¿Qué clase obrera hoy? Debates teóricos y dilemas conceptuales

 

Graciela Inda

Investigadora IMESC/IDEHESI/CONICET, Argentina

Profesora Titular, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina

https://orcid.org/0000-0003-2139-7310

gracielainda@hotmail.com

 

Celia Duek

Profesora Titular, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina

https://orcid.org/0000-0002-7560-5632

celiaduek@gmail.com

 

 

RESUMEN

A contramano de los pronósticos que decretaron su desaparición, el objetivo de este artículo es reponer el problema planteado por la conceptualización de la clase obrera en las condiciones actuales. A lo largo de los primeros apartados, nos interesamos entonces por los enfoques teóricos que resistiendo la tesis del fin del proletariado se preocupan por proponer categorías y análisis destinados a dar cuenta de las mutaciones y reconfiguraciones que lo afectan en la fase actual del capitalismo. En este recorrido, sistematizamos las propuestas de una serie de autores, agrupándolas en cuatro tesis principales: la del nuevo proletariado global integrado por todas las formas de trabajo y sumisión; la del precariado como nueva clase social; la de una ampliación del proletariado que incorpore las formas de explotación por desposesión y las tareas reproductivas; y la de una ampliación de la clase obrera según el criterio de la venta de la fuerza de trabajo. En la última sección, realizamos un balance, identificamos algunos de los callejones sin salida y de los dilemas teóricos que suscitan estos abordajes, y ponemos en valor las vías de análisis que consideramos indispensables para abordar la cuestión de la definición de la clase obrera, en su relación antagónica con el capital, pero también respecto de su relación con otras clases populares.

Palabras clave: Análisis cualitativo, capital, capitalismo, ciencias sociales, clase obrera, neoliberalismo, pensamiento crítico, sociología, trabajador.

What working class today? Theoretical debates and conceptual dilemmas

 

ABSTRACT

Contrary to the forecasts that decreed the disappearance of the working class, the objective of this article is to address the problem posed by its conceptualization in current conditions. Throughout the first sections, we are then interested in theoretical approaches that, although they resist the thesis of the end of the proletariat, propose categories and analyzes aimed at explaining the mutations and reconfigurations that affect the proletariat in the current phase of capitalism. In this itinerary we systematize the proposals of a series of authors, grouping them into four main theses: the new global proletariat on all forms of work and submission; the precariat as a new social class; the expansion of the proletariat that incorporates forms of exploitation through dispossession and reproductive tasks; the expansion of the working class according to the criterion of the sale of labor power. In the last section we propose a balance, we identify some of the dead ends and theoretical dilemmas that these approaches imply and we highlight some lines of analysis that we consider essential to address the question of the definition of the working class, in its antagonistic relationship with capital, but also regarding its relationship with other popular classes.

Keywords:  Qualitative analysis, capital, capitalism, social sciences, working class, neoliberalism, critical thinking, sociology, worker.

Que classe trabalhadora hoje? Debates teóricos e dilemas conceituais

 

RESUMO

Contrariamente às previsões que decretavam o seu desaparecimento, o objectivo deste artigo é substituir o problema colocado pela conceptualização da classe trabalhadora nas condições actuais. Ao longo das primeiras seções, interessamo-nos então por abordagens teóricas que, ao mesmo tempo que resistem à tese do fim do proletariado, se preocupam em propor categorias e análises que visam dar conta das mutações e reconfigurações que o afetam na atual fase do capitalismo. Nesta jornada sistematizamos as propostas de uma série de autores, agrupando-as em quatro teses principais: a do novo proletariado global composto por todas as formas de trabalho e submissão; a do precariado como nova classe social; a de uma expansão do proletariado que incorpora formas de exploração através da desapropriação e de tarefas reprodutivas; e a de uma expansão da classe trabalhadora segundo o critério da venda de força de trabalho. Na última secção, fazemos um balanço, identificamos alguns dos becos sem saída e dilemas teóricos que estas abordagens suscitam, e destacamos as vias de análise que consideramos essenciais para abordar a questão da definição da classe trabalhadora, na sua relação antagónica com o capital, mas também no que diz respeito à sua relação com outras classes populares.

Palavras-chave: Análise qualitativa, capital, capitalismo, ciências sociais, classe trabalhadora, neoliberalismo, pensamento crítico, sociologia, trabalhador.

