Revista Internacional de Educación y Análisis Social Crítico Mañé, Ferrer & Swartz.

ISSN: 2990-0476

Vol. 3 Núm. 2 (2025)

 

La esencia de la “polarización patológica” en la sociedad postmoderna

The essence of “pathological polarization” in postmodern society

A essência da “polarização patológica” na sociedade pós-moderna

 

Ana María Ruiz-Ruano García

Facultad de Ciencias de la Educación, Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidad de Granada, España

https://orcid.org/0000-0002-7260-0588

amruano@ugr.es

Jorge López Puga

Facultad de Psicología, Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico, Universidad de Granada, España

https://orcid.org/0000-0003-0693-0092

jlpuga@ugr.es

 

Resumen

 

La polarización es uno de los desafíos más urgentes que enfrentan las sociedades democráticas en la actualidad. Aunque no es intrínsecamente perjudicial, la polarización se vuelve dañina cuando supera ciertos umbrales, interrumpiendo la cooperación social, intensificando los conflictos y conduciendo a la deshumanización del discurso público. Este artículo explora el concepto de polarización patológica, entendida como una forma tóxica de agrupamiento social que socava la armonía colectiva. Se presentan dos ideas especulativas pero potencialmente fructíferas para inspirar futuras investigaciones. En primer lugar, se propone la tensión gregarismo/individualismo (GIT) como un marco psicológico para comprender la emergencia de identidades polarizadas. En segundo lugar, se examina la sobre-confianza en el razonamiento inductivo como fuente cognitiva de sesgos que pueden reforzar el pensamiento polarizado. Finalmente, se esbozan propuestas preliminares para mitigar la polarización patológica, con el objetivo de fomentar comunidades epistemológicamente exitosas y socialmente armoniosas.

Palabras clave: conflicto social, política, educación, bienestar, democracia, razonamiento, actitudes, creencias.

 

Abstract

 

Polarization is one of the most pressing challenges facing democratic societies today. While not inherently harmful, polarization becomes detrimental when it crosses certain thresholds—disrupting social cooperation, escalating conflict, and ultimately leading to the dehumanization of public discourse. This paper explores the concept of pathological polarization, understood as a toxic form of societal clustering that undermines social harmony. Two speculative yet potentially fruitful ideas are introduced to inspire future research. First, the gregariousness/individualism tension (GIT) is proposed as a psychological framework for understanding the emergence of polarized identities. Second, overconfidence in inductive reasoning is examined as a cognitive source of bias that may reinforce polarized thinking. Finally, the paper outlines preliminary proposals for mitigating pathological polarization, with the aim of fostering epistemically successful and socially harmonious communities.

Keywords: Social conflict, politics, education, well-being, democracy, reasoning, attitudes, beliefs.

 

Resumo

 

A polarização é um dos desafios mais prementes enfrentados pelas sociedades democráticas atualmente. Embora não seja necessariamente prejudicial, torna-se nociva quando ultrapassa certos limites — interrompendo a cooperação social, intensificando conflitos e levando à desumanização do discurso público. Este artigo explora o conceito de polarização patológica, entendida como uma forma tóxica de agrupamento social que compromete a harmonia coletiva. Duas ideias especulativas, mas potencialmente promissoras, são apresentadas para inspirar pesquisas futuras. Primeiro, propõe-se a tensão entre gregário e individualismo (GIT) como um modelo psicológico para compreender o surgimento de identidades polarizadas. Em seguida, examina-se o excesso de confiança no raciocínio indutivo como uma fonte cognitiva de viés que pode reforçar o pensamento polarizado. Por fim, são delineadas propostas preliminares para mitigar a polarização patológica, com o objetivo de promover comunidades epistemicamente bem-sucedidas e socialmente harmoniosas.

Palavras-chave: conflito social, política, educação, bem-estar, democracia, raciocínio, atitudes, crenças.

 

Introducción

Abordar la polarización de manera sosegada es, en esencia, profundamente difícil porque ello nos desafía a adoptar un punto de vista estrictamente neutral. Metafóricamente hablando, la neutralidad se asemeja a un encefalograma plano: una ausencia de vida. Situarse en un punto equidistante entre extremos opuestos puede proteger del conflicto, pero también aísla, sin atraer aliados ni adversarios. En este sentido, la equidistancia puede parecer sospechosa o incluso antagonista. Como sugiere Greene (2004), el desapego completo es casi imposible; inevitablemente nos inclinamos hacia un lado u otro. Sin embargo, esforzarse por mantener una perspectiva equilibrada sigue siendo esencial si queremos resolver los conflictos sociales de manera sensata. Cuando la sociedad no logra alcanzar un consenso sereno sobre cuestiones críticas, corre el riesgo de desperdiciar tiempo y energía o, más gravemente, de socavar su propia capacidad de funcionar.

La polarización ha sido descrita como “uno de los mayores males de la sociedad” (Jung et al., 2019, p. 301). Antes de continuar, es necesario hacer una breve aclaración sobre cómo se utilizará el término sociedad a lo largo de este ensayo. No se trata de una cuestión trivial, dado el alcance conceptual de los argumentos que siguen. Aquí, sociedad no se refiere únicamente a una nación específica, una cultura o incluso a la llamada “sociedad global”, sino a la humanidad en su conjunto. Para captar esta perspectiva más amplia e inclusiva, proponemos el neologismo humanosfera, una especie de paralelismo conceptual análogo al concepto de biosfera, que denota la totalidad de la vida en la Tierra. Mientras que la biosfera abarca todos los organismos vivos, la humanosfera se extiende más allá de la existencia biológica para incluir artefactos, instituciones y sistemas simbólicos creados por el ser humano. Un libro, por ejemplo, aunque no esté vivo, pertenece a la humanosfera por su origen humano y su significado cultural.

