Lo latente, difuso. La destrucción de la verdad que abre la puerta al fascismo

The latent, the diffuse. The destruction of truth that opens the door to fascism

O latente, difuso. A destruição da verdade que abre a porta ao fascismo

 

Julio Fernández Peláez

Profesor de Teoría Teatral. Escuela de Arte Dramático de Vigo, Galicia.

https://orcid.org/0009-0004-5468-9963

inauditos@gmail.com

 

Resumen

Este artículo aborda aspectos relevantes que apuntan a la persistencia del fascismo en las estructuras sociales en España, de forma similar a lo que ocurre a nivel internacional, desde una perspectiva crítica que asume la complejidad del problema y la necesidad de abordarlo desde todos los ángulos posibles. La idea subyacente es que, en el actual sistema democrático, persisten tendencias ocultas, que ocasionalmente emergen y que contienen analogías, en la teoría y en la práctica, con los principios que dieron origen al fascismo en el siglo XX. La hipótesis que se plantea en el artículo es que estas tendencias tienen en común la distorsión de la verdad en favor de mantener ideas cercanas al fascismo. Así, la manipulación de la información, el resurgimiento de los sentimientos nacionalistas, la deshumanización y el uso del miedo como arma son algunas de las amenazas que se ciernen permanentemente sobre nuestra sociedad, determinando que lo que está en juego no sea la supervivencia del pueblo como configuración abstracta y grupal, sino el dominio de los individuos que lo integran o que aspiran a formar parte de él. Para combatir estas amenazas, el autor propone la activación de estrategias comunitarias que promuevan una mayor conciencia social y, al mismo tiempo, restablezcan la búsqueda de la verdad.

Palabras clave: Autoridad, cultura dominante, desinformación, discurso, estrategias de comunicación, fascismo, filosofía, pensamiento crítico, poder, política, sociología, totalitarismo.

 

Abstract

This article addresses relevant aspects that point to the persistence of fascism in social structures in Spain, similar to what occurs internationally, from a critical perspective that embraces the complexity of the problem and the need to address it from all possible angles. The underlying idea is that, in the current democratic system, hidden tendencies persist, which occasionally emerge and contain analogies, in theory and practice, with the principles that gave rise to fascism in the 20th century. The hypothesis put forward in the article is that these tendencies have in common the distortion of truth for maintaining ideas close to fascism. The manipulation of information, the resurgence of nationalist feelings, dehumanization, and the use of fear as a weapon are some of the threats that permanently loom over our society, determining that what is at stake is not the survival of the people as an abstract, and as a group, but the dominance of the individuals who comprise it. To combat these threats, the author proposes activating community strategies that promote greater social awareness and, at the same time, re-establish the search for truth.

Keywords: Authority, dominant culture, disinformation, discourse, communication strategies, fascism, philosophy, critical thinking, power, politics, sociology, totalitarianism.

 

Resumo

Este artigo aborda aspectos relevantes que apontam para a persistência do fascismo nas estruturas sociais em Espanha, à semelhança do que acontece a nível internacional, a partir de uma perspetiva crítica que assume a complexidade do problema e a necessidade de o abordar de todos os ângulos possíveis. A ideia subjacente é que, no atual sistema democrático, persistem tendências ocultas, que emergem ocasionalmente e que contêm analogias, na teoria e na prática, com os princípios que deram origem ao fascismo no século XX. A hipótese avançada no artigo é que essas tendências têm em comum a distorção da verdade em favor da manutenção de ideias próximas do fascismo. Assim, a manipulação da informação, o ressurgimento de sentimentos nacionalistas, a desumanização e a utilização do medo como arma são algumas das ameaças que pairam permanentemente sobre a nossa sociedade, determinando que o que está em causa não é a sobrevivência do povo enquanto configuração abstrata e grupal, mas o domínio dos indivíduos que o compõem ou que aspiram a fazer parte dele. Para combater estas ameaças, o autor propõe a ativação de estratégias comunitárias que promovam uma maior consciência social e, ao mesmo tempo, restabeleçam a busca da verdade.

Palavras-chave: Autoridade, cultura dominante, desinformação, discurso, estratégias de comunicação, fascismo, filosofia, pensamento crítico, poder, política, sociologia, totalitarismo.

 

Introducción. ¿El fascismo como idea que revive?

Pero, ¿qué es hoy el fascismo en España? Está pregunta se puede encontrar hasta en Telegram, una red social plagada de canales de difusión de miradas fijas, tal que mariposas clavadas con alfiler en una caja herméticamente cerrada, pero siempre a punto de echarse a volar; la hacía un usuario ante el comentario de "fascistas" de otro usuario para definir la noticia de la cumbre de Patriots, celebrada en Madrid los días 7 y 8 de febrero de 2025, y en la que se reunieron diversos líderes de la ultraderecha europea (Santos, 2025); pretendía dejar a la vista la dificultad de definir con claridad el alcance del fascismo en la sociedad española y, sobre todo, si ese nuevo fascismo que comienza a percibirse como un peligro real hundía, o no, sus raíces en el fascismo que podríamos llamar histórico.

No hubo respuestas claras a esta pregunta, lo cual venía a testificar la dificultad -al menos, a primera vista- de determinar hasta qué punto se ha infiltrado el fascismo en la sociedad, si de lo que tratamos es de establecer comparaciones con este fenómeno en el pasado. O, dicho de otro modo: de encontrar rasgos que puedan determinar la pervivencia en el presente, no ya de una forma absoluta, sino de manera parcial, atendiendo a acontecimientos concretos. Estamos hablando, en todo caso, de pos-fascismo, es decir, de aquellas manifestaciones y hechos que, produciéndose en el contexto actual, son una continuación de la ideología fascista del XX.

Por otra parte, es evidente, sobre todo a juzgar por el avance de los partidos de extrema derecha y otros declaradamente fascistas, que el fenómeno que tratamos de describir tiene una gran relevancia en términos de actualidad pudiendo, incluso, definir una tendencia desde un punto de vista sociológico.

En primer lugar, hemos de advertir que, aunque minoritarios, existen grupos que se definen a sí mismos como fascistas, y aquí no cabría más polémica que la de determinar qué aspectos del pasado (fascista) quieren rescatar. ‘Dios, patria y familia’ es, por ejemplo, el lema de Hermanos de Italia, el partido de la presidenta de ese país, Giorgia Meloni, un lema sacado directamente de la retórica fascista de la década de los 30 del XX (Gayozzo, 2022).