INTRODUCCIÓN

Hace más de veinte años, escribimos, a modo de diagnóstico, que como efecto perdurable de la crisis teórica y política del marxismo, la irrupción del neoliberalismo, el retroceso de las conquistas históricas del movimiento obrero y el derrumbe de los grandes movimientos nacionalpopulares en América Latina, en los ochenta y noventa se concreta en el ámbito de las ciencias sociales el destierro, muchas veces festejado con bombos y platillos, del análisis en términos de clases (Duek e Inda, 2003).

La preocupación por explicar, para cada momento histórico, la forma que adopta la división en clases, sus procesos de reestructuración, sus diferenciaciones internas, sus correlaciones de fuerza y sus posiciones políticas, entre otros aspectos, resulta desplazada por cosmovisiones que adjudican fuerza explicativa a otras nociones (movimientos sociales, sociedad civil, espacio público, exclusión, nuevas identidades, etc.), consideradas superadoras y apropiadas a los nuevos tiempos, muchas veces considerados poscapitalistas o posmodernos.

La “crisis del sujeto de la emancipación”, esto es, el cuestionamiento a la convicción marxista de la centralidad política y la potencia revolucionaria de la clase obrera, forma parte de ese proceso de retracción de la teoría marxista, en el transcurso del cual pierde la hegemonía indiscutible que supo tener en el pensamiento crítico hasta los años setenta del siglo XX, cuando la contra revolución neoliberal interrumpe el ciclo de la revolución mundial de los sesenta (Lazzarato, 2022), expresado en las revueltas del mayo francés, la primavera de Praga, el otoño caliente italiano, las protestas contra la guerra de Vietnam, la revolución cubana, el triunfo de Allende, el protagonismo de los movimientos nacional populares en el sur global, las discusiones políticas e intelectuales, tanto en los centros como en las periferias, sobre las estrategias para una ruptura con el capitalismo, entre otras.

No fueron tanto las ilusiones despertadas por el nuevo capitalismo como la desilusión ante las escasas posibilidades de cambiarlo la que resultó decisiva en ese sentido […] Lo que resultó concluyente de verdad fue la falta de fe en una alternativa. Porque el movimiento obrero había quedado tan maltratado y ensangrentado, y el retroceso de la izquierda política era tan contundente, que el futuro parecía haberse esfumado sin dejar rastro. (Eagleton, 2011, p. 19).

En otras palabras, si desde el nacimiento del movimiento de la clase obrera en la primera mitad del siglo XIX, el proletariado fue central en el pensamiento de izquierda como depositario privilegiado de las expectativas de cambio social, aun cuando coexistiera y se vinculara con otros sujetos políticos; si para el marxismo el proletariado industrial, la clase que producía la riqueza, aliada con sectores campesinos y otros trabajadores, aparecía como la clase capaz de conquistar el poder estatal y acabar con la propiedad privada de los medios de producción, la que tenía la misión histórica de derrocar el régimen de producción capitalista y abolir definitivamente las clases, en el pos-68, la derrota política pronto se traduce en derrota teórica. Desde entonces, y con más fuerza desde los ochenta, se escriben “(…) innumerables obituarios para la clase y el movimiento obreros, centrados en el debilitamiento y la destrucción de las clases obreras existentes, sobre todo -y esto es significativo- las ocupadas en la producción industrial de los países centrales” (Silver, 2021).

Como contrapartida, porque se trata de un campo conflictual, ganan terreno las tendencias que ponen el foco en los conflictos múltiples y dispersos, en las resistencias microfísicas y en los poderes no “clasistas”, como forma de impugnar la idea de un poder concentrado en el Estado, pasible de ser tomado por un movimiento de masas liderado por la clase obrera. La identificación de la teoría marxista con una mirada esencialista, mecanicista y economicista, por cierto, se convierte en un lugar común en las academias, aunque ello implicara una caricaturización, o cuando menos, una lectura superficial de sus mejores referentes.

