Contra la información. El culto al dato y el mito de la ciencia

 

Against information. The cult of data and the myth of science

 

Contra a informação. O culto dos dados e o mito da ciência

 

 

Juan Arnau

Universidad Complutense, Madrid

https://orcid.org/0000-0002-7851-0487

arnaujuan@gmail.com

 

 

Resumen

 

Vivimos la era de la credulidad científica, de la devoción a la ciencia. La Ciencia con mayúscula. Como si fuera Una, Santa, Católica y Apostólica. Nadie sabe qué es la visión científica de la realidad, pero todos la dan por hecha, la aceptan tácitamente. Los marcos teóricos, cuyas hipótesis no se cuestionan, van creando su propia base empírica. Vivimos el siglo de los laboratorios. El laboratorio como agente de confusión mental y como fuente de epidemias psíquicas. El laboratorio como industria, negocio o multinacional del turbocapitalismo. No importa liberar fuerzas naturales de las que no se es dueño. No importan los daños, la maquinaría debe continuar.

Palabras clave: Ética, filosofía, filosofía de la ciencia, filosofía política, teoría de la información.

 

Abstract

 

We live in an era of scientific credulity, of devotion to science. Science with a capital S. As if it was One, Holy, Catholic and Apostolic. No one knows what the scientific vision of reality is, but everyone takes it for granted, tacitly accepts it. Theoretical frameworks, whose hypotheses are not questioned, are creating their own empirical basis. We live in the century of laboratories. The laboratory as an agent of mental confusion and as a source of psychic epidemics. The laboratory as an industry, business or multinational of turbo-capitalism. It does not matter if natural forces are released that one does not own. The damage does not matter, the machinery must continue.

Keywords:  Ethics, philosophy, philosophy of science, political philosophy, information theory.

 

Resumo

 

Vivemos numa era de credulidade científica, de devoção à ciência. Ciência com C grande. Ninguém sabe qual é a visão científica da realidade, mas todos a tomam como garantida e aceitam-na tacitamente. As estruturas teóricas, cujas hipóteses não são questionadas, estão a criar a sua própria base empírica. Vivemos no século dos laboratórios. O laboratório como agente de confusão mental e como fonte de epidemias psíquicas. O laboratório como indústria, negócio ou multinacional do turbocapitalismo. Não importa se são libertadas forças naturais que não são as nossas. O dano não importa, a máquina tem de continuar.

Palavras-chave: Ética, filosofia, filosofia da ciência, filosofia política, teoria da informação.

 

Introducción

El siglo XIX erigió la figura del santo laico, encerrado en su laboratorio, que exalta la ciencia y, al mismo tiempo, se muestra insensible hacia sus semejantes. He conocido algunos de ellos recientemente, en libros y en congresos. El laboratorio está lejos de mejorar a las personas, las insociabiliza, las deshumaniza.

Latour describió la vida de laboratorio hace ya unas décadas (Latour y Woolgar, 2022). El laboratorio fomenta la completa anestesia moral, y cuando no lo hace, la ingenua irresponsabilidad. La Ilustración enseñó que la verdad no estaba en los monasterios, ahora sabemos que tampoco se localiza en los laboratorios, demasiado a menudo ignorantes de la espontaneidad natural de la vida, demasiado obsesionados por el control. El laboratorio es indiferente al bien y al mal.

La ciencia es el dominio de lo relativo, de un relativo más efímero que la literatura y el arte, incluso que la filosofía. Y, sin embargo, la ciencia erige los nuevos templos. No importan las rudimentarias hipótesis, las presuntuosas niñerías, lo único necesario es la persuasión. Esa habilidad de las palabras que abre la puerta a la financiación. Los sofistas griegos daban gran importancia a la persuasión (Sánchez, 2022). La persuasión era, de hecho, una diosa. Con el fin de convencer al otro, los sofistas desarrollaron el arte de la retórica. También lo hicieron los hindúes. Platón quiso separarse de los que se dedicaban a la persuasión en detrimento de la verdadera demostración (Redmond y Lopez-Orellana, 2024). Sin embargo, el propio Platón llegó a la convicción de que no puede descartarse el arte de la persuasión, sino que había que distinguir entre la falsa persuasión y la persuasión verdadera (Boeri, 2024).