"Vuelven los lemas fascistas, los saludos nazis, las masas bestiales que dan al like. El pulgar hacia arriba que ha hecho ricos a los magnates tecnológicos". Así comenzaba el editorial de Carne Cruda, en Instagram, el 23 de enero de 2025, para encabezar el podcast La era de los emperadores, donde el director del programa, Javier Gallego, ponía en evidencia el advenimiento y normalización de una parafernalia fascista.

Adorno (2005), en su Ensayos sobre la propaganda fascista, en el capítulo ¿Qué significa elaborar el pasado?, pone el foco en esta cuestión:

Que el fascismo sobreviva, que la tan trillada elaboración del pasado no se haya conseguido hasta hoy y que haya degenerado en su propia caricatura, el olvido frío y vacío, se debe a que los presupuestos sociales objetivos que propiciaron el fascismo todavía persisten. (P. 64).

Para Adorno, las identificaciones colectivas que permitieron el auge del fascismo pervivieron de manera latente, así como el narcisismo colectivo que englobaba las causas profundas: "Solo porque las causas subsisten, hasta el día de hoy no se ha roto su hechizo", termina diciendo Adorno (2005, p. 70).

Es decir, la cuestión no es solo que ideologías cercanas al fascismo hayan regresado de alguna manera, sino que, con mayor o menor intensidad, la propia sociedad pueda permitir que se apliquen los principios ideológicos del fascismo, ya sea abiertamente o de forma disimulada.

Ya en 2015, Marcia Tiburi, en su prólogo del libro Cómo conversar con un fascista. Reflexiones sobre el autoritarismo de la vida cotidiana, avisaba sobre una realidad ineludible: “Por desgracia, el fascismo está entre nosotros. En diversos países y ciudades del mundo, resurge como un fenómeno, bien unido a manifestaciones personales de los más diversos prejuicios, bien como expresión directa de autoritarismo” (2015, p. 19).

Hemos de advertir, antes de continuar, sobre las diferentes visiones y definiciones que se han realizado y se siguen realizando de la palabra fascismo. Umberto Eco (2019, 2019a) utilizó los términos ‘Ur-Fascismo’ y ‘fascismo eterno’ para definir aquellos rasgos que considera fundamentales en la definición de fascismo. Estos serían, entre otros: tradicionalismo, irracionalismo, negacionismo de la intelectualidad y del pensamiento crítico, miedo a la diferencia, nacionalismo, antipacifismo, elitismo, culto al héroe, machismo, populismo cualitativo basado en las emociones o pasión por las neolenguas (que para Umberto Eco tendrían su traslación en la actualidad en el reality-show).

Además de Umberto Eco, son muchos los autores, filósofos e historiadores que han dedicado su tiempo a estudiar el fenómeno del fascismo desde un punto de vista epistemológico. Podemos citar, entre otros, a: Hannah Arendt (1998, The Origins of Totalitarianism; Leanza, 2023), Emilio Gentile (2005, Fascismo, historia e interpretación; Priorelli, 2024), Robert Paxton (The Anatomy of Fascism; Mason, 2020) o Steven Forti (2024, Democracias en extinción).

Precisamente, Forti (2004) nos advierte sobre la inconveniencia de no mirar las nuevas derechas con las gafas del fascismo debido a la inflación semántica de este término, de acuerdo con lo apuntado también por otros historiadores como Roger Griffin (2010). Sin embargo, y a pesar de esta mencionada inflamación, tampoco parece plausible negar que el fascismo sigue habitando en el interior de las sociedades, y que aguarda su oportunidad para manifestarse y conseguir sus fines políticos.

 

Autoritarismo y alteración de la verdad

De manera paradójica, si la autoridad, como figura retórica, no hace sino personificar otro término, el de verdad, el término fascismo nace de la idealización de la magistratura romana que convierte la palabra latina auctoritas (derivada del verbo augere, aumentar, hacer crecer) en atributo de magnitud, de grandiosidad, y en consecuencia de exaltación de la única verdad posible -que se transmite de modo vertical y mediante el ejercicio del poder-.

Continúa viva la idea subyacente de que, sean cuales sean los costes, se han de mantener las estructuras de autoridad que gobiernan el comportamiento de los individuos, y prueba de esto, en España, perviven abundantes ejemplos que tienen que ver con la criminalización de la protesta en todas sus formas -algunos de ellos denunciados por Amnistía Internacional (2014)-, lo cual no deja de ser un indicio serio de que la autoridad ‘se defiende’ empleando todas las armas a su alcance, incluida la alteración de la verdad. No podemos olvidar nombrar a los seis de Zaragoza -encarcelados por asistir a una manifestación antifascista- (Alonso, 2024; González y Plana, 2025), las seis sindicalistas en Gijón -con una condena ratificada por el Supremo por organizar piquetes contra una pastelería- (6 de la Suiza, 2025; Forner, 2024), o la condena de prisión y multa a seis personas que rehabilitaron un pueblo abandonado en Guadalajara (Romero, 2023; Brunat, 2018).

De alguna forma, el mantenimiento de estas estructuras de autoridad, y la demostración de su invulnerabilidad implica, a su vez, un sacrificio que las sociedades deben asumir sin hacer preguntas. En referencia a la ficción del sacrificio, Slavoj Žižek apunta hacia una disolución del deber en lo irracional. "La ideología fascista se basa en un imperativo puramente formal: obedece porque debes" (1998, p. 115), y esto permitiría, a su vez, una justificación de la desmesura.

Las ejecuciones arbitrarias llevadas a cabo desde el poder judicial, más que imponer un castigo justo de carácter personal -a quienes cometieron tal o cual infracción- buscan infundir, de este modo, un correctivo ejemplarizante de orden superior y de carácter social, a modo de escarmiento. Es decir, la obediencia conduce, a su vez, hacia el mantenimiento, a toda costa, de un orden civil que se ve amenazado desde los movimientos sociales, desde su desobediencia.

