo señalo en negativo ya que son renuncias a las que me habitúo desde la etapa escolar, en la discusión con los tíos en la sobremesa del domingo, en la elección de intereses universitarios. Los que me enseñaron dónde situarme “femeninamente” respecto del mundo del conocimiento fueron justamente quienes pudieron haberme acompañado y cuidado, personas cercanas e importantes, mi familia, mis profesores queridos, no aquellos que identificaba como autoritarios o peligrosos, sino aquellos que respeté y en quienes confié. Miro hacia atrás y me reconozco tomando parte de costumbres naturalizadas pero inadecuadas: ceder autorías y protagonismo en proyectos, callar ante el uso de textos propios sin ser citada o ante la exclusión en producciones científicas en que había sido parte. El segundo aspecto, más difícil aún, se trata de las mujeres que fueron testigos o confidentes de alguno de esos momentos en que me he “quebrado”, con culpa y vergüenza, como cayéndome en el medio de la fiesta. “Es mejor no decir nada”, “no fue para tanto” -dicen- y nos escondemos juntas perpetuando la lógica del miedo. Las prácticas cotidianas de silenciamiento, de aprender que “debemos evitar incomodar”, “debemos tener cuidado porque las consecuencias pueden ser peores”, y de que “es mejor seguir callando”, se van instituyendo como modos de relacionarnos entre nosotras y con los mundos que habitamos, transformándose en mordazas que después ya nadie debe mantener atadas. Salir de allí es posible, y afortunadamente estar escribiendo esto es justamente una prueba de ello. Podemos construir espacios de cuidados para develar y conflictuar acompañadas en una red para “hablar entretejido” y perforar las lógicas frías y acomodaticias del mercado en la academia. Pero debemos hacerlo juntas. O mejor, yo necesito hacerlo acompañada por ustedes.

Claudia. La otra cara del logro y el anhelo de un nuevo affidamento

Desde muy temprano, comprendí que ser mujer en la academia sería una travesía desafiante. Soy mujer, joven para los estándares de este mundo, latina y madre soltera. Mi piel, mis facciones y mi acento siempre me delatan, y aunque intento expandir mis horizontes, mi identidad se enreda entre geografías y expectativas. En Chile, encontré un refugio intelectual y emocional en un equipo de mujeres extraordinarias, quienes me enseñaron lo que realmente importa en esta esfera. Con ellas aprendí del affidamento, esa corriente de afecto y confianza, un legado del feminismo italiano que nos une en una relación de apoyo y transmisión de saberes entre mujeres. Sin embargo, mi viaje continuó hacia Europa, donde las realidades del colonialismo y los prejuicios de género se revelaron en sus múltiples formas. Tuve la fortuna de encontrar un mentor invaluable, primero como director de tesis y luego como amigo. Aun así, el capitalismo académico tiene sus guardianes, y en el doctorado, en los postdoctorados y en mi primer proyecto competitivo, la métrica se convirtió en un parámetro de legitimación. Aprender los “trucos” de esta escritura de “alto impacto” fue un proceso arduo, y siempre intenté abrir espacios a quienes, sin este acompañamiento, habrían tenido dificultades para acceder a ellos. Mis principales dolores, sin embargo, no vienen del mundo heteropatriarcal y colonial que me señaló una vez como “la ragazza sudamericana” en una estancia internacional. Son mis pares, en muchas ocasiones, quienes no logran ver mis fracturas, quienes perciben mis logros como éxitos desprovistos de esfuerzo y fragilidad. Para escribir un artículo, dejo de atender a mi hija, sacrifico horas de sueño, como mal, y enfrento las mismas dudas e inseguridades de muchas: el síndrome de la impostora, la pregunta latente sobre la validez de mis ideas, el temor al rechazo. A pesar de todo, no me rindo. Persigo cada publicación, aún en medio de los rechazos, pero anhelo que mi entorno vea más allá de esa fachada de “exitismo”. Mi aspiración es que el affidamento que experimenté hace 18 años se replique, con la misma calidez crítica, para quienes también transitan este camino. Que comprendan que la escritura académica es un ciclo y que, cada tanto, yo también necesito una mano amiga, una invitación a continuar escribiendo y explorando.