Como enfatizan Jung et al. (2019), la polarización puede entenderse como una enfermedad, un trastorno o incluso una infección social. De manera similar, Kirmayer (2024) la concibe como una forma de patología social, caracterizada por ideologías (auto)destructivas que erosionan la sociedad civil y socavan el bienestar colectivo. La polarización debilita la cohesión social y obstaculiza la cooperación (Jost et al., 2022). Fractura la confianza dentro de la humanosfera, dañando las relaciones interpersonales, los procesos institucionales y el funcionamiento de los subsistemas sociales (Patent, 2022). Una de las consecuencias más alarmantes de la polarización surge durante las emergencias. Las sociedades polarizadas suelen fracasar en responder eficazmente a las crisis —ya sean desastres naturales o conflictos armados—, agravando así el sufrimiento humano. Cuando la polarización se vuelve extrema, la construcción compartida de la realidad comienza a fragmentarse. El límite entre hechos y opiniones se difumina, lo que facilita la proliferación de desinformación y noticias falsas. En tales contextos, suelen surgir esfuerzos contrapuestos por imponer narrativas oficiales (Berger & Luckmann, 1967). Esta erosión del consenso sobre cuestiones críticas aumenta la probabilidad de formación de grupos radicales, incluso violentos (Jung et al., 2019). Más preocupante aún, la polarización fomenta un corrosivo sentido de deshumanización (Jost et al., 2022). También tiene un coste psicológico, contribuyendo al aumento de los niveles de ansiedad, depresión y trastornos relacionados con el estrés en el seno de la sociedad civil (Makri, 2024).

La polarización no es un fenómeno nuevo, pero lo que sí resulta novedoso son los vehículos a través de los cuales las ideas polarizadas y polarizantes se propagan hoy en día. Actualmente, gran parte de esta dinámica se desarrolla en el marco de las interacciones en redes sociales (Kirmayer, 2024). Estas plataformas aceleran la difusión de contenido polarizante y facilitan una alta tasa de mutación ideológica, haciendo que el fenómeno sea cada vez más complejo y difícil de anticipar. Las redes sociales presentan un doble desafío. Por un lado, satisfacen las necesidades humanas fundamentales de conexión y comunicación (Ruiz-Ruano et al., 2023). Por otro, amplifican la polarización mediante la arquitectura en red de la comunicación global. Varias propiedades estructurales de las redes sociales ayudan a explicar esta dinámica: la naturaleza libre de escala de las plataformas en línea (Barabási, 2009; Barabási & Bonabeau, 2003), el principio de apego preferencial en las conexiones en proceso de evolución (Barabási & Albert, 1999) y la topología de mundo pequeño de los contactos en redes sociales (Watts & Strogatz, 1998). Estas características permiten la rápida difusión y la amplificación de narrativas polarizadas. Además, la desinformación y la información falsa desempeñan un papel central en la génesis y el mantenimiento de la polarización en el seno de estas redes (Ball & Maxmen, 2020; Kirmayer, 2024). Como argumentaremos seguidamente, la interacción entre las posibilidades tecnológicas actuales y las vulnerabilidades cognitivas humanas constituye un terreno fértil para la intensificación de la polarización en la humanosfera.

En este artículo, nuestro objetivo es describir la polarización patológica desde una perspectiva psicosocial. El concepto debe entenderse a la luz de lo que Jung et al. (2019) denominan sociedades epistemológicamente saludables (p. 310) y dentro de una concepción armonizadora y funcional de la salud mental (Frances & Widiger, 2012). La polarización patológica se refiere a una situación social caracterizada por un profundo fracaso en el consenso epistemológico, es decir, cuando la sociedad ya no es capaz de converger en una versión compartida de los hechos, sean históricos o contemporáneos. En tales contextos, el límite entre realidad y ficción se vuelve socialmente -no solo individualmente- indiscernible. Esto incluso puede dar lugar a la ilusión de que algo puede ser simultáneamente verdadero y falso. Por analogía, la polarización extrema se asemeja a una forma de trastorno mental social, ya que refleja síntomas observados en individuos con psicopatología grave. Es importante señalar que no nos referimos a “patología” desde una postura estrictamente realista o nominalista, ni adoptamos una visión constructivista-pesimista de la organización social. Más bien, aquí entendemos la patología como la pérdida del equilibrio sistémico. En este sentido, la polarización patológica es un proceso disfuncional que perturba el equilibrio y la armonía de la humanosfera.

En lo que sigue, nos centraremos en dos características clave que contribuyen a la polarización patológica: (a) el perverso desequilibrio que se puede producir entre el gregarismo y el individualismo, y (b) la excesiva dependencia del razonamiento inductivo como modo principal de pensamiento. Partimos de la premisa de que la polarización no es intrínsecamente perjudicial. De hecho, bajo ciertas condiciones, la polarización puede fomentar el progreso social y político al desafiar normas socialmente deletéreas y estimular el debate. Sin embargo, cuando la polarización causa daños agudos o crónicos -ya sea mediante destrucción inmediata o disfunción diferida- y cuando obstaculiza los esfuerzos colectivos para abordar cuestiones sociales urgentes, se hace necesario examinar sus dinámicas con ojo crítico.

El resto de este texto se organiza en cinco secciones. En la siguiente sección, examinamos la psicología de la polarización, presentando tanto definiciones clásicas como contemporáneas. La Sección 3 explora la tensión entre el gregarismo y el individualismo como una dinámica central en la polarización patológica dentro de las sociedades posmodernas. La Sección 4 aborda la dimensión cognitiva, centrándose en cómo la polarización se configura a partir de sesgos de pensamiento, en particular la excesiva dependencia del razonamiento inductivo. Finalmente, en la Sección 5, ofrecemos reflexiones finales orientadas a identificar las condiciones bajo las cuales la polarización podría transformarse en una fuerza constructiva para los individuos y para la humanosfera en su conjunto.