Esta defensa de lo establecido, con la fuerza de la ley, abarca aspectos políticos y religiosos, pero también culturales, y no en pocas ocasiones está estrechamente relacionada con una visión patriarcal fuertemente arraigada en el seno de las tradiciones. El proceso por el que avanza el fascismo requiere de la implantación de creencias y pensamientos simples que se alejen de la racionalidad ilustrada. Y, así mismo, también requiere una complacencia y una actitud silente.

Jordi Gracia, en su libro La resistencia silenciosa: fascismo y cultura en España (2004), describe el mantenimiento de una actividad intelectual en las primeras décadas del franquismo que es capaz de encontrar en éste un aliado, permitiendo de forma indirecta que continúe el reduccionismo cultural franquista. En la actualidad, y sin la represión que caracterizó a esa época, el silencio, o la aceptación de decisiones que intuimos injustas, es también un síntoma de lo frágil que es la sociedad frente a la adopción de medidas autoritarias. Y, al contrario, la manifestación de rechazo hacia esas decisiones puede convertirse en antídoto frente a los intentos de autoritarismo.

El caso Juana Rivas puede servirnos de ilustración. Cuando en 2018 el magistrado Manuel Piñar firmó la sentencia que condenó a Rivas a cinco años de cárcel, además de seis de pérdida de la patria potestad y 30.000 euros de multa, por dos delitos de sustracción de menores en 2016, el principal argumento fue “explotar el argumento del maltrato”, y no pocas voces, desde la clase política, se atrevieron a tildar este argumento de desproporcionado o machista, También, a un nivel mediático y popular, cuando en mayo de 2021, el juzgado de lo penal número 1 de Granada ordenó la ejecución de la sentencia de dos años y seis meses de prisión para Juana Rivas, salvo contadas excepciones, se produjo una reacción generalizada de rechazo a esta decisión, más cuando la trayectoria del juez parecía indicar un comportamiento obsesivo (Gómez, 2025; Sarrión, 2025).

Aunque el caso siguió su curso sin alteraciones, tal vez sin esta reacción mediática y popular, y la presión de ciertos grupos políticos, no se hubiera producido el indulto parcial aprobado el 16 de noviembre de 2021 por el Consejo de Ministros. Cabe la sospecha de que el caso Juana Rivas no es un caso aislado, y que existen muchas otras actuaciones que van en esta dirección autoritaria -tanto desde órganos de poder directo como indirecto-, de manera que solo estaríamos ante la parte visible del iceberg.

En gran medida, esta sospecha viene alentada por el mantenimiento de la ley mordaza, que es el término coloquial con el que nos referimos a la Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de protección de la seguridad ciudadana, en España. Esta ley implica, según Amnistía Internacional (2014) y Human Rights Watch (2025), una amenaza directa a los derechos de reunión pacífica y a la libertad de expresión. Una de las críticas más extendida es la alta direccionalidad concedida a las fuerzas de seguridad, lo cual atenta directamente contra la capacidad de manifestación, y sobre todo contra defensa de la verdad, la cual no podrá hacerse valer frente a la verdad de las fuerzas del orden.

El hecho de que esta ley no termine de derogarse, o que grupos políticos como el Partido Popular y Vox, hayan expresado la necesidad de que continúe en vigor, demuestra cómo un sector importante de la sociedad acaba por aceptar un imaginario impuesto que puede considerarse que tiene como base ideológica determinadas variables afines a la concepción clásica del fascismo.

 

Manipulación del lenguaje y de las emociones

Si bien podemos afirmar que, a medida que las sociedades europeas evolucionan, también quedan atrás viejos conceptos asociados a esa autoridad que precisa del poder para imponerse, lo cierto es que los rescoldos de esa insidiosa equivalencia entre autoridad y poder no dejan de producirse, como tampoco dejan de producirse la manipulación de los titulares en la prensa, de manera que la información ha pasado a definirse muy a menudo como desinformación. En este sentido, es interesante comparar los titulares de los diarios de la Falange mientras sobrevivió el nazismo en Alemania (Lazo, 1995, p. 303), y los titulares de determinados periódicos sobre la guerra de Ucrania, o la mal llamada guerra entre Israel y Palestina.

Como botón de muestra, no es difícil encontrar ejemplos de traslación a la contemporaneidad de todos y cada uno de los principios que Joseph Goebbels fue desarrollando a lo largo de su carrera dentro del partido nazi y como Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda de Hitler (Aramayo, 2021; Juste, 2021). Aunque no hubo una redacción de los mismos, lo cierto es que pueden sistematizarse, tal y como hizo Marçal Moliné (2013), para determinar que estamos ante 11 variables en la diseminación de la propaganda: simplificación y enemigo único, método de contagio, transposición, exageración y desfiguración, vulgarización, orquestación, renovación, verosimilitud, silenciación, transfusión y unanimidad.

No es exagerado decir que, en mayor o menor medida, todos o una buena parte de estos principios siguen siendo utilizados con frecuencia por los partidos de la ultraderecha. Si analizamos uno de ellos, el principio de exageración y desfiguración, su utilización sigue vigente como estrategia política en estos grupos. La idea de convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave, es parte del día a día del populismo más conservador con la complicidad, todo sea dicho, de los medios de comunicación. En su día, la criminalización de los menores extranjeros no acompañados (UNICEF, 2019), por citar un ejemplo, ocupó durante un tiempo espacios de debate y abundantes espacios informativos que servían en bandeja los argumentos que la ultraderecha necesitaba para dar sentido a sus programas políticos.

Pero la deformación de la verdad desde la información puede implicar también la aniquilación del lenguaje.  Klemperer, en su libro LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, cuenta cómo el propio lenguaje fue desestructurado de manera que las palabras aisladas, las expresiones o las construcciones sintácticas, fueron transformadas en emociones que el régimen empleaba para anular la conciencia colectiva, "repitiéndolas millones de veces, y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente" (2001, p. 31).

La destrucción del lenguaje tiene una consecuencia lógica, y es la aniquilación de la verdad en favor de una autoridad que dicta sus verdades. Las fake news no solo diseminan la mentira, ayudan a la expansión de ideas totalitarias (Carbone, 2024).