Yanina. Pensar que todo ya está escrito y que lo que pienso es poco importante

Me cuesta escribir en tercera persona, es tan poco natural, que le quita emoción a la escritura. Cuando descubrí a las feministas negras que escriben biográficamente me sentí muy identificada, pero no escribo lo suficiente porque siento y pienso que ya se ha escrito tanto que seguramente alguien ya pensó lo mismo que yo y, además, lo escribió. Mi trayectoria académica ha sido a destiempo, porque no creía que este era un lugar que yo debía ocupar. Siempre vi a la universidad como un espacio en el cual no me siento del todo cómoda, principalmente por una idea absurda de que yo no tenía los méritos suficientes para mantenerme aquí. Por supuesto, hay una historia detrás. Historia de negación y opresión de mi capacidad de pensar, lo cual se remonta a una familia de clase trabajadora donde las mujeres no podían parecer más inteligentes que los hombres, aunque estos no hubiesen terminado sus estudios, ni supieran leer. Por el sólo hecho de ser hombres debían ser más inteligentes que las mujeres. Entonces, siempre recibí el epíteto de ser “tonta” o “loca”. No era así para mi madre, pero sí lo era ante los ojos de los hombres de mi familia. Siempre estuvo presente esa mirada masculina que reprueba o alaba comportarse como mujer normada socialmente, discreta, con poca opinión y espacio de conversación. Para mí, escribir en ese tiempo era una salida a la opresión que sentía, una manera de encontrar alivio y plasmar emociones dolorosas. Pocas veces compartí esos escritos. En mi experiencia académica, escribir me resulta difícil, dudo de mí misma. Se trata de una inseguridad basada en una larga trayectoria de silenciamiento estructural, marcada por habitar mi espacio de formación universitario con el miedo de una Dictadura hetero-patriarcal, que todavía no tenía ribetes de capitalismo académico, sino de un cientificismo objetivo y desapegado, universalista, sin género, raza, ni edad, de expertos que dicen cómo deben hacerse las cosas. En ese tiempo pensaba que no quería ser una académica “de esas”. Ahora soy una académica, y me da pudor nombrarme así, lo veo como un concepto ajeno a mí. Esta es una contradicción que no supero y me amarra. Son ataduras con lazos que dicen “tonta” y “loca”. Hay que cortar esos nudos y desenmarañar los hilos para darle valor a nuestras palabras.

Pamela. Rompiendo el silencio: barreras invisibles de una mujer en la academia

A lo largo de mi carrera en investigación y docencia, he enfrentado diversos desafíos que reflejan una estructura jerárquica en la que las mujeres solemos ocupar posiciones desfavorables. Estas experiencias no solo tienen un impacto a nivel personal, sino que también revelan barreras estructurales que limitan el desarrollo profesional y la participación activa de las mujeres. Uno de los primeros desafíos en mi trayectoria fue la falta de modelos femeninos en posiciones de liderazgo académico. La ausencia de referentes mujeres en mi formación influyó en mi visión sobre cómo abordar ciertos aspectos del rol académico y mi desarrollo académico se moldeó en torno a paradigmas y expectativas construidos bajo la influencia masculina. La falta de referentes femeninos priva a las jóvenes investigadoras de un modelo a seguir que refleje sus propias experiencias y desafíos en la academia. Un ejemplo de cómo estos obstáculos afectan el reconocimiento del trabajo femenino fue una experiencia temprana al redactar un artículo. Sin claridad sobre las normas de autoría, asumí que el orden de los autores debía responder a un criterio jerárquico, otorgando la primera posición a una figura de rango superior. Aunque esta decisión respondía a mi desconocimiento, debilitó mi posición en términos de mérito académico y visibilidad como investigadora. La falta de orientación y apoyo en estas primeras etapas deja a muchas mujeres en un rol secundario, limitando su posibilidad de recibir el reconocimiento que merecen y de establecer su propio protagonismo en el campo de la investigación. El acceso a fondos de investigación representa otro obstáculo importante. La precarización laboral y la falta de un respaldo contractual con instituciones limitan significativamente a muchas investigadoras en nuestra capacidad de postular como investigadoras principales, dado que muchos fondos exigen un vínculo formal con una institución. Esto me llevó, en una ocasión, a ceder la titularidad de un proyecto a un colega, quien sí cumplía con los requisitos de estabilidad contractual. Este tipo de situaciones refleja cómo la precariedad laboral afecta principalmente a las mujeres, limitando nuestras posibilidades de liderazgo y visibilidad en proyectos importantes, y reforzando una estructura donde el reconocimiento académico tiende a concentrarse en figuras masculinas con posiciones más estables. Al compartir estas experiencias con otras investigadoras encontramos un fuerte sentimiento de resonancia y empatía. En nuestras conversaciones, surgió la reflexión de que muchas enfrentamos el desafío de posicionarnos en un entorno que no siempre está dispuesto a reconocer nuestras contribuciones y esfuerzos. Muchas coincidimos en que estas barreras, aunque sutiles, requieren un esfuerzo adicional que rara vez enfrentan nuestros colegas masculinos.