Vikalpa es una palabra fundamental para la filosofía sánscrita. Puede significar: (1) opción o alternativa. (2) Variedad o multiplicidad. (3) Duda o indecisión. (4) conceptualización, pensamiento, elucubración o construcción mental. (5) Imaginación. Para el Vedanta (Deshmukh, 2022), vikalpa es un proceso mental que no tiene correlato real y que depende del lenguaje que utilicemos, se refiere a algo que no existe y sin embargo es fundamental para cualquier tipo de conocimiento o disciplina científica en la que nos iniciemos; es lo que, con el tiempo, los híbridos naturaleza-cultura: el electrón, la molécula, la célula. Para el Vedanta, el tiempo mismo es vikalpa, como también lo es el espacio o la causalidad. También lo son las matemáticas o la filosofía. dos grandes ciencias creadoras de conceptos. Vikalpa establece diferencias donde, en el fondo, no las hay. Vikalpa es la magia del lenguaje. Todas las disciplinas científicas viven de esa magia. Oigo en un video de divulgación que un quark (Freire, 2023) no puede vivir aislado. ¿Qué cosa puede hacerlo? Algunos creen ciegamente en la literalidad de las ciencias. Creen que sus productos no son híbridos naturaleza cultura, que hay un correlato real (sólo natural) a sus enunciados (cultura).

Consideran un disparate decir que son “imaginaciones” (vikalpa). Ese es el mito en el que vivimos. Cada teoría crea su propia base empírica. Y esa base la sostiene. Esa es la magia circular de las ciencias. De la imaginación, a la teoría, de la teoría a los datos empíricos (yendo hacia abajo) y de los datos empíricos a la teoría (yendo hacia arriba). El círculo perfecto. El círculo hermeneútico (Andersen y Bergallo, 2022).

¿La verdad?

En el mundo puede haber Dios o no haberlo, puede haber quarks o no haberlos, puede haber electrones o no haberlos, puede haber libertad o no haberla. Todo depende de la actitud que uno adopte. ¿Es esto escepticismo o nihilismo? En absoluto. La actitud mental que uno adopta lo es todo. Tanto para la propia vida como para la vida universal. Uno puede viajar de una "verdad" a otra, experimentar, como hizo un santo bengalí, todas esas prácticas y estados de ánimo. Materialismo y ateísmo incluidos. Todas las religiones son verdaderas, la de la Ciencia también.

La idea general de este escrito por el humanismo es simple. Sigue el ejemplo platónico. Busca una “verdadera persuasión”. Y, sobre todo, busca una persuasión humana. No se trata de que la mente emerja de la materia. Nuestro paradigma es otro, antiguo, fenomenológico. La materia es una experiencia mental. No se trata de que el organismo disponga de un espíritu, de una mente. Es el espíritu el que dispone de un organismo, el que lo domina y, llegado el caso, el que puede transformarlo. Carece de sentido decir que el pensamiento se localiza exclusivamente en el cerebro. El pensamiento recorre todo el organismo, la mente permea cada rincón del universo, el cerebro es sólo un gran centro de comunicaciones.

No se trata tan sólo de que el laboratorio amplifica las obsesiones y cegueras del investigador humano, desarrollando menos el juicio que el amor propio. Lo decisivo de este planteamiento no es la lucha contra el cerebro-centrismo. Lo decisivo es el lugar de lo humano. Mas absurdo creer que la ciencia y el hombre son dos. Que la ciencia es una mina de la que el hombre extrae pedazos de sabiduría. Una gran parte de la ciencia viene del hombre y participa de la brevedad y falibilidad humanas. El hombre actúa mucho más de lo que cree sobre esos hijos del espíritu que llama leyes de la naturaleza.