Una de estas ideas es la exaltación del nacionalismo, la defensa a ultranza de "lo nuestro". En un mundo completamente globalizado desde un punto de vista económico, lo que nos une sigue estando suscrito a ideas territoriales. El lenguaje territorializado permite componer la idea de un fin superior de construcción nacional, de tal forma que el pueblo puede asumir con naturalidad su función como pieza del engranaje. Y es aquí donde la manipulación adquiere su protagonismo en su genuina labor al servicio del poder: anteponiendo ideas abstractas y de unión de las masas a las propiamente vitales.

Giovani Gentile (2022), en La doctrina del fascismo. Benito Mussolini, considera un origen en la idea del Estado corporativo, que produjo un pavoroso régimen militar -a imitación de otras dictaduras militares anteriores-. El pos-fascismo hoy se transmite por debajo de la piel de la sociedad y de manera disimulada, amparándose en la confusión producida por toda una serie de medios de comunicación de masas que, precisamente, se amparan en la deformación de la verdad. Sin embargo, la técnica de transmisión sigue siendo la misma: creencias y emociones ocupan un lugar primordial en la labor de manipulación de masas.

El objetivo último no es otro que el de alterar a su favor el imaginario -según la definición aportada por Cornelius Castoriadis (Hessel, 2022)-, transformando, de manera beneficiosa, las representaciones sociales, que encarnan las instituciones, en favor de una cosmovisión en la que el poder siempre obra de forma correcta.

En este sentido, la desinformación, o la manipulación de la información, no podemos verlas como estrategias inocentes que tratan de protegernos de la cruda realidad a los individuos indefensos, sino también como herramientas de producción de tolerancia hacia el pos-fascismo.

En definitiva, no sería necesario imponer a través del poder las tesis más duras del fascismo; estas pueden ser llevadas a cabo dentro de un sistema democrático, y no solo a través de los partidos que son afines a la ultraderecha, sino mediante la asunción y la complicidad de gran parte de la sociedad. Para Francisco Sierra, estaríamos ante un "discurso bélico imperial de la barbarie como horizonte de progreso" (2019, p. 171).

La actuación sobre el imaginario social de forma perversa puede ser percibida como única vía de salvación social. Si en los años de entreguerras del siglo XX se impuso la noción de “salvación nacional” (Griffin, 2010, p. 364), donde el fascismo entraba como fuerza capaz de mantener las naciones frente a la crisis, hoy el pos-fascismo sigue teniendo una función aglutinante social ante las nuevas crisis sociales y económicas que se suceden una detrás de otra. Si entonces se aceptaba a ciegas el poder de quienes se presentaban como “salvadores”, hoy, esta misma ecuación podría ser aplicable al complejo universo del flujo de las ideas neonazis que circulan por las redes sin control, pero que siguen ofreciendo, a cambio de un estado de opinión interesado, todo tipo de promesas de redención, incluidas las que tienen que ver con un mayor gasto de defensa frente a las agresiones exteriores, o el desarrollo de la tecnología como única vía de desarrollo.

En el fondo de la cuestión, la salvación que promete el pos fascismo está relacionada con un nuevo paradigma en el que el capitalismo adopta una posición proteccionista para quienes, sintiéndose privilegiados dentro del sistema, temen perder estos privilegios. De alguna manera, podríamos decir que esta es la natural consecuencia del capitalismo en su estado más liberal: ofrecer a los individuos una auto liberación de la propia frustración como seres infelices, a cambio de una abstracta protección.

Acabemos con los servicios públicos universales, dirá el pos-fascismo -sin necesidad de llamarse así-, acabemos con todo aquello que hemos de sostener con sangrantes impuestos, establezcamos unas reglas de juego absolutamente liberales -a esto le llamarán libertad- y que opere el ‘sálvese quien pueda’, es decir, llegado el momento, que se salven quienes hayan podido ahorrar o hayan heredado capital. Toda una serie de máximas dentro de un sistema cada vez más productivo y deshumanizado, donde la violencia puede llegar a verse como un medio aceptable para conseguir los fines. Véase, en concreto, cómo, según una encuesta realizada entre los días 18 y 19 de octubre de 2023 por The Israel Democracy Institute, el 70.8% de la población israelí opinó que el sufrimiento de la población palestina no debería ser tenido en cuenta durante el desarrollo del conflicto.

Para llegar a esta brutal falta de empatía, es posible que el pos-fascismo haya tenido que realizar un largo camino en el seno de las estructuras familiares, educativas y sociales. Pero también podría estar ocurriendo que las sociedades, y no solo la israelita, estén aceptando la ausencia de esperanza. Tal y como apuntara en su día el filósofo marxista Ernst Bloch, el mejor antídoto contra el fascismo sería un optimismo militante, una función utópica positiva capaz de derivar el horizonte de la cultura hacia un objetivo concreto (2007, p. 135).

En un contexto de la micro-información difundida hasta el infinito, los mensajes y los bulos calan no porque tengan cuchillos -que a veces los tienen-, sino porque son los mensajes que la audiencia quiere escuchar para sentirse bien, para no subvertir la comodidad, para no tener que reflexionar sobre los prejuicios y los sesgos que abren la puerta al odio, la intolerancia o el fanatismo, y también, cómo no, para sentirse dentro del grupo. Todo ello en ausencia de otros objetivos vitales.

No te preguntes si hay una mayoría de ciudadanos en Israel que están de acuerdo con las masacres que ordenan sus líderes religiosos. Pregúntate cómo está sucediendo, cómo ha sido posible envenenar con fascismo a poblaciones enteras sin que estas poblaciones reconozcan el veneno en sus pensamientos, o en sus afectos.

 

Microfascismos. nacionalismos y militarismos

El término microfascismo fue utilizado por Deleuze y Guattari para referirse a la existencia de elementos fascistas dentro de las estructuras sociales y en el pensamiento individual, más allá de otras manifestaciones de carácter institucional: "Si el fascismo es peligroso se debe a su potencia micropolítica o molecular, puesto que es un movimiento de masa: un cuerpo canceroso, más bien que un organismo totalitario" (1994, p. 219).

Los microfascismos, entendidos como el conjunto de actitudes que empujan a los ciudadanos a obrar de acuerdo a unos principios cercanos al fascismo, realizan una función importante en la tolerancia hacia ideologías claramente fascistas. Así, de igual manera a cómo el patriarcado necesita tanto de comportamientos machistas individuales, como de una tolerancia hacia los mismos por parte de la sociedad, el fascismo latente que espera su momento para entrar en acción precisa de resortes sociales capaces de mantenerlo siempre vivo, los cuales tienen que ver con mecanismos de carácter irracional, más conectados con creencias que con formas de pensamiento.