Si en los noventa, las “nuevas” teorías críticas -como llama Keucheyan, (2013; 2016b) a los diversos enfoques (poscolonialismo, open marxismo, marxismos latinoamericanos, teorías de la identidad, posestructuralismo, posmarxismo, entre otros) que pasan a ocupar el centro de la escena intelectual tras la caída del Muro de Berlín-, retoman la pregunta por el sujeto o las subjetividades capaces de transformar el orden capitalista, lo hacen sin realizar una concesión de fondo al llamado sujeto marxista (Inda y Manini, 2018). Y en la medida en que los caminos y los sujetos que proponen como posibles para una transformación social radical (multitudes, subjetivaciones políticas, queer, cyborg, nómadas, comunidades, subalternos, los sin parte, sujetos populistas, entre otras opciones) no muestran una postura unificada, semejante a la confianza marxista en las organizaciones de la clase obrera (Piedrahita, 2015), abren paso a una atmósfera de “multiplicación de los sujetos de la emancipación”, para usar una expresión en boga.

Indiscutiblemente hegemónica, la tendencia teórica que abona las ideas del debilitamiento de las luchas de clases y la disolución de la clase obrera, también hay que decirlo, no se impuso sin resistencias. Un núcleo de pensadoras y pensadores marxistas resistió con sus análisis y sus intervenciones las tesis de la sociedad post-capitalista o pos-moderna. Ya en los ochenta, Callinicos (2018), por ejemplo, sostenía, contradiciendo a quienes daban por descontada la desaparición de la clase trabajadora en Gran Bretaña, que esta clase no se había desintegrado sino que había cambiado su estructura (menos trabajo manual y más trabajo de cuello blanco; predominio del número de trabajadores en el sector servicios, por sobre los de la producción de bienes). “El sistema clasista capitalista está sin duda vigoroso. Los cambios principales han ocurrido en la estructura de la clase obrera […]” (Callinicos, 2018, p. 202).

Trazado a muy grandes rasgos el campo teórico en que interviene todo esfuerzo por plantear la cuestión de la clase obrera hoy, podemos avanzar y reconocer, de manera esquemática, por un lado, las posiciones que defienden la tesis de un ocaso de las clases, incluido el proletariado (el posmarxismo, con su insistencia en las identidades colectivas no clasistas, por citar un caso paradigmático); por el otro, las que sostienen que las relaciones capitalistas, con sus antagonismos constitutivos, siguen en pie, que la clase obrera no desaparece, pero sí sufre mutaciones y/o reconfiguraciones de peso, las cuales reclaman una actualización, a veces incluso una rectificación, de los análisis marxistas relativos a la estructura de clases y a las luchas de clases en las formaciones contemporáneas, en la fase actual del capitalismo.

Esa diferencia es sustancial para nosotras, porque entre las miradas que no están dispuestas a renunciar sin más a las categorías de clase y lucha de clases para analizar el capitalismo actual y que no adhieren a las tesis del “adiós al proletariado”, del derrumbe de la condición salarial, y del fin del trabajo, pero que al mismo tiempo toman nota de los cambios sucedidos en las últimas décadas en las relaciones de producción capitalistas, y en especial, en la estrategia del capital frente al trabajo, se despliega el debate que nos interesa abordar en este artículo. Expliquemos ya en qué consiste y qué busca aportar.

En una primera parte, tomamos como materia prima las apuestas teóricas de Hardt y Negri, García del Campo, Standing, Harvey, Fraser, Antunes y Eagleton, para analizar los términos en que plantean el problema de la definición del proletariado en las condiciones actuales: ¿cuáles son sus límites?, ¿cómo se distingue de otras clases?, ¿qué pasa con el proletariado industrial, otrora agente del cambio social?, ¿hay una nueva composición de la fuerza de trabajo?, ¿se ha producido la emergencia de un “nuevo proletariado” o “nueva clase trabajadora”?, ¿es válido alentar teóricamente una concepción ampliada del trabajo, y por ende, del proletariado?, ¿cómo se vincula con otras relaciones de explotación y dominación político-ideológica?

Tras ese recorrido, que busca respetar la densidad de cada propuesta sin desistir de mostrar las que consideramos sus falencias o confusiones, en las reflexiones finales, más pretenciosas, realizamos un balance, identificamos los dilemas teóricos que suscitan y ponemos en valor las vías de análisis que consideramos indispensables para abordar la cuestión de la definición de la clase obrera en las condiciones del capitalismo actual.