Ignoramos aún las reacciones de nuestro organismo ante una idea fija, prolongada durante la vigilia y el sueño. No es temerario suponer que una idea es susceptible de impresionar los tejidos. El poder imaginativo ha sido decisivo en el romance científico. La imaginación de Pasteur era formidable (Martínez, 2023), también la de Einstein (Rincón, 2021). Ambos eran capaces de caer como sonámbulos en trances imaginativos. La facultad de las imágenes como un desarrollo del fenómeno de la personalidad moral y física, como un continuo de formas ancestrales y hereditarias, como gravitación de nuestros ascendientes, y seguimos sin saber si la imaginación puede causar o curar enfermedades en el propio cuerpo o en el ajeno. El campo de la imaginación sigue vetado para la ciencia dominante.

Otros grandes científicos eran capaces de imponer su fuerza persuasiva y fascinadora a los discípulos e incluso a los enfermos. Charcot es un buen ejemplo de modeladores de la voluntad ajena: forjó síntomas y síndromes frágiles sobre los que la psicología erigió sistemas (Gómez, 2022). En otros, como Goethe, confluían dos tendencias, la artística y la científica (Villanueva, 2023).

La moda, que juega un importante papel en las concepciones académicas y científicas, dirige a los espíritus en un mismo sentido y hacia las mismas hipótesis. Dan la impresión de rebaños de carneros cambiando de majada con prodigiosa docilidad. Antes había loros con bonetes y togas que repetían lo que se les había enseñado, renunciando a la reflexión personal, marchando entusiasmados (y bien pagados) hacia la esclavitud intelectual. Hoy esos loros de antes son metálicos y consumen grandes cantidades de energía. Pero eso es otra cuestión, que no cabe abordar aquí. Llamo error a lo que mata y verdad a lo que vivifica.

El culto al dato

 

El charlatán es aquel que se conforma con las palabras. Quien dice palabras, dice signos. El charlatán cree que no hay nada fuera del texto, que todo es información. Vivimos tiempos charlatanes. Y todos los escritores somos, en cierto sentido, charlatanes. El texto dominante hoy ya no es ideológico, sino tecnoliberal. Un texto rentable pero superficial y un tanto ingenuo. El infantilismo se ha apoderado de las inteligencias. Mientras, los ingenieros edifican la nueva Babel. Nuestra época ofrece una imagen invertida del mito. Vamos hacia una única lengua, la del algoritmo (Mir, 2023). Hay ignorantes por falta de instrucción e ignorantes por instrucción excesiva. Los segundos son más peligrosos que los primeros. Nietzsche los llamaba “leídos hasta la ruina”. El peso de la instrucción les impide pensar. El experto ha cavado un pozo tan profundo que ha perdido de vista el horizonte. Frente al veneno del especialista hay un contraveneno, el escepticismo, origen y fundamento de la filosofía (Arnau, 2023).

 

Pitágoras fue el primero en llamarse filósofo (Barrera, 2021). Se definía frente al sabio y frente al sofista. El filósofo no es el sabio (sophos), sino quien aspira a la sabiduría. El filósofo es aquel que sabe que no sabe, que prefiere ser amante de una verdad inalcanzable, de ahí su condición caminera. El filósofo tampoco es como el sofista, que cree que todo puede reducirse a signos y símbolos. Eso es precisamente lo que quieren hacernos creer hoy los administradores digitales de mundo. Los tecnócratas, los dueños de los algoritmos, son la versión moderna de los antiguos sofistas. Y comparten, con aquellos, su afán de lucro (Arnau, 2023).