El manejo de las emociones es fundamental para que el fascismo siga ahí, agazapado y esperando su oportunidad para fusionarse con el poder, incluso sin necesidad de derribar ninguna democracia.

Una de las emociones con un mayor grado de manipulación es el sentimiento patriótico, un sentimiento que puede estar ligado, a su vez, a fenómenos y eventos que fomenten la unión de un pueblo en competición con otros. Y he aquí que el deporte puede jugar un papel fundamental.

La historiadora Patrizia Dogliani hace hincapié no solo en la capacidad de movilización que el fascismo hizo del deporte, sino en su poder de validación: “El régimen fascista convirtió Italia en una de las primeras naciones modernas que supo utilizar el deporte como instrumento de propaganda política y hacer de los propios atletas los más famosos embajadores en el extranjero” (2017, p. 220). También el Tercer Reich quiso explotar su concepto de raza aria a través de la minuciosa preparación de las olimpiadas de Berlín de 1936, aunque como se relata en el film rodado durante los juegos por Leni Riefenstahl (2017), Olympia, esta idea quedaría en evidencia con el triunfo de atletas afroamericanos, y asiáticos.

En la actualidad, el deporte sigue ejerciendo el mismo poder sobre las emociones, y la misma capacidad de unir a las personas en una causa común. El deporte sigue siendo un lugar común para la construcción de lo que podríamos llamar identidad, tanto la ligada a un país como a un territorio concreto, aunque de un modo más evanescente y espectral que en las primeras décadas del siglo XX.

El deporte, a pesar de todas las contradicciones que genera la internacionalización de marcas y costumbres, y al igual que otras manifestaciones y costumbres, sigue siendo utilizado para generar iconos que nos diferencien del resto de países o territorios. Y también, en sentido negativo, estos iconos pueden ser empleados para reafirmar nuestra no pertenencia a un lugar mediante su rechazo. Incluso en el caso de que jugadores de origen extranjero ocupen un lugar importante en el deporte, lo relevante seguirá siendo la representación simbólica del país o del equipo en cuestión, y este hecho difícilmente modificará la situación, por citar un ejemplo, de los centros de internamiento de extranjeros.

Por otra parte, el arraigo de la utilización de símbolos identitarios, podría estar relacionado con una permanente tendencia al tribalismo. Michel Maffesoli en su libro El tiempo de las tribus. El ocaso del individualismo en las sociedades postmodernas, habla de un "pensamiento de vientre", "un pensamiento que sepa encargarse de los sentidos, las palabras y las emociones comunes (2004, p. 37). Desde un punto de vista antropológico, el tribalismo es un concepto que hace referencia a un fenómeno cultural bien conocido, por el cual los individuos crean grupos u organizaciones de naturaleza social con los que identificarse y reafirmarse. Ya sea por la necesidad de generar compañerismo en las labores comunitarias, o mantener la comunidad unida frente a las agresiones exteriores, el tribalismo parece haber sido un fenómeno ligado a nuestro propio desarrollo como especie. ¿Pero sigue siendo necesario en las sociedades contemporáneas? ¿Hasta qué punto no es cómplice de los nuevos pos-fascismos?

Si bien la creación de comunidad puede implicar un trabajo colectivo por el bien común, la necesidad de pertenecer al grupo puede provocar, también, una aceptación ciega de las normas que rigen el grupo, impidiendo, a su vez, cualquier tipo de disidencia, y negando, por otra parte, la existencia de rasgos comunes con otros grupos a los que llegamos a considerar "diferentes". Es decir, la negación de los rasgos que Morín (2025) denominaba "universales psicoafectivos," y que son comunes a nuestra especie.

Tal y como explica Eva Illouz en su libro Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, "la construcción del capitalismo se hizo de la mano de la construcción de una cultura emocional muy especializada" (2007, p. 18), de modo que la manipulación de las emociones es algo consustancial a la industria del entretenimiento y, en modo general, también al capitalismo.

La borrachera de la pertenencia a un territorio, y que tiene su máxima expresión en el júbilo que se desata tras vencer en un acontecimiento deportivo, podría ser considerada un acontecimiento inocente que simplemente une a unas personas con otras y las reafirma como merecedoras de “ser” de una ciudad o de un país; pero el significado de esta suerte de explosión emocional también está relacionada con la anulación del sentido crítico, la normalización de la cultura de la banalidad, y el adormecimiento social.

La idea extendida de que no hay futuro aceptable sin una nación que nos proteja, o sin un Estado que reprima las agresiones externas, ya sean estas de índole moral, ideológico, cultural o material, configura un caldo de cultivo para la reactivación de sistemas de gobierno que, surgidos en democracia, sean capaces de involucionar hacia una pérdida de derechos fundamentales.

Percibir los problemas nacionales, con la misma perspectiva que un partido de fútbol o un certamen de Eurovisión, puede ser un alimento para nuevas formas de fascismo en las que se justifiquen soluciones fáciles, y que impliquen movimientos peligrosos a un nivel nacional o incluso geopolítico. Alentar el nacionalismo desde lo pequeño, desde lo micro, nos puede llevar a justificar cualquier tipo de guerra o de agresión genocida. El renacer del espíritu militarista en todos los rincones del mundo solo se sostiene mediante la aceptación normalizada de ideas tan pueriles como que hay que rearmarse para ser más fuertes, o que hay que luchar para defenderse, etc.

No muy lejos, en Israel, se ha establecido un régimen teocrático, con el amparo de la bien nombrada democracia, capaz de cometer actos execrables de genocidio, y Europa, a día de hoy, sigue enviándole armas o colaborando con su tibieza.

 

Deshumanización. la tragedia de la migración

La impresión general sobre el capitalismo depredador es que abarca todos los aspectos de la mercantilización de las necesidades humanas: precariedad laboral, explotación de personas en otros territorios para la importación de materias primas, desmantelamiento de los servicios básicos -sanidad, educación, cultura-, y todo un largo etcétera de iniciativas toleradas, aprobadas por gobiernos, o incluso subvencionadas desde Europa, que lo que consiguen finalmente es una concentración del poder económico en muy pocas manos, lo cual facilita la manipulación de la economía y de los recursos vitales exclusivamente en beneficio de las élites.