Pero antes, ¿qué sentido tiene reponer, como aquí apostamos, el problema planteado por la conceptualización de esta clase? Por lo menos, por dos razones. Una inmediatamente política, otra teórica, inevitablemente emparentadas.

En primer lugar, porque abordarlo es crucial a la hora de pensar una política que nos permita hacer frente a los tiempos apocalípticos que vivimos, marcados por el avance del neofascismo como nueva cara del capitalismo neoliberal, para usar las expresiones de Lazzarato (2022). Porque aunque no haya un comunismo amenazando al capitalismo y la propiedad, los nuevos fascismos traman una organización de masas de la contrarrevolución, que permita profundizar el imperio de la guerra permanente, el odio de clase, de género y de razas, la fobia a las políticas estatales redistributivas y a las instituciones democráticas y el negacionismo del desastre ecológico en marcha y, por supuesto, la explotación económica de todas las formas de trabajo, tanto productivas como reproductivas.

En segundo lugar, porque notamos que no pocas investigaciones sociológicas sobre las clases medias, la pobreza, las clases trabajadoras, la precarización, los de abajo, los excluidos, los sectores populares, etc., basadas en enfoques etnográficos que apuntan a una comprensión desde el punto de vista de los actores, ya sea mediante entrevistas, observación participante o historias de vida, eluden el trabajo teórico de discernir las relaciones de clase involucradas en su objeto de análisis, o simplemente presentan un “marco teórico” importado para la ocasión (si la teoría es un marco, ¿qué hay dentro?, ¿pura observación?, ¿datos desnudos?).

El análisis de la forma histórica del antagonismo, esto es, de la tendencia actual de la lucha de clase obrera y popular en su antagonismo con la lucha de clase burguesa, exige, por supuesto, conocer lo que ocurre en el detalle de las condiciones cotidianas de vida, de trabajo, de explotación, de las y los trabajadoras y trabajadores de la agricultura familiar, del pequeño comercio, de la industria manufacturera, de los servicios públicos, etc., etc. Y lo que tienen para decir sobre sus vidas y sus trabajos, muchas veces a través de testimonios de gran elocuencia, es sumamente valioso y constituye un material necesario para un análisis concreto. Pero no es por sí mismo un análisis concreto de una situación concreta.

No se puede eludir ir al territorio y ponerse a escuchar cuidadosamente a los trabajadores –pero tampoco se pude eludir prepararse para ese encuentro–. No se trata de una preparación psicológica para establecer un buen contacto (como las que fabrican “las relaciones humanas”): se trata de una preparación teórica y política. Es por ello que se puede decir que un análisis concreto y la teoría marxista, o la conciencia política de las condiciones de un conocimiento, son una y la misma cosa (Althusser, 2022, p. 23).

Consideramos oportuno traer a colación estas palabras de Althusser para reivindicar la necesidad de la discusión conceptual (en este caso, sobre las clases y en particular sobre el proletariado) en un momento en que el empirismo trivial, la fragmentación o hiperparticularización del objeto, y el desdén por la teoría de buena parte de la investigación social son capaces de describir “experiencias” pero no de contribuir a un conocimiento que indague sobre las condiciones estructurales -no inmediatamente visibles ni medibles- de los procesos sociales.

Para captar el antagonismo que divide a las clases en clases, continúa Althusser, no basta con observar las condiciones del trabajo de tal o cual fábrica, los pareceres de los trabajadores de tal o cual rama, la política de lucha que llevan adelante, la estrategia de la empresa para dividirlos; es preciso comprender, con el auxilio de principios teóricos, en qué conjunto ocurren esos procesos, esto es, el lugar que ocupa el proceso de trabajo en el cual están involucrados (el sistema mundial de los capitales y su política de desplazamiento de las inversiones en función de la mano de obra con salarios más bajos, la conquista de fuentes de materias primas, la situación política del país, etc.). Además, es preciso considerar los efectos de la ideología, porque “las condiciones de vida, de trabajo, de lucha, de reproducción de la fuerza de trabajo no son cosas desnudas que se podrían observar como se observa lo que pasa en una estación” (Althusser, 2022, p. 33).