Psicología de la polarización

El término polarización tiene múltiples significados dentro de la psicología social. La interpretación más ampliamente conservada en los manuales se refiere a la polarización grupal (véase, por ejemplo, Hogg & Vaughan, 2018). Este fenómeno ocurre cuando un grupo discute un tema socialmente controvertido -como la guerra, la migración durante crisis económicas o la energía nuclear en el contexto del cambio climático- y la actitud promedio del grupo se desplaza hacia una posición más extrema tras un debate. La polarización grupal se observa típicamente mediante un diseño experimental de tres fases. Primero, se evalúan las actitudes individuales hacia un tema determinado. Luego, los participantes participan en una discusión grupal. Finalmente, se vuelven a evaluar las actitudes individuales. Lo que se encuentra de manera consistente es que el promedio de actitud posterior a la discusión se vuelve más extremo que lo que era en la línea de base previa. Por ejemplo, si el apoyo inicial promedio del grupo a la energía nuclear es moderado (p. ej., 50 sobre 100), puede aumentar significativamente (p. ej., hasta 89) después de la discusión grupal. Esta forma de polarización es fundamental para comprender la toma de decisiones en contextos sociales complejos -como las deliberaciones de un jurado- donde las dinámicas grupales pueden amplificar sesgos preexistentes y conducir a resultados sesgados. En tales casos, el veredicto puede reflejar no una síntesis equilibrada de la evidencia, sino un eco polarizado de las inclinaciones individuales iniciales.

Aunque la polarización grupal sigue siendo un concepto fundamental en la psicología social, otras formas -como la polarización actitudinal (Sherif, 1958) y la polarización política (Converse, 1958)- también fueron exploradas a mediados del siglo XX. Como señaló Converse (1958), ciertas expresiones de polarización política están moldeadas por la clase social, y la retórica en torno a las divisiones de clase continúa alimentando la polarización en la actualidad. Dada la diversidad conceptual del término, las siguientes subsecciones tienen como objetivo aclarar las formas clave de la polarización contemporánea. Adoptamos la clasificación propuesta por Jost et al. (2022), que distingue entre polarización ideológica, partidista y afectiva. Posteriormente, en las Secciones 3 y 4, introducimos dos mecanismos psicosociales que, en nuestra opinión, explican parcialmente la aparición de la polarización patológica: la tensión entre el gregarismo y el individualismo, así como el papel paradójico del razonamiento inductivo. Finalmente, en la Sección 5, ofrecemos conclusiones y proponemos estrategias para mitigar la polarización patológica y promover formas más saludables de disenso social.

Polarización Ideológica

La polarización ideológica o temática se refiere a una forma de división social en la que individuos o grupos adoptan posiciones opuestas, a menudo extremas, sobre temas críticos para la organización social. Este tipo de polarización se modela frecuentemente desde el punto de vista estadístico como una distribución bimodal, donde dos picos distintos representan campos ideológicos opuestos. La distribución puede ser simétrica, con ambos lados alejándose del centro en un grado similar, o asimétrica, donde un grupo permanece cerca del centro mientras el otro se desplaza hacia un extremo.

La psicología de la polarización ideológica o temática puede entenderse si se mira a través del prisma de las actitudes. Desde esta perspectiva, la polarización no es simplemente un fenómeno estructural o político, sino un proceso actitudinal. El concepto de conflicto actitudinal se ha introducido para describir situaciones en las que se produce un “desacuerdo competitivo en relación con creencias, valores y preferencias, caracterizado por la intolerancia de las partes hacia las posiciones de los demás” (Minson & Dorison, 2022, p. 182). Las actitudes, como constructos fundamentales en la psicología social, desempeñan un papel central en la forma en que individuos y grupos se involucran en dinámicas polarizantes. Según Hogg y Vaughan (2018, p. 154), una actitud es tanto:

a)    Una organización relativamente duradera de creencias, sentimientos y tendencias conductuales hacia objetos, grupos, acontecimientos o símbolos socialmente significativos.

b)    Un sentimiento o evaluación general -positiva o negativa- acerca de alguna persona, objeto o cuestión.

Como se señaló anteriormente -y como sugirió Allport (1935) hace casi un siglo-, las actitudes son constructos psicológicos multidimensionales y relativamente estables. Esta estabilidad implica que las actitudes tienden a persistir en el tiempo, salvo que sean alteradas por influencias externas significativas. Las definiciones citadas también enfatizan que las actitudes son de naturaleza evaluativa: reflejan orientaciones favorables o desfavorables hacia aspectos específicos de la realidad. Una característica crítica final de las actitudes es su dimensionalidad. Las actitudes no son juicios unidimensionales, sino evaluaciones complejas que abarcan múltiples dominios psicológicos. La visión predominante en la psicología social contemporánea conceptualiza las actitudes como compuestas por tres componentes interrelacionados: cognitivo, emocional y conductual (Ajzen & Fishbein, 2005; Feldman, 1998; Franzoi, 2005). Este modelo tripartito ofrece un marco útil para comprender cómo la polarización ideológica se introduce profundamente tanto en la psicología individual como en la colectiva.

La formación de actitudes es un proceso complejo moldeado por múltiples mecanismos psicosociales (Hogg & Vaughan, 2018). Las actitudes se aprenden y se integran gradualmente en patrones de respuesta cognitivos, emocionales y conductuales a lo largo del desarrollo (Fishbein & Ajzen, 1975). Por ejemplo, experiencias traumáticas tempranas -como sugiere la teoría psicoanalítica- pueden influir fuertemente en la fijación de ciertas actitudes, persistiendo a veces durante toda la vida (Allport, 1935). Sin embargo, el trauma no es la única vía. El condicionamiento clásico, como demostró Pavlov (1927), también desempeña un papel: las actitudes pueden formarse mediante asociaciones repetidas entre estímulos neutros y eventos cargados emocionalmente o significativos desde el punto de vista biológico. Además, el aprendizaje vicario -observar e interiorizar las actitudes de otros- contribuye aún más al desarrollo actitudinal. Por ello, Allport (1935) enfatizó la importancia de los padres y de los pares significativos en la configuración de las actitudes. En última instancia, nuestras orientaciones hacia cuestiones socialmente significativas suelen modelarse a partir de aquellas que percibimos como relevantes o emblemáticas.