 

¿Qué dirían los escépticos de la digitalización del mundo? La palabra griega “escéptico” significa mirar cuidadosamente, examinar atentamente las cosas. Su marca es la cautela, la moderación ante entusiasmos y promesas. El tecnoliberalismo es pródigo en promesas: optimización de la productividad, pingues beneficios, resolución automatizada de todo tipo de situaciones, sus promesas son ilimitadas, como muestra Lionel Trilling (2023) en La imaginación liberal. Los tecnócratas son una amenaza para el pensamiento, vencen por aplastamiento informativo, en todos los debates, vencen incluso al ajedrez. Dirimen qué es verdadero y qué no lo es. Y reinvierten sus beneficios en poder conminatorio y propaganda. Cuando el lenguaje pesa como una losa (chat GPT) entonces ya no es posible el pensamiento. Pues pensar es, precisamente, poner en suspenso el lenguaje, desafiarlo, poner al descubierto la nadería del signo. Esa suspensión del juicio que trae el escepticismo, esa suspensión del lenguaje, dará lugar, inevitablemente, a un nuevo lenguaje. Eso hacen los poetas genuinos y los científicos innovadores: hacen avanzar los lenguajes, renuevan la magia de lo simbólico, abren nuevos horizontes, alentando nuestra condición caminera (Arnau, 2023).

 

Narración e información son fuerzas contrapuestas. El espíritu de la narración está siendo anegado por la marea de los datos. Byung-Chul Han denuncia la falta de sentido que campea por las sociedades de la información (Rodríguez, 2021). Hace falta en nuevo relato que logre congregarnos de nuevo junto al fuego. Philippe Squarzoni (2023) ofrece un ensayo gráfico sobre los gigantes tecnológicos y su impacto en el clima y en nuestras vidas. En Tecgnosis, un clásico de la cibercultura, Erik Davis (2023) dibuja el paisaje del tecnomisticismo, donde la cábala, la alquimia, o el LSD, alternan con el ciberpunk (Maíllo, 2023), el poshumanismo y la carrera cibernética, desvelando algunos impulsos ocultos que alimentan los sueños (pesadillas) de nuestro tiempo.

 

Esta cada vez más claro que la humanidad es capaz de prescindir de sí misma. Esa es nuestra grandeza y nuestra miseria. La cuestión es si dicha renuncia conduce a una mayor libertad o a una mayor servidumbre. A este dilema se añade otro: el estatuto de lo verdadero. Eric Sadin lleva años asociando la aletheia algorítmica como algo que supone un antihumanismo radical (Ramírez, 2021). No se trata tan sólo de que el libre ejercicio del juicio se sustituya por protocolos automatizados, que tomarán por nosotros las decisiones en las encrucijadas de la vida, sino de que la “verdad”, que es la búsqueda siempre diferida del organismo vivo, es ahora dictada por un dispositivo automático. Y ello es posible gracias al fetiche de nuestro tiempo, al creerse que la información es conocimiento. El viejo culto a los dioses ha sido sustituido por el culto al dato. El dato (algo que hemos fabricado) adquiere la condición de un dios externo y trascendente. Un dios con un poder conminatorio que sobrepasa la

severidad del más iracundo de los dioses (Arnau, 2023).

 

¿Qué quiere decir que el dato es algo fabricado? El dato presupone un instrumento de medida. El instrumento, una teoría científica. La teoría, el ejercicio de la imaginación humana. Y, si es innovadora, una imaginación capaz de poner en suspenso los idiomas previos de la disciplina científica sobre la que se está operando. El dato es algo que hemos hecho, que hemos cocinado, y lo tratamos como si existiera ahí fuera, indiscutible, como pura realidad objetiva. “Yo no especulo, yo traigo datos”, dice ufano el político (Arnau, 2023). El dato es un híbrido naturaleza-cultura y lo tratamos como si fuera sólo naturaleza. Así es como lo digital se erige como órgano habilitado para enunciar la verdad y dar cuenta de lo real.

 

La libertad ha pasado a ser una molestia. El delirio tecnocientífico aspira a la interpretación robotizada de la experiencia. Los seres humanos podemos contener la respiración, suspirar, sentir el pálpito del anhelo, todo ello será ahora interpretado mediante datos y axiomas reductores. No deja de ser curioso que el término “inteligencia artificial” se acuñara en la misma época (en torno a 1955; Mendoza, 2021; Nass, 2024) en la que Huxley, Michaux y Gordon Wasson iniciaban sus experiencias psicodélicas, buscado, frente a la inteligencia artificial, una inteligencia vegetal que puede ayudarnos a entender quiénes somos (Arnau, 2023).