La progresiva subordinación de los valores humanos a esta forma económica afecta a las relaciones entre las personas, pero también a nuestra comprensión del entorno. A medida que las élites imponen sus normas de juego, se acentúan las ideas básicas relacionadas con la supervivencia en el medio. Muchas de las acciones que acontecen en la sombra, y que atentan contra los derechos de las personas, en particular las acciones contra las personas que llegan o intentan llegar desde otros países, se justifican a sí mismas -a pesar de la falta de humanidad que las caracteriza-, a través de una simple afirmación hegemónica: "primero los de aquí, primero los nacionales". En este sentido, quien piense que no es una nueva forma de fascismo dejar morir a los migrantes en el Mediterráneo, o devolverlos a países donde no se aplican los derechos humanos, se equivoca. Las recientes restricciones a Médicos Sin Fronteras (2024), u otras organizaciones, para impedirles realizar su trabajo de salvar vidas en medio del mar, es cooperación con el genocidio, no muy diferente al practicado por el fascismo clásico del XX. Pero también lo es la impunidad del caso Tarajal, después de 11 años desde la muerte de 14 personas en la playa de Ceuta, a raíz del uso de material antidisturbios por parte de la Guardia Civil, un hecho denunciado repetidamente por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (Iñesta, 2025).

Que la migración, en un contexto deshumanizante, sea una cuestión principal para la ultraderecha no es casualidad. Para Enzo Traverso, un rasgo común del pos-fascismo, bien arraigado en todas sus variantes, desde los movimientos neonazis a los partidos más “moderados” salidos de las derechas tradicionales, es la xenofobia (2016). Y sería esta xenofobia introducida en los sistemas democráticos la que justificaría en última instancia la pasividad frente a la tragedia de la migración, y también el relajamiento político frente a la constitución de posverdades en las que la migración aparece como problema capital, y no como lo que realmente es: un fenómeno inevitable ligado a la propia contemporaneidad y las condiciones de vida generadas por el propio capitalismo.

A pesar de esta obviedad, la migración se hace fuerte en el imaginario pos-fascista, el que trata de adaptar la ideología heredada del fascismo a la realidad actual. Y en la constitución de este baluarte influye de manera poderosa la falta de una utopía positiva, que es sinónimo de esperanza vacía, caldo de cultivo necesario para la imposición de normas abstractas y cosificadoras.

La suplantación de la utopía positiva por un realismo desesperanzado es capaz de normalizar socialmente la falta de asistencia en el Mediterráneo -donde al menos mueren nueve personas al día intentando llegar a Europa-, y de justificar el nuevo Pacto Europeo de Migración y Asilo, que atenta directamente contra los derechos fundamentales de las personas, tal y como lo relata en sus conclusiones la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), dentro de su informe redactado en 2024.

En el fondo de la cuestión se sitúa la ficción de que Europa se asienta sobre una cultura propia y genuina que no se debe poner en riesgo, y para ello no se duda en utilizar retruécanos y otras figuras retóricas capaces de cambiar el sentido del derecho de asilo, como es el oxímoron de “no entrada” para establecer que nadie que haya entrado en un país sin autorización gubernamental ha entrado en realidad, de tal modo que se puedan justificar así las devoluciones en caliente, y otra serie de atentados contra la dignidad humana.

Cierto que, con relativa frecuencia, salen voces críticas en consonancia con lo que con frecuencia afirma la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), con sus críticas a España en relación a los derechos humanos y las libertades fundamentales, especialmente en temas relacionados con la inmigración (Hernández, 2025); pero, en el contexto general, no son suficientes para generar un cambio de perspectiva, y un alejamiento de posicionamientos pos-fascistas como los que hemos descrito.

El 9 de abril de 2024, en el Congreso de los y las diputadas, se aprobó por mayoría absoluta la toma en consideración de una ILP de Regularización, con el único voto en contra de la ultraderecha de VOX. Una buena forma de demostrar de que no hay peligro de caer en maximalismos fascistas que abogan por la deportación en masa, como ya está ocurriendo en otros países, es darle una salida a la propuesta que pretende modificar, en un artículo único, la Ley Orgánica 4/2000, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social.

Para Jason Stanley, lo que define al fascismo es

la manera especial que tiene de deshumanizar ciertos segmentos de la población. Al excluirlos, limita la capacidad de empatía de los demás ciudadanos y justifica el tratamiento inhumano; desde la represión de la libertad, el encarcelamiento en masa o la expulsión hasta,en casos extremos, el exterminio en masa. (2019, p. 8).

 

La cultura del miedo. Formas de subordinación

En los últimos años hemos visto cómo se producía la expansión del capitalismo neoliberal sin apenas una regulación que pudiera frenar el deterioro de ese Estado del bienestar, ese mismo que el propio capitalismo ponía encima de la mesa como uno de sus grandes logros.

El desenfreno en la liberalización de los mercados, y la disminución del poder de los Estados para establecer límites, ha generado que el capitalismo amenace con prescindir de los clásicos sistemas de gobierno, para imponer una autocracia desde el poder económico, a través de su influencia permanente en los representantes democráticos, ya sea mediante lobbies u otras formas de presión, sobre las deudas que han de manejar los Estados.

En esta compleja situación en la que es difícil saber quién o quienes toman las decisiones importantes, aquellas que gobiernan en realidad el mundo, el capitalismo también muestra su debilidad, en especial, ante situaciones de crisis en las que resulta complicado justificar el abandono de la sociedad por parte de las élites, momentos en los que el populismo parece aprovechar su oportunidad.

Para autores como Federico Finchelstein (2020), el populismo de derechas no deja de ser una continuación del fascismo, solo que de una forma más blanda:

las ideas fascistas de comunidad popular, líder y nación fueron elementos fundacionales del populismo moderno desde la Segunda Guerra Mundial, pero el populismo a menudo los reformuló o los rechazó, especialmente en los rasgos relacionados con la violencia política extrema del fascismo y su subversión totalitaria de la democracia. (Finchelstein, 2018, p. 29).