Un elemento crítico para comprender la polarización ideológica contemporánea es el papel de las creencias. Las creencias ejercen una poderosa influencia tanto en las actitudes como en las intenciones conductuales (Ajzen & Fishbein, 1980). Lo que hace que la polarización ideológica sea particularmente intensa hoy en día es su conexión con preocupaciones fundamentales o existenciales (Lenci, 2023). Las personas no se polarizan por preferencias triviales -como si las manzanas saben mejor que las naranjas-, sino por cuestiones profundamente trascendentales sobre cómo debe organizarse la sociedad. La polarización se intensifica cuando los debates giran en torno a temas como la búsqueda de la paz en tiempos de guerra, el significado y la legitimidad de la propiedad privada o asuntos de fe religiosa. Estos no son meros temas abstractos; para muchas personas, son faros existenciales, fuentes de sentido que configuran su comprensión misma de la vida. Como resultado, cuando las opiniones opuestas desafían estas creencias centrales, el potencial de polarización se vuelve no solo probable, sino casi inevitable.

Polarización Partidista

El término partidista se refiere a una fuerte adhesión a una persona, principio o partido político, a menudo sin una evaluación crítica (Walter et al., 2008). La polarización partidista, entonces, describe una forma de extremismo político en la que los individuos alinean cada vez más su pensamiento con uno de los extremos del espectro político, ignorando con frecuencia los matices o el equilibrio racional. Este fenómeno puede interpretarse como una expresión contemporánea de conflictos sociales de calado histórico. Por ejemplo, las confrontaciones basadas en la clase durante la Revolución Francesa pueden analizarse desde la perspectiva de una de polarización polarización política arcaica. En este contexto, podríamos preguntarnos: ¿fueron aquellas insurrecciones impulsadas por una forma de polarización social? Converse (1958) parece sugerirlo al introducir el concepto de polarización de clase.

Si bien el discurso político se ha vuelto indudablemente más complejo con el tiempo, aún conserva una resonancia familiar: un “sabor añejo”, evocador de luchas históricas, como el del queso o el vino madurado. En Europa, Estados Unidos y muchas otras regiones, los paisajes políticos han estado estructurados durante mucho tiempo en torno a un espectro binario: izquierda y derecha. En Estados Unidos, estas posiciones suelen asociarse con los partidos Demócrata y Republicano, respectivamente. Sin embargo, como señalan Ruiz-Ruano y Puga (2022), esta dicotomía no siempre es descriptivamente precisa. Las etiquetas Demócrata y Republicano a menudo oscurecen los matices de la orientación política. De manera similar, la distinción liberal–conservador puede resultar engañosa. En algunos contextos, el “liberalismo” se asocia paradójicamente con ideologías conservadoras. No obstante, esta dicotomía sí pone de relieve una división ideológica más profunda, que Jost et al. (2022) vinculan al concepto de justificación del sistema. Las ideologías conservadoras -típicamente alineadas con la derecha política- tienden a resistir frente al cambio sistémico, favoreciendo la preservación del statu quo. En contraste, las ideologías liberales o progresistas abogan por la transformación estructural en busca de la mejora social. Lo que subyace a esta división es el contrapunto político perdurable que la historia ha documentado repetidamente.

La alineación partidista es, sin duda, más compleja que la polarización ideológica, ya que no se limita a una sola dimensión actitudinal, sino que abarca un espacio multidimensional de cuestiones políticas, culturales y morales. Como sugiere Makri (2024), la animadversión partidista puede erosionar la salud pública al intensificar y consolidar las respuestas de estrés en la sociedad civil. Una de las consecuencias más peligrosas de la polarización política extrema es la reducción del discurso político a un marco binario de “nosotros contra ellos”. Cuando las dinámicas políticas se presentan en términos tan simplificados, la sociedad corre el riesgo de descender a lo que podría llamarse una guerra política insalubre. En estas condiciones, las dinámicas de intragrupo y exogrupo se distorsionan. Se pierde la proporcionalidad y los juicios morales dejan de aplicarse de manera consistente: el mismo comportamiento puede ser condenado o excusado dependiendo de si lo realiza un aliado o un oponente. La identidad individual queda subsumida bajo la afiliación grupal, y las personas dejan de ser tratadas como individuos para convertirse en representantes de un colectivo. Esta forma de deshumanización allana el camino hacia el prejuicio y las formas más peligrosas de discriminación.

 

Polarización Afectiva

La polarización afectiva se refiere a la aparición de emociones intensamente positivas o negativas hacia grupos sociales o políticos, independientemente del contenido ideológico o la argumentación. En esta forma de polarización, lo que importa no es la sustancia de las creencias, sino la distinción emocional producida por la mera pertenencia al intragrupo y al exogrupo. Estudios recientes sugieren que la polarización afectiva se ha intensificado en las últimas décadas en países como Estados Unidos, Suiza, Dinamarca, Canadá y Nueva Zelanda, mientras que parece haber disminuido en otros, incluidos Japón, Australia, Reino Unido, Noruega, Suecia y Alemania (Boxell et al., 2024). Las manifestaciones extremas de la polarización afectiva pueden escalar hasta la violencia partidista, como lo ejemplifican los disturbios públicos que acaecieron recientemtente en el Capitolio de Estados Unidos (May Sidik, 2023). Estos acontecimientos subrayan el potencial de las divisiones emocionales grupales para desestabilizar las instituciones democráticas y el orden civil.