Tabisa. Soy académica si tú me das ese lugar

Recuerdo cuando decidí postular a una ayudantía académica en la universidad. Aunque siempre quise intentarlo, me tomó hasta el último año de carrera atreverme, pues no me sentía merecedora de ocupar ese lugar. Me parecía un espacio que necesitaba ser “otorgado” por otros, que debía ser “elegida” para pertenecer ahí, especialmente por ser mujer. Así, durante 13 años, construí mi camino académico de forma complaciente, buscando aprobación y validación, especialmente de otras académicas mujeres. Por algún motivo, interpreté que el acceso a este mundo profesional solo me sería posible a través del reconocimiento de “una como yo”, de una mujer que también hubiera recibido la aprobación de otra. En esta búsqueda, mi valoración personal quedó sometida al juicio ajeno. En el sistema académico, todo parece girar en torno a la “aprobación externa”: proyectos, becas y artículos dependen de evaluaciones de otros. El problema no es la evaluación en sí, sino el modo en que se ha configurado el rol de quien evalúa y el peso que se le atribuye a su juicio en nuestro valor profesional. Esto afecta especialmente a las mujeres. En mi caso, crecí moldeada por una educación estereotipadamente feminizada que reforzó esta dependencia e inseguridad. Pienso que mis ideas son absurdas hasta que otra mujer las valida. Quizás busco su aprobación porque, en mi experiencia, ellas escuchan con mayor atención y conectan más con lo que comparto, lo que hace valiosa su retroalimentación. Sin embargo, no siempre es así; algunas mujeres han mostrado malas prácticas hacia mí, aunque son pocas. Aun así, sigo dependiendo de la validación de las “otras” para sentir que mi trabajo tiene valor. Esta dependencia se ha convertido en una barrera constante, generándome inhibiciones y bloqueos al escribir un artículo, preparar una presentación, o incluso, dar una clase. Mi mente no se detiene, generando dudas constantes: ¿Realmente sé de lo que hablo? ¿Debería haber leído más para decir algo valioso? ¿Es válida mi interpretación del material? ¿No debería haber revisado más fuentes antes de atreverme a exponer esta idea? ¿Qué pensará el evaluador cuando lea mi trabajo? Aún siento que muchas piensan: “Esta no sabe nada del tema, y además tiene la desfachatez de postular o escribirlo”.

Fase 2. Una narrativa integrada: de la fragmentación al poder colectivo

En el recorrido por nuestras historias de vida académica, emerge una trama común de fragmentación y silenciamiento. A lo largo de cada testimonio, nosotras, mujeres académicas, describimos las heridas y fracturas que enfrentamos en nuestro camino, marcadas por sistemas que restringen y modelan nuestras aspiraciones y voces. Desde el cuestionamiento de nuestro lugar en la academia hasta las barreras estructurales que limitan nuestra participación, estas experiencias reflejan un conjunto de cicatrices que, en lugar de borrarse, hemos rescatado y transformado. Así, a través de la reparación, la resignificación y la aplicación de conexiones, nuestras historias revelan cómo estamos reconstruyendo un espacio en el que nuestras cicatrices son visibles y poderosas, desafiando y re-imaginando lo que significa habitar y resistir en el mundo del conocimiento.