 

El utopismo tecnoliberal ha ganado la batalla de las ideas. Tiene su lógica, quien trabaja con ecuaciones ve ecuaciones por todos lados, e inventa dispositivos para despejar la incógnita. Pero siempre habrá quienes no quieran renunciar a la duda o al misterio, quienes descrean que la experiencia es un sudoku, un crucigrama, o algo que resolver. Quienes no renuncien ni se priven de usar su energía (y sus dudas) de un modo creativo (Weil: Basili, 2023). Ahora bien, los que rehúsen regular su vida mediante protocolos automatizados, pasarán a la zona de exclusión. “La lA erradicará la raza humana”, dice Hawking, hace casi una década (López-García, 2025). El programador trabaja duro para empobrecer el lenguaje. Alinea secuencias de códigos con vistas a ejecutar, de modo automático, la solución final. Un reduccionismo miserable y peligroso (Orwell: Arnau, 2023).

 

Queda, eso sí, la cuestión del eros. ¿Puede la inteligencia ser inteligencia sin amor? ¿Tiene sentido para la vida una inteligencia que ha perdido el factor erótico que enlaza todas las cosas? s? El silicio carece de ese magnetismo (o ltiene ralentizado y torpe, si hemos de creer a los alquimistas). Es una inteligencia monocorde, útil para un único fin, la voluntad de poder. La técnica no es neutral. Pretende eliminar competidores y potenciar la productividad. No puede entenderse sin el afán de lucro. Tras la fría máquina arden pasiones muy humanas, demasiado humanas. Y su alto coste favorece las estructuras asimétricas de poder (Arnau, 2023).

 

Conclusiones y discusión

 

Cuando al escéptico se le reprocha que se instala en la paradoja (“sólo sé que no se nada:” Rodríguez, 2022), responde que esa es la condición esencial del cuerpo vivo y deseante. El escepticismo total es tan imposible como el dogmatismo completo. Queda entonces el relacionismo (Becerra, 2024). Santayana lo dejó claro: no es posible sustraerse a la fe animal (Arnau, 2023). Somos cuerpos vivos. Se nos impone el deseo y la supervivencia. Todo conocimiento “es una fe con interposición de símbolos”, todos ellos falsos, todos ellos provisionales. De hecho, en sentido estricto, no es posible oponer al escepticismo el dogmatismo. Ambos se mueven dentro de un mismo ámbito, el de la vida. El dogmatismo permite el avance de las ciencias. El escepticismo, si de algo puede sernos útil, es como custodio y promotor de la libertad humana. Pero no nos confundamos. El escepticismo no es una doctrina, tampoco una teoría del mundo. Es una actitud, una cultura mental, que evita dejarse atar por el lazo de las palabras, que es insurgente a la imposición de los signos. Podría decirse que más que un modelo de mundo, es un instinto. La sospecha de que, al fin y a la postre, la actitud escéptica está más cerca del fondo de lo real que cualquier sistema simbólico (Arnau, 2023).

 

Los escépticos antiguos acumularon argumentos para mostrar que lo más juicioso y razonable era la suspensión del juicio (Arnau, 2023). El trilema de Agripa (Vilaró, 2023), o el principio de incompletitud de Gódel (Fatima, 2022), desconfían de la posibilidad de justificar cualquier tipo de proposición, incluso en ciencias formales como las matemáticas o la lógica. Pero mientras el escepticismo antiguo fue una actitud, el moderno exige posicionarse. Una muestra excelente y no tan reciente es Montaigne (Raga, 2023) y, en filosofía de la ciencia, los discípulos díscolos de Popper, como Feyerabend (Villamor, 2024), o Skolimowski (Alcalá, 2024).  Niels Bohr (Diéguez, 2022) y Bruno Latour (Antolínez, 2023) podrían añadirse a la lista. El conocimiento científico no sólo ha de ser replicable, sino falsable. Sólo se puede conocer lo falso. Eso es lo que define a la Ciencia (no el método, que hay tantos como ciencias e ingenios). Todo lo que conocemos es provisional, a la espera de que otro conocimiento lo desplace. Si hubiese un conocimiento seguro, no habría cambios en el conocimiento, y el saber no podría avanzar. Y vemos que a veces avanza en direcciones siniestras (Arnau, 2023).