Las formas de polarización comentadas anteriormente -ideológica, partidista y afectiva- no son fenómenos aislados. Más bien, interactúan y se refuerzan mutuamente en bucles de retroalimentación que pueden perturbar gravemente el funcionamiento social. Lo que está en juego no es solo la eficiencia funcional de la sociedad, sino también su sentido más profundo de armonía social. Como señalan Jost et al. (2022), la emoción influye en la ideología, la ideología moldea la emoción y ambas están entrelazadas con las preferencias partidistas. Estas dinámicas recursivas pueden tener consecuencias devastadoras: fomentan estereotipos, prejuicios, favoritismo hacia el grupo intragrupo, descalificación del exogrupo y, en última instancia, deshumanización. En casos extremos, tales procesos pueden escalar hasta el conflicto físico de carácter violento. Para comprender cómo arraigan estas dinámicas destructivas, nos encomendamos ahora a plantear una tensión psicosocial más profunda que puede dar cuenta parcial de semejantes fenómenos… una que se encuentra en el corazón de la sociedad posmoderna: el frágil equilibrio entre el gregarismo y el individualismo.

La Tensión Gregarismo/Individualismo

Describir, predecir y prevenir la polarización enfermiza sigue siendo un desafío formidable, en gran medida debido a su complejidad inherente (Ladyman et al., 2013). La polarización no es un fenómeno estático: evoluciona con el tiempo, es moldeada por innumerables opiniones individuales al mismo tiempo que es influenciada por interacciones colectivas. Como una ola que rompe contra la costa, puede transportar una energía inmensa y causar daños significativos cuando se ve amplificada por fuerzas sociales. Dada esta complejidad, ofrecer herramientas conceptuales para comprender la polarización no es tarea sencilla. En esta sección, exploramos la posibilidad de que la polarización esté, al menos en parte, condicionada por una tensión psicosocial fundamental: la interacción dinámica que se produce entre el gregarismo y el individualismo, tal como lo ha teorizado Gil (2021, 2022, 2024).

Los seres humanos no pueden sobrevivir sin apoyo social. Esto no es simplemente una observación estadística: es una verdad fundamental sobre nuestra especie. A diferencia de ciertos animales, como algunas tortugas o serpientes, que sobreviven en función de ciertos factores probabilísticos sin cuidados parentales, los humanos requieren una interacción social sostenida desde el nacimiento. Por ejemplo, algunas especies de tortugas regresan cada temporada a la costa para poner huevos y, una vez que eclosionan, las crías deben llegar solas al mar, evitando depredadores. Solo una pequeña fracción sobrevive hasta la edad adulta. Su supervivencia es una cuestión probabilística. En contraste, la supervivencia humana depende del cuidado social. No existen casos documentados de bebés humanos que hayan sobrevivido sin apoyo más allá de los primeros días de vida. El trágico caso de los niños “salvajes”, como Genie, ilustra las profundas consecuencias del abandono social: graves deterioros en el funcionamiento y a nivel de integración social. Estos ejemplos ponen de manifiesto una idea capital: el individuo humano no es autónomo al nacer. Desde el principio, estamos inmersos en una matriz social. En este sentido, el individuo es inseparable de la sociedad.

El extremo opuesto del continuo sociedad–individuo es igualmente delicado. Una sociedad que no reconoce los derechos individuales o naturales se considera hoy en día una forma de organización social cuestionable, cuando no directamente insana. Aldous Huxley (1946, p. 46) imaginó célebremente un mundo distópico en el que “[…] todos pertenecen a todos,” una sociedad mecanizada donde los individuos existen únicamente para servir a las funciones colectivas y la libertad personal se borra sistemáticamente de la mente individual. En un sistema así, se espera que los individuos se conformen por completo a las directrices sociales, sin dejar espacio para la disidencia o la desviación. Las ideas consideradas disruptivas para el orden social son condenadas a la extinción. Esta visión ilustra los peligros de suprimir la individualidad en favor de un colectivismo rígido y pone de relieve el frágil equilibrio que las sociedades deben mantener entre cohesión y autonomía.

En realidad, ninguna sociedad encarna plenamente los modelos extremos descritos anteriormente. La mayoría de los sistemas sociales se sitúan en algún punto intermedio entre estos polos, razón por la cual las sociedades suelen caracterizarse como más individualistas o más colectivistas. Estas orientaciones se vinculan con frecuencia a modelos económicos -como el capitalismo y el comunismo- pero nuestra preocupación aquí no radica en la naturaleza sociológica o económica de la sociedad en sí. Aunque estos dominios están indudablemente interconectados, nuestro foco se centra en la dimensión psicológica del yo. La tensión entre el gregarismo y el individualismo ofrece una lente sugerente para examinar la polarización. Esta perspectiva se alinea de manera coherente con las dinámicas discutidas anteriormente y puede ayudar a explicar por qué esta dicotomía psicosocial contribuye a la emergencia de la polarización en las sociedades posmodernas.

La tensión gregarismo/individualismo (GIT, por sus siglas en inglés) se refiere a las fuerzas subyacentes que configuran la arquitectura psicológica del ser humano. Como lente teórica, la GIT busca explicar la emergencia histórica y la variación del yo psicológico (Gil, 2021). Dentro de este marco, distinguimos dos configuraciones arquetípicas, lo que denominamos tipologías del yo: el yo gregario y el yo individualista. Estas tipologías del yo, aunque tienen raíces históricas, coexisten en distintos grados en la sociedad contemporánea (Gil, 2022). El yo gregario encarna una orientación psicológica integrada en el grupo, que recuerda a las manadas u hordas de homínidos prehistóricos cazadores. En tales estructuras sociales, el grupo prevalece sobre el individuo; la identidad personal queda subsumida bajo la cohesión colectiva. El individuo, en este contexto, no es una entidad autónoma, sino un nodo conductual que contribuye a la supervivencia del grupo. Un proto-yo individualista emergió junto con la especialización laboral (Gil, 2024), marcando un cambio cualitativo en la autopercepción. Los individuos comenzaron a definirse a través de sus roles funcionales dentro de la sociedad, lo que hacían se convirtió en lo que eran. Esta transformación reformuló el yo psicológico como una función socialmente integrada. Ya el individuo no se percibía simplemente como miembro de una manada, sino como una unidad productiva con valor diferenciado. Aunque la teoría sigue evolucionando y los relatos detallados sobre el yo individualista están aún por desarrollarse, podemos anticipar sus contornos. La GIT postula que el yo individualista es un desarrollo relativamente reciente en la evolución psicológica de nuestra especie (Gil, 2021). A medida que continuamos refinando este marco, reconocemos que la tensión entre gregarismo e individualismo no es meramente histórica: es una dialéctica viva que configura nuestro presente polarizado.