No cabe duda de que el resurgimiento de los populismos también es un peligro para el capitalismo, en la medida en que se ve obligado a atender demandas que podrían atentar contra la propia inercia del capitalismo. Por ende, nos encontramos en un contexto endiablado con múltiples intereses donde prácticamente todo es posible. Un contexto en el que el fascismo podría imponerse gracias a su fuerza simbólica, y merced a la imposibilidad del capitalismo para aportar soluciones.

Tal vez el fascismo ya tenga preparado el siguiente paso: querrá que la ciudadanía sea fascista, querrá que tú, ciudadano, seas fascista, porque habrás comprendido que esta es la única manera de que alguien te proteja, de que el sistema te proteja.

He aquí el quid de la cuestión: a mayor desorden, más miedo, y a más miedo, más necesidad de control. Esta es la forma en la que el fascismo hace su trabajo. Te prepara para que lo ames sin que te des cuenta del amor que sientes, porque lo que sientes es miedo. Y hasta tal punto el miedo es importante para que el fascismo pueda extenderse que los partidos que abiertamente se alinean en esta tendencia colocan la seguridad como principal derecho. Así se expone en el programa de España 2000: “Sostenemos que el primer derecho humano es la seguridad sin el cual cualquier otro derecho no puede realizarse. Sin seguridad no hay libertad de acción o pensamiento para una persona” (2025).

Lo que Noam Chomsky relató como “cultura del miedo,” para poner el foco en cómo el gobierno de Estados Unidos utilizaba el terrorismo para recortar derechos, puede que no sea nada comparado con el miedo general que pueden despertar cuando las migraciones por razones climáticas sean inevitables, y se produzca una sensación de caos permanente. ¿Estaremos al borde de un totalitarismo darwiniano, tal y como relata Carlos Taibo (2022), en su libro Ecofascismo?

Quizá suene un tanto tremendista, pero habrá que prestar atención a cómo en un futuro próximo es percibido el pos-fascismo normalizado, y cómo a través de una especie de transformación semántica este podrá vestirse con su mejor traje para ser aceptado socialmente. Se trata de un cambio de mirada mediante la cual se construyen las realidades políticas que regulan la vida ciudadana. Si el fascismo era percibido hasta ahora, y en su versión extendida popularmente, como una transmisión de valores desde el poder mediante el autoritarismo, el gran cambio que puede acontecer es que el nuevo fascismo aparezca como el auténtico y legítimo defensor de los intereses y valores populares.

La clave para vencer al fascismo estará, siguiendo esta lógica, en poder escapar de esa mirada pervertida de la realidad, renegar de la convulsión de las redes sociales, y huir de la deformación de las lentes de aumento que utilizan el miedo como detonante.

Está en las sociedades la decisión de abrir ventanas de esperanza ante el fascismo que nos amenaza, pero esta decisión conjunta requiere divergir de las ideas dominantes, no someterse a la tiranía de los populares micro-fascismos y, sobre todo, tener la valentía de expresar en voz alta que existen caminos para hacer cumplir los principios humanistas.

Es preciso, en consecuencia, actuar con urgencia, proponer cuanto antes una revalidación de los valores universales que ponga freno a la expansión de los nuevos fascismos. Y para ello, se necesita, de manera urgente, romper con la dinámica establecida de subordinación del individuo al sistema. Es decir, revertir la progresiva pérdida del sujeto, aquella de la que hablaba Adorno en su Dialéctica de la Ilustración (Horkheimer y Adorno, 2018).

A nuestro juicio, tres son los procesos de subordinación que siguen ejerciendo presión sobre el pensamiento crítico y la experiencia subjetiva, en favor de una abstracción totalitaria, favoreciendo a su vez un estado de dominación permanente, incluso en el interior de los sistemas democráticos. Hablamos, sobre todo, de una subordinación del sujeto al sistema, y en la que la víctima es la verdad social, la de los acontecimientos, entendida como principio que hace valer la justicia.

Para analizar esta cuestión, habría que comenzar definiendo el sistema no solo como un ente indefinido y simbólico, sino como todo aquello que, de manera integrada, consigue que el conjunto se mueva sin que en su interior nada cambie. Es decir, sin que determinada clase social, dominante, pierda privilegios. Resulta llamativo, por ejemplo que, a la hora de establecer leyes, que vayan en consonancia con uno de los artículos básicos de nuestra Constitución, como es el derecho a la vivienda digna, ninguna de las normas en vigor sirva para hacer cumplir este derecho, más bien al contrario: han conseguido agrandar el problema desde la falta de protección, la permisividad con los abusos, o el simple abandono de la vivienda a las veleidades del mercado.

Es impensable que una democracia que, por definición, ha de huir de los nuevos fascismos, acepte que se pueda echar a una familia de su casa por el simple hecho de que no pueda pagar el precio disparato de un alquiler, o que se pueda dejar en la calle a ancianos cuando la vivienda donde viven es comprada por un fondo buitre. Pero está ocurriendo. Y no solo eso, ha nacido un nuevo espíritu de defensa a ultranza de la propiedad, incluso por métodos violentos, con tolerancia hacia grupos de desocupación que actúan al margen de la ley, como es el caso de la empresa Desokupa (Cúneo, 2022).

Sería inacabable relatar todos los casos en los que se hace evidente una subordinación del sujeto al sistema, incluso si nos referimos a aspectos concretos como puede ser la subordinación del trabajo al capital. El capitalismo depredador nos quiere inútiles o, dicho de otro modo: todo aquello que no sea productivo debe ser desechado. Esto significa que el trabajo ya no es una labor cualquiera que produce bienes para la comunidad, sino que simplemente está asociada a la consecución de materiales y productos de consumo, lo cual nos lleva implícitamente a desarticular toda una serie de principios básicos que fundamentan la vida, nuestro entorno y también lo que somos como especie.

Cabría preguntarse si colocar una industria contaminante en un entorno natural -y hablamos ahora del caso Altri (Bibici, 2025; Muñoz, 2025)-, con el simple objetivo de generar riqueza para determinadas corporaciones, y sin tener en cuenta el daño que se hace al medio, al patrimonio y al paisaje, no es una exaltación del capital como única vía al futuro, y si esta imposición, incluso con rechazo social, no es una nueva forma de totalitarismo.