En primer lugar, nuestro proceso de reparación comienza con la aceptación de nuestra propia vulnerabilidad. Al confrontar los patrones impuestos por las estructuras académicas, dejamos de ver nuestras inseguridades y bloqueos como fallos personales y los reconocemos como efectos de un sistema excluyente. Esta comprensión nos permite abordar nuestras heridas sin vergüenza, como símbolos de resistencia frente a los desafíos persistentes de un entorno que valida el conocimiento desde posturas de poder y jerarquía, relegando nuestras experiencias a posiciones marginales. La reparación de estas “cicatrices” se convierte, entonces, en una forma de dignificar nuestra trayectoria y de reconocer el valor de los pasos dados, incluso en medio de las adversidades. En segundo lugar, a través de la resignificación, transformamos nuestras experiencias de exclusión y duda en fuentes de conocimiento situado. La resignificación no es solo un acto individual, sino un proceso colectivo que toma fuerza en la medida en que nuestras historias se escuchan y reconocen mutuamente. Al explorar los significados profundos detrás de nuestras vivencias de autocensura y dependencia de la aprobación externa, revelamos las capas invisibles de un sistema que nos oprime mediante sutiles mecanismos de control. En lugar de ocultar nuestras fracturas, las presentamos como enseñanzas valiosas que cuestionan la normalización de la subordinación de género en el ámbito académico, e invitan a una comprensión más humana y compleja de lo que significa producir conocimiento desde el Sur Global. En tercer y último lugar, el poder de nuestras historias radica en su capacidad para generar conexiones, tanto entre nosotras como con quienes aún no encuentran una voz para expresarse. Al resignificar nuestras experiencias, construimos redes de apoyo y aprendizaje colectivo que desdibujan los límites impuestos por el aislamiento estructural. Cada narrativa se convierte en un hilo dentro de una trama que desafía las lógicas frías y fragmentadas del capitalismo académico, y que promueve un “hablar entretejido” en el que nuestras cicatrices son vistas no solo como símbolos de resistencia, sino como puntos de anclaje para nuevas formas de cuidado, empatía y acompañamiento. Esperamos que estas conexiones transformen nuestras experiencias individuales en un cuerpo colectivo de sabiduría que no solo denuncie las injusticias, sino que también inspire a otras mujeres a reconocer y reivindicar sus propios trayectos.

DISCUSIONES Y CONCLUSIONES

Los resultados de este estudio subrayan que el enfoque de memory work y el uso del kintsugi pueden actuar como herramientas de resistencia frente al capitalismo académico y el patriarcado que coexisten en la academia actual. Rescatar y visibilizar nuestras experiencias, a pesar de los estándares homogeneizantes, nos permite la construcción de una red de apoyo y el desarrollo de una voz colectiva que se sobrepone a la autocensura y al silenciamiento. Como se deja entrever de la historia de Claudia, esperamos que estas narrativas compartidas no solo revelen la complejidad de ser mujer en la academia, sino que también inspiren a otras académicas a reconocerse y valorarse en sus propios trayectos, generando así una transformación en las lógicas institucionales actuales y un reconocimiento de la belleza de las cicatrices que nos configuran. Esta investigación permite entender el impacto de las estructuras neoliberales y patriarcales en la experiencia de las académicas desde una perspectiva feminista y situada en el Sur Global. Como nos muestra la experiencia de Pamela, mujeres académicas, a través de nuestros relatos, hacemos explícitas las huellas de un sistema que, bajo la lógica de la mercantilización y la competitividad, relega nuestras experiencias y voces a posiciones marginales (Arboledas-Lérida, 2021; Gatto et al. 2024). Este estudio busca enfrentar, al menos en parte, al capitalismo académico y su priorización de una productividad con escaso sentido, en ambientes de alta competitividad para la investigación académica (Dolgaleva, 2024; Hostler, 2024; Knipp, 2024; Montes et al. 2023; Shore, 2024; Zhang et al., 2024).