Si bien la Teoría de la Identidad Social y la Teoría de la Autocategorización se han empleado ampliamente para explicar la polarización y sus procesos subyacentes -dado su enfoque en las relaciones intergrupales y las dinámicas de autocategorización (Hogg & Vaughan, 2018)- vale la pena considerar el potencial explicativo que podría ofrecer el marco de la GIT. En lo que sigue, nos embarcamos en un ejercicio especulativo, apoyándonos en los fundamentos publicados de la teoría GIT, para explorar cómo esta perspectiva podría arrojar luz sobre los mecanismos de la polarización patológica. Nuestro objetivo no es solo profundizar en la comprensión de la polarización y sus consecuencias, sino también considerar posibles vías para mitigar las dinámicas de conflicto derivadas de procesos polarizadores en la sociedad contemporánea.

Podemos especular que, desde la perspectiva de la teoría GIT, la polarización surge de la tensión persistente que se establece entre los arquetipos gregario e individualista que coexisten -aunque en proporciones variables- dentro de los individuos y grupos contemporáneos. La GIT enmarcaría así la polarización como un fenómeno natural, que cumple funciones adaptativas para individuos, grupos y sociedades. Esta visión se alinea con propuestas recientes de Sharot et al. (2023), quienes sostienen la utilidad de las creencias en este contexto: las actitudes y opiniones poseen valor porque ayudan a los individuos a afrontar los desafíos de supervivencia a los que se enfrentan de manera adaptativa. En este sentido, expresar y defender determinadas actitudes o creencias conlleva consecuencias tangibles -tanto positivas como negativas- en las sociedades modernas. Como resultado, el cambio de creencias está sujeto a presiones de selección, de modo que ciertas actitudes persisten o desaparecen según su utilidad adaptativa.

Surgen varias preguntas cuando examinamos la polarización a través de la lente de la teoría GIT. Para comenzar, podríamos preguntarnos: (1) ¿De qué manera la polarización es consecuencia de los arquetipos contemporáneos propuestos por la teoría GIT? (2) ¿Ejercen diferentes tipologías del yo influencias selectivas sobre los procesos de polarización? Si bien una respuesta exhaustiva a estas preguntas excede el alcance de este manuscrito -especialmente dadas las limitaciones teóricas actuales- creemos que ofrecer respuestas tentativas puede proporcionar directrices valiosas para futuras investigaciones.

Al considerar la relación entre la teoría GIT y la polarización, debemos recordar que la GIT se ocupa fundamentalmente de la evolución histórica del yo psicológico. El yo, tal como lo conceptualiza la GIT, está moldeado por influencias naturales que operan a lo largo de la historia evolutiva. A la luz de esto, las tendencias actuales en polarización pueden interpretarse como resultados de procesos evolutivos en curso. Así, tanto la emergencia del yo como el fenómeno de la polarización están, como mínimo, históricamente entrelazados con el presente. A partir de esta perspectiva, podemos proponer hipótesis sobre la relación entre la polarización y los arquetipos del yo. Además, se vuelve posible formular proposiciones que expliquen cómo diferentes tipologías del yo pueden impactar de manera diferencial el proceso de polarización social. Aunque estas proposiciones siguen siendo especulativas, ofrecen una base conceptual para futuras investigaciones empíricas orientadas a dilucidar los mecanismos mediante los cuales los arquetipos del yo influyen en las dinámicas de polarización.

Volviendo al concepto de “polarización patológica” introducido al inicio, ahora podemos hipotetizar (dentro del marco de la GIT) cómo podría generarse la polarización bajo la influencia de un yo individual “subversivo”. Por defecto, la teoría GIT postula que el yo individual se encuentra en tensión con la sociedad y el orden social; por tanto, los procesos de polarización que amenazan o socavan la cohesión social probablemente sean iniciados o amplificados por uno o más yoes individuales. Desde esta perspectiva, el inicio de la polarización puede ser catalizado por ciertos individuos “antisistema”, quienes posteriormente persuaden a otros para confrontar a grupos opuestos en defensa de sus propios intereses particulares. En este sentido, la polarización colectiva puede rastrearse hasta motivaciones individuales arraigadas en el núcleo del yo individual. Como señala Kirmayer (2024), la polarización parece emerger para activar o potenciar agendas políticas personales. Sin embargo, a medida que los grupos polarizados se vuelven más extremos, puede surgir un fenómeno similar a la “membresía tóxica”: el grupo desarrolla una cuasi-personalidad, comportándose como una entidad unificada que emplea estrategias de autopreservación para perdurar en el tiempo. Utilizamos el término “membresía tóxica” para describir situaciones en las que los individuos renuncian a sus identidades personales para alinearse por completo con los intereses del grupo, incluso cuando el comportamiento del grupo resulta éticamente dañino, tanto para sus propios miembros, como para quienes están fuera del grupo y para la sociedad en general. En tales casos, la pertenencia grupal deja de servir al individuo y, en cambio, lo impulsa hacia la confrontación con grupos disidentes. Esta toxicidad puede considerarse el punto de partida de las formas más extremas de conflicto grupal, que potencialmente escalan hacia la violencia sin reserva y amenazan la integridad de la vida humana. Esta dinámica plantea riesgos significativos para la estabilidad social, reflejando la manera en que el arquetipo individualista puede amenazar el orden social. Si bien este planteamiento es necesariamente especulativo e incompleto, creemos que ofrece una perspectiva potencialmente fructífera para conceptualizar e investigar los procesos de polarización en futuras investigaciones (May Sidik, 2023).