La mentira de la cultura del miedo se encarga de frenar la lucha contra la subordinación; los movimientos sociales, sobre todo los antifascistas, se encargan de reactivarla a través de su desvelamiento.

 

Devaluación de las democracias

Vivimos en democracia, y romper ese pacto de la representación democrática nos costaría salir del teatro, el recinto de realidad maltrecha donde nos vemos reflejados en la otredad abstracta para no tener que mirarnos al espejo.

En general, podríamos afirmar que las sociedades prefieren vivir en democracia, que bajo cualquier sistema de gobierno autoritario, pero también es cierto que la percepción de la democracia, en muchos países, se va empobreciendo con el paso del tiempo. En España, en una encuesta realizada en septiembre de 2024 (Fernández), la mayoría de los ciudadanos opinaron que la democracia se estaba deteriorando. Y en el caso de la población juvenil, un porcentaje importante ni siquiera creía en ella.

La falta de confianza en el sistema democrático puede ser causa y consecuencia al mismo tiempo. Por una parte, podría determinar una devaluación de la representatividad, y por otro, podría causar una sensación de que sin ella todo podría funcionar igual o mejor. En ambos casos lo que obtenemos es una democracia demediada, con ideas rígidas instaladas en los partidos dominantes, y sin posibilidad alguna de que el pueblo participe de forma efectiva en los cambios.

Además, al restringir la representación a una mayoría dominante, se corre el peligro de acentuar la desprotección de quienes se sitúan en los márgenes, es decir, aquellos seres que están fuera del régimen de convivencia aceptado, ya sea por no tener la nacionalidad precisa, no tener vivienda, no tener tarjeta de la seguridad social, o no tener dinero. Y pronto, no tener cómo escapar de las consecuencias del caos climático.

Una convivencia entre capitalismo tardío y pos-fascismo, dentro de los sistemas democráticos, ya fue puesta en evidencia en 2001 por el filósofo, y fundador del partido Izquierda Verde, Gáspar Miklós Tamás: En un artículo, titulado “Berlusconi, Haider y el Ascenso del Postfascismo,” declaraba lo siguiente:

Al postfascismo no le hacen falta regimientos vandálicos ni dictadores. Este extremismo de centro no amenaza los fundamentos principales del gobierno de la democracia. La libertad, la seguridad y la prosperidad no son alteradas, al menos al interior de la mayoría productiva de quienes viven en países ricos.

Por otra parte, aspirar a mejorar la democracia hacia una forma de gobierno que fomente la participación ciudadana de una forma responsable implica un avance en todos los aspectos que venimos analizando en este artículo, en especial, en lo que se refiere a la calidad de la información, asunto que no se está produciendo. No caminamos hacia sociedades mejor informadas sino solo más informadas. Y como ya hemos expresado, la abundancia de fuentes de información no lleva necesariamente a la existencia de un contraste entre las mismas, ni a un juicio crítico. La percepción generalizada es que, a más información, menos posibilidades de encontrar la verdad de los asuntos, pues si el alfiler es siempre el mismo, la paja acumulada es cada vez mayor, hasta llegar a un punto de no retorno, en el que no merezca la pena invertir esfuerzos por desentrañar qué está dicho desde la objetividad documentada, y qué obedece a qué intereses de control de opinión.

En esta confusión, juega un papel importante la Inteligencia Artificial, la cual no solo es capaz de utilizar los datos recibidos de humanos para "pensar" sino que podría, a su vez, estar cambiando el modo de pensar de los humanos. Entre los estudios que van en esta dirección, podemos nombrar la investigación realizada en 2023 por las psicólogas Lucía Vicente y Helena Matute, de la Universidad de Deusto, en Bilbao, que proporciona evidencias de que las personas pueden heredar sesgos de la Inteligencia Artificial. ¿Estamos siendo entrenados para que nuestro cerebro acabe por aceptar premisas que impiden un cambio radical del sistema?

 

Resultados y conclusiones

Como hemos visto a lo largo de este artículo, son varios los factores que acentúan la deformación de la verdad y, en consecuencia, siembran la posibilidad de un establecimiento de las ideas de carácter fascista en las sociedades actuales.

Utilizando la metáfora de los microplásticos, es posible que solo reconozcamos que comemos petróleo después de un exhaustivo análisis de orina que, por desgracia, jamás se realizará entre la población en general, no siendo que, conociendo los resultados, dejemos de consumir plásticos, o pidamos que sea posible no consumirlos. En la orina, pero sobre todo en las heces, los microfascismos aparecen en forma de pequeños actos execrables, aunque cotidianos. Basta encender la tele, escuchar determinadas ondas de radio, subirte a un taxi, afinar la oreja en un bar, o encender el móvil, para que un vendaval de sentimientos negativos te deje empapado de un hedor a fascismo.

Es evidente que existen claros brotes que no podemos desatender, siendo los grandes personajes de referencia los presidentes del capitalismo “libertario”: Milei y Trump, entre otros. Pero sería engañarse pensar que se trata de un fenómeno nuevo y controlable. Tal y como hemos visto, las ideas próximas al fascismo ya llevaban tiempo actuando en los ámbitos del poder judicial, la información y el imaginario social, y amenazan con extenderse como mancha de aceite.

En Lo que está en juego, Philipp Blom, advierte que “los admiradores de la rebelión autoritaria tienen algo que perder, y perciben esa posible pérdida como una amenaza inmediata” (2021, pp. 130-131). De forma paralela a como sucedió en la década de los 30 en el siglo XX, el auge de los fascismos se sostiene sobre una fuerza popular que también se siente amenazada.

La loca carrera hacia la nada nos debería hacer pensar sobre la necesidad de una reflexión sobre el futuro que estamos construyendo, y en qué medida la alteración perniciosa de lo que percibimos como verdad está configurando este futuro. Tradicionalmente, las redes de autoayuda construían comunidad gracias a la experiencia compartida. Tal vez sea esta la salida al laberinto, la solución que nos permita escapar del fundamentalismo del mercado, y de la ceguera de quienes dirigen el mundo. Abrir la fortaleza desde dentro, para permitir que entre el paisaje, para dejar que la clarividencia anule todos los intentos de manipulación del lenguaje, para que triunfen, sin ambigüedad, las palabras que realmente se necesitan.

 

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