La exigencia de métricas y la presión por una productividad constante dentro del capitalismo académico han cambiado profundamente la forma de trabajo en las universidades, priorizando la investigación cuantificable en términos de resultados publicados y fondos obtenidos (Castelló et al., 2011; Gibb, 2024; Hostler, 2024; Parada, 2020; Pomares-Cintas & Álvarez-García, 2020; Rogošić, 2024). Así, el capitalismo académico transforma la enseñanza, las dinámicas laborales y la valoración del trabajo académico. Al analizar nuestras narrativas, vemos que los resultados de este estudio coinciden con Sharp y Messuri, (2023) en su metáfora del “clima frío” en la academia que coloca una barrera adicional para quienes, como Tabisa y Yanina, enfrentan una inseguridad derivada de la necesidad de aprobación experta. Como nos muestra Cecilia, el temor a no cumplir con los estándares impuestos lleva a una autocensura que limita la expresión de nuestras voces en el ámbito académico. Estos fragmentos, como muestra el relato de Yanina, evidencian cómo las normas neoliberales y patriarcales son interiorizadas, generando un sentimiento de insuficiencia e incluso, como nos muestra Claudia, de sobrecarga laboral (Araneda-Guirriman & Sepúlveda-Páez, 2021; Johnson & Taylor, 2019; Jones & Floyd, 2023; Mackinlay, 2023; Martínez-Labrín & Castelao-Huerta, 2023). Además, la falta de innovación discursiva y la tendencia a la homogeneización en los textos científicos resultan en un desapego de las experiencias personales, reduciendo el valor del conocimiento situado y las voces disidentes (Castelló et al., 2011; Kociatkiewicz & Kostera, 2023; Ma et al., 2023; Parada, 2020). Pamela y Cecilia exponen cómo los estilos de escritura dominantes promueven la invisibilización de las emociones y experiencias, reforzando una epistemología universalista que niega la subjetividad de las mujeres. La práctica del memory work en este estudio sirve como un medio contracultural que desafía esas estructuras, ya que permite rescatar y resignificar las experiencias personales en un contexto de exclusión (Kociatkiewicz & Kostera, 2023; Ridgway et al., 2024; Van Hilten & Ruel, 2022).

La investigación también expone cómo las barreras estructurales de género y las prácticas institucionales afectan de manera diferenciada a las mujeres en la academia (Alvero et al. 2024; Dahmen-Adkins & Peterson, 2021; Mickey & Smith-Doerr, 2022; Sümer & Eslen-Ziya, 2022; Thun, 2019). En particular, Cecilia menciona cómo su historia la sitúa y la lleva a autocensurarse y participar en prácticas naturalizadas en el mundo de la academia, y Tabisa confirma cómo las expectativas sociales de éxito en la academia atraviesan lo que esperamos de nosotras mismas. Como nos muestran Pamela, Yanina y Claudia, este fenómeno de “aniquilación simbólica” (Abdellatif et al., 2021) que enfrentamos las académicas -una marginalización tanto de nuestros aportes como de nuestras capacidades en un espacio dominado por paradigmas masculinos- se ve intensificado por la precarización laboral y la falta de modelos femeninos en roles de liderazgo, factores que limitan el desarrollo de la identidad profesional y la autoconfianza (Alkhatib et al., 2024; Johnson & Taylor, 2019; Martínez-Labrín & Castelao-Huerta, 2023; Páez, 2021; Rawat et al., 2024; Sinclair & Clark, 2024; Wu, 2023).

A pesar de estas adversidades, la narrativa integrada que surge de los fragmentos también muestra formas de resistencia. La escritura desde los márgenes y el uso del kintsugi como metáfora permiten a las mujeres académicas develar y resignificar nuestras experiencias, creando así una epistemología feminista contracultural. Esta “escritura desde los márgenes” actúa como una estrategia de subversión que, lejos de resignarse a la derrota, transforma las narrativas individuales en un tejido colectivo de conocimiento que cuestiona las estructuras de poder dominantes (Abdellatif et al., 2021; Ridgway et al., 2024; Van Hilten & Ruel, 2022). Como sostiene Cecilia, estos espacios compartidos de relato y reflexión nos permiten pertrechar un “hablar entretejido”, en el cual nuestras experiencias no son ocultadas ni silenciadas, sino valoradas como componentes centrales de un saber situado. O, como se lee en la invitación de Tabisa y Claudia, a intencionar el apoyo colectivo femenino en la academia. Desde un sentir compartido por las autoras: se vuelve posible si lo hacemos juntas.

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[1] Este estudio agradece a los proyectos (i) ADAIN UPA 2193 FONDO_SCL_01_2023. Dirección General de Vinculación con el Medio, Universidad de Playa Ancha, (ii) ANID Fortalecimiento de Programas de Doctorado Convocatoria 2022-Folio 86220041, (iii) Plan de Fortalecimiento Universidades Estatales – Ministerio de Educación, Convenio UPA 1999, Upla.

2 La práctica de primeras autorías se contradice con las lógicas de resistencia como la que esta metodología propone, y a la que claudicamos por necesidad de acomodarnos a los estilos hegemónicos. Ordenamos las autorías sin que ello se condiga con la idea de la escritura colectiva que llevamos a cabo en este artículo, y ello es, en sí mismo, una primera renuncia.

[3] Es una frase usada en castellano, de origen desconocido, que sugiere que las mujeres son más atractivas y agradables cuando no hablan.