Habiendo esbozado los mecanismos especulativos mediante los cuales la teoría GIT podría dar cuenta de la polarización patológica, nos dirigimos ahora a una cuestión relacionada pero distinta: las paradojas inherentes al razonamiento inductivo y cómo estas pueden enriquecer aún más nuestra comprensión de la polarización en la sociedad contemporánea.

La Paradoja del Razonamiento Inductivo

Partiendo de nuestro análisis previo, en gran medida especulativo y basado en la teoría GIT, resulta evidente que las explicaciones psicosociales y humanistas ofrecen perspectivas valiosas pero parciales sobre la polarización. Como sostienen Jung et al. (2019), abordar el complejo fenómeno de la polarización patológica requiere un enfoque integrado que combine perspectivas científicas y humanistas. En este contexto, las paradojas inherentes al razonamiento inductivo emergen como una dimensión crucial, aunque a menudo pasada por alto, que pueden complicar -y potencialmente enriquecer- aún más nuestra comprensión de la polarización en la sociedad contemporánea.

Un posible factor que influye en la polarización social contemporánea es una forma de “exceso de confianza” en el razonamiento inductivo. El razonamiento inductivo -a diferencia del deductivo- nos permite construir teorías, ideas o modelos a partir de casos u observaciones específicas (Wason, 1966). Este proceso cognitivo es tan fundamental para el pensamiento humano que Jeffreys (1931) argumentó que el razonamiento deductivo en sí mismo no es más que una consecuencia del conocimiento acumulado mediante inferencias inductivas repetidas. Con el tiempo, esta perspectiva se ha aceptado ampliamente, llegando incluso a considerarse inequívocamente verdadera. Sin embargo, una dependencia exclusiva del razonamiento inductivo puede conducir a errores significativos de juicio. Como discutiremos a continuación, tales errores pueden ser factores que contribuyen a la aparición y persistencia de la polarización patológica en la sociedad.

Una demostración clásica de las limitaciones del razonamiento inductivo fue presentada por Wason (1960). En su experimento, se pidió a los participantes que infirieran la regla que podía explicar la generación de una secuencia de números -2, 4 y 6- proponiendo números adicionales y recibiendo retroalimentación sobre si sus sugerencias se ajustaban a la regla. Tras varios intentos, se solicitó a los participantes que explicitaran la regla que creían generaba la secuencia original. A pesar de producir números congruentes con la regla, la mayoría no logró identificar su simplicidad: la regla era simplemente “números ascendentes”. Los resultados revelaron un sesgo cognitivo hacia la confirmación: los participantes persistieron en probar hipótesis que respaldaban sus suposiciones iniciales, en lugar de explorar explicaciones alternativas. En otras palabras, mostraron una forma de exceso de confianza en su experiencia inmediata y en sus conclusiones inductivas. Esta tendencia a confirmar, más que a cuestionar, las creencias propias, tiene profundas implicaciones para comprender la polarización. Como ha argumentado recientemente Honner (2019), errores de razonamiento similares continúan desafiando la infalibilidad de la lógica inductiva, especialmente cuando los individuos interpretan realidades sociales complejas a través de lentes experienciales estrechas. Tal rigidez cognitiva puede contribuir al afianzamiento de actitudes polarizadas, reforzando sistemas de creencias que resisten la revisión incluso frente a evidencia contradictoria.

El ejemplo discutido anteriormente también sirve como modelo simplificado del razonamiento científico, particularmente cuando los métodos científicos dependen de la adquisición de evidencia para desarrollar teorías y explicaciones sobre la naturaleza (Mynatt et al., 1977). Si bien es cierto que la investigación científica se apoya tanto en el razonamiento inductivo como en el deductivo (Box, 1976), también lo es que los científicos no son inmunes a los sesgos cognitivos que pueden distorsionar estos procesos. Como señala Nuzzo (2015), incluso dentro de la práctica científica, los investigadores pueden engañarse inadvertidamente al confiar en exceso de la evidencia confirmatoria. El mecanismo subyacente en juego aquí se conoce como sesgo de confirmación: la tendencia a buscar, interpretar y generar información que respalde creencias o explicaciones preexistentes (Hogg & Vaughan, 2018, p. 9). Este sesgo, profundamente arraigado en la cognición humana, es uno de los elementos problemáticos clave que pueden contribuir a la aparición y persistencia de la polarización patológica.

Cuando perdemos la capacidad de discutir con nosotros mismos, nos volvemos vulnerables a la polarización. Esta vulnerabilidad está profundamente arraigada en la dificultad de contrarrestar el sesgo de confirmación, una tendencia cognitiva particularmente potente porque el razonamiento inductivo, uno de los procesos fundamentales mediante los cuales construimos nuestra comprensión del mundo, es altamente susceptible ello. Cuando confiamos únicamente en lo que parece evidente para nuestra mente, corremos el riesgo de reforzar creencias existentes sin un escrutinio crítico, redundando así en la polarización de nuestro pensamiento. Como señalan Jost et al. (2022), muchos de los sesgos cognitivos que alimentan la polarización política patológica están estrechamente vinculados al sesgo de confirmación. Entre ellos se incluyen la exposición selectiva a la información, la evitación selectiva, la asimilación sesgada, el sesgo de desconfirmación y los efectos de reacción y retroceso, todos los cuales distorsionan el razonamiento y afianzan los sistemas de creencias preexistentes. Esto resulta especialmente preocupante en la era digital, donde los ecosistemas informativos amplifican estas distorsiones. Vosoughi et al. (2018) encontraron que las falsedades tienen un 70% más de probabilidades de ser compartidas en redes sociales que el contenido veraz. Cuando la desinformación se propaga sin verificación, los mecanismos de polarización se intensifican. Como señalaron acertadamente Von Solms y Van Nierkerk (2013), el problema central en los entornos virtuales no es simplemente la integridad de los datos, sino la integridad de la información, una distinción que subraya la fragilidad epistémica de nuestro panorama mediático actual.