Las ciencias han de ser provisionalmente dogmáticas, no hay otro modo de trabajar. Hay fundamentos que no se pueden replantear. Hacerlo supone desatar 2% revolución científica, como explicó Thomas Kuhn (Marcum, 2020), y la ciencia no puede vivir permanentemente revolucionada. Hay dogmas que pueden durar trescientos años, como ha ocurrido con el espacio-tiempo newtoniano. ¿Cómo se podría medir si el espacio y el tiempo no se están quietos? Frente a ese dogmatismo, que exige postulados, axiomas, fundamentos, el escéptico ofrece la magia del relacionismo. Esto es como aquello, un principio muy budista (Arnau, 2023).

 

Pero el escepticismo no exige abandonar la filosofía o dejar de entretenerse con ella. De hecho, hay que hacerlo, pero siempre con esa distancia irónica que enseñó Sócrates (Souberville, 2021), con esa disposición a cuestionar las propias opiniones o reírse de ellas. Hay que acabar con la seriedad con la que tomamos las respuestas de chat GPT o cualquier otro chatbot, cuyos automatismos (basados en el deep learning) no dejan de ser software programado. Esto no implica ningún tipo de actitud irracional, de hecho, los filósofos irónicos suelen ser los más razonables. Dudan de que pueda descubrirse la razón necesaria y suficiente de las cosas, la literalidad del mundo (frente al devaneo de la metáfora), pero esa duda no les impide creer lo que consideren necesario. Lo que hace el escéptico es limitar el alcance de la lógica. A veces sugiriendo otro tipo de narración, no silogística. Otras descartando todas, incluso la suya propia (Arnau, 2023).

 

¿Qué pretende el escéptico? O bien probar que no es posible ningún conocimiento cierto -que sólo podemos conocer lo falso, como sostenían Popper y Nisargadatta (Arnau, 2023)-, o bien que las pruebas son siempre insuficientes. Pero hay una tercera posibilidad y esa es la que más nos interesa hoy, en esta era en que el pensamiento y las narraciones están siendo aplastadas por la información. La conciencia de la limitación de las veleidades del lenguaje y, en general, de toda lógica simbólica. Esa es la docta ignorantia de la que hablaba Nicolás de Cusa (González y Pizzi, 2022). Una actitud que se distancia de la confianza en lo racional-discursivo. Francisco Sánchez (2021), un gallego de origen hebreo, que tiene nombre de canción Que nada se sabe (1576). En el primer silogismo, las premisas están sacadas de la conclusión. Hace falta del particular, Sócrates, para formar los conceptos generales de hombre y mortalidad. El silogismo no sirve para fundar ninguna ciencia, sino para echarlas a perder. Las ciencias definen lo oscuro con lo más oscuro y sólo sirven para apartarnos de la contemplación de lo real. Sánchez, como Nãgãrjuna o los pirrónicos (Medrano y Rico, 2024), inicia su obra afirmando que ni siquiera sabe si sabe nada. Sospecha de abstracciones y generalizaciones, a las que acusa de poco empíricas, anticipando el empirismo radical de William James (Villalobos, 2018). La demostración lógica es un sueño de Aristóteles (Llovet, 2021), tan sueño como las utopías de Moro o Campanella (Nadal, 2024).

En cualquier caso, las dudas del escéptico seguirán siendo de gran valor para las ciencias. La certidumbre, o es convencional y colectiva (un acuerdo común), o personal. En el primer caso es asumida por almas gregarias, absorbidas por la institución que las alimenta. En el segundo, cuando es interna, nos ayuda a conducirnos por la vida, a resolver dificultades y tomar decisiones, y carece de sentido convertirla en algo externo. Como decía Emerson (Ferrada, 2021), nadie convence a nadie de nada. Mucho menos, un chat (Arnau, 2023).

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