Conclusiones

Como se sugirió desde el principio, adoptar una postura neutral puede ser una de las estrategias más efectivas para mitigar la polarización patológica en la sociedad. Kirmayer (2024) propone que cultivar una forma de escepticismo saludable puede ayudar a prevenir la aparición de opiniones extremistas y polarizadas. Sin embargo, como se ha discutido a lo largo de este ensayo, dicha neutralidad es difícil de mantener y puede conllevar sus propios costes. Al menos, esperamos que el remedio no sea peor que la enfermedad. René Descartes (1912, p. 20) probablemente respaldaría este enfoque moderador, habiendo escrito:

[…] entre muchas opiniones igualmente reputadas, elegí siempre la más moderada, tanto por la razón de que estas son siempre las más convenientes para la práctica, y probablemente las mejores (pues todo exceso es generalmente vicioso), como porque, en caso de caer en error, estaría a menor distancia de la verdad que si, habiendo escogido uno de los extremos, resultara ser el otro el que debería haber adoptado.

En este artículo, hemos abordado dos factores clave que pueden contribuir a la polarización patológica. Definimos la polarización patológica como una forma tóxica de agrupamiento social que socava la armonía social y fomenta el antagonismo. En primer lugar, introdujimos la tensión gregarismo/individualismo (TGI) como un marco teórico para explicar los mecanismos psicológicos que pueden conducir a la polarización. En segundo lugar, examinamos el razonamiento inductivo como un proceso cognitivo vulnerable a sesgos -en particular, el sesgo de confirmación- que puede intensificar el pensamiento polarizado. Si bien ambas propuestas son especulativas, hemos argumentado que ofrecen valor conceptual y pueden servir como puntos de partida fructíferos para futuras investigaciones. La cuestión de cómo contrarrestar eficazmente la polarización patológica sigue abierta. Sería presuntuoso ofrecer soluciones definitivas basadas únicamente en las ideas aquí presentadas. No obstante, en los párrafos siguientes, discutimos brevemente algunos enfoques prometedores para reducir la polarización, basándonos en trabajos recientes en esta área.

Como sugirió Descartes (1912) hace casi cuatro siglos -su Discurso sobre el Método se publicó originalmente en 1637-, la moderación es una estrategia prudente para navegar entre opiniones contrapuestas. En sintonía con este planteamiento, Ben-Porath (2024) enfatiza que buscar posiciones intermedias es un punto de partida crucial para superar la polarización. Propone fomentar entornos donde las personas puedan interactuar abiertamente a través de sus diferencias, creando oportunidades de diálogo que cultiven la apreciación por la diversidad y generen respuestas emocionales positivas ante el desacuerdo. Este enfoque replantea la despolarización no como una cuestión de resolver problemas o dirigir a las personas hacia un centro predefinido, sino como un viaje compartido hacia la comprensión mutua. En contextos educativos, Ruiz-Ruano y Puga (2024) ofrecen una metáfora sugerente: los educadores deberían actuar como DJs, mezclando pistas aparentemente incongruentes e integrando lo que parece divergente. Los errores no solo se esperan, sino que se acogen en el proceso de construir una visión abierta de nuestra compleja realidad social. Quienes participan en esfuerzos de despolarización deben estar preparados para reconocer y corregir sus propios errores. Aunque el proceso puede ser desafiante, Ben-Porath (2024) advierte frente a la tentación de evitar temas difíciles o controvertidos. La clave reside en mantener una actitud constructiva, que priorice el diálogo sobre la división. En términos musicales, el objetivo no es simplemente alcanzar el punto medio, sino lograr la armonía social. En última instancia, Ben-Porath aboga por la creación de entornos seguros que inviten a las personas a reconsiderar sus creencias. Como sugieren Sharot et al. (2023), el cambio de creencias está impulsado fundamentalmente por el cambio en el entorno. Si logramos transformar las condiciones bajo las cuales se forman y mantienen las creencias, podremos comenzar a erosionar las estructuras rígidas del pensamiento polarizado.

La tarea de despolarizar dista mucho de ser sencilla, ya que implica la búsqueda del éxito epistémico colectivo, un concepto que, como sugieren Jung et al. (2019), requiere representaciones compartidas de la realidad entre diversos grupos sociales. Lograr tal consenso resulta especialmente difícil cuando distintas comunidades sostienen narrativas oficiales contrapuestas sobre hechos o acontecimientos históricos. Aunque algunas investigaciones indican que las dinámicas grupales pueden facilitar la despolarización, sigue siendo incierto si estas estrategias pueden escalarse de manera efectiva al nivel de ciudades o naciones (May Sidik, 2023). Sin embargo, la historia ofrece ejemplos esperanzadores: las sociedades, en ocasiones, han encontrado formas de caminar juntas -de la mano- incluso después de guerras civiles. Aun así, el equilibrio es frágil. Es difícil de alcanzar y fácil de perder. Por esta razón, la sociedad debe permanecer vigilante, monitorizando continuamente su progreso hacia el éxito epistémico colectivo. Este horizonte compartido -fundado en el diálogo, la comprensión mutua y la humildad epistémica- debe guiar nuestros esfuerzos, si queremos avanzar en armonía.

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