Que un análisis concreto tenga que estar atento a esas dificultades, no quiere decir que las respuestas se encuentren en una teoría acabada o que baste con aplicar a fenómenos visibles un dogma teórico. Rechazado el mantra de una teoría completa (o posible de completar) que nos oriente desde lo alto, nos queda el trabajo de crítica y elaboración teórica, munido de los datos empíricos pertinentes, como vía para comprender, sin ceder al empirismo ramplón ni a la especulación contemplativa, las formas concretas que toma en la fase actual del capitalismo el antagonismo. En esta senda, los esfuerzos que siguen.

1. LA TESIS DE UN NUEVO PROLETARIADO GLOBAL (O MULTITUD) INTEGRADO POR TODAS LAS FORMAS DE TRABAJO Y SUMISIÓN

Las tesis de Michael Hardt y Toni Negri (2004; 2006) se cuentan entre las más influyentes en el debate de los últimos veinte años acerca del actual capitalismo y sus sujetos. Asistimos, según su diagnóstico, a una etapa posindustrial o de posmodernización económica, caracterizada por el dominio de la economía por los servicios y el manejo de la información; la migración de la fuerza laboral de la industria al sector de los servicios; la hegemonía del trabajo inmaterial y cooperativo, con el conocimiento, la información, el afecto y la comunicación como elementos centrales del empleo; etc. Esta transformación histórica del proceso de trabajo, de la relación de producción, en suma, del modo de producción capitalista, conlleva también la del sujeto que allí es explotado (Negri, 2016).

Emerge un “nuevo proletariado” o “multitud” formado por todos los que en su trabajo son explotados por el capital, sin tener ya sentido las distinciones entre trabajo productivo, reproductivo e improductivo, ya que todo trabajo, material o inmaterial, corporal o intelectual, produce y reproduce la vida social. En el capitalismo cognitivo de trabajo inmaterial se difuminan las fronteras entre trabajo y tiempo fuera del trabajo. Tanto espacial como temporalmente, producción y reproducción dejan de estar claramente diferenciados: el proletariado produce todo el tiempo. El capital permea todas las esferas de la vida: el trabajo, la escuela y las tareas domésticas se integran en una misma lógica. Si el trabajo se extiende cada vez más fuera de las paredes de la fábrica (Hardt y Negri, 2006, p. 348), y la producción se hace extensiva a la propia sociedad, la explotación capitalista a la que se somete a los obreros en la fábrica ahora afecta a toda la población. Excede incluso los límites del trabajo asalariado y tiene lugar a escala de toda la sociedad, y lo mismo sucede con la lucha de clases. Se configura un nuevo terreno social de organización y de propuesta anti-capitalista (Negri, 2016).

Esa multitud -una pluralidad de individuos sin una necesaria unidad, que desafía la representación- es el nuevo sujeto emancipador del mundo globalizado. Está conformada por “[…] la totalidad de los que trabajan bajo el dictado del capital y forman, en potencia, la clase de los que no aceptan el dictado del capital” (Hardt y Negri, 2004, p. 134) o también, por el conjunto de todos los explotados y sometidos que se opone directamente al “imperio” (Hardt y Negri, 2006, p. 341). Pero más allá de reunir al sujeto común del trabajo, “la multitud también es un concepto de diferencias de raza, género y sexualidad” (Hardt y Negri, 2004, p. 128), con lo cual, como hemos examinado en otro lado (Duek, 2020), su impronta clasista se funde con otros factores en un amplio abanico de opresiones.

En una línea similar en cuanto a la caracterización del capitalismo actual y su “nuevo proletariado” se sitúa el trabajo de Pedro García del Campo. Según su pronóstico, en el período de la gran industria, la fábrica era el lugar central de la explotación capitalista, donde los capitalistas obtenían los mayores beneficios del trabajo de los obreros, y donde la conflictividad se mostraba más violenta, dada la capacidad de lucha de los trabajadores reunidos bajo un mismo techo. Pero si la lucha en un primer momento giraba en torno a la cuestión salarial y de la jornada laboral, pronto la resistencia se extendió fuera de la fábrica, en disputas más amplias por el poder, como la encarnada por la revolución rusa. La organización de los trabajadores como fuerza propiamente política y la amenaza de alzamientos revolucionarios obligó al capital, en el primer tercio del siglo XX, a dar batalla en este nuevo terreno, en términos de “sistema” y a través del Estado (García del Campo, 2006).

Después de la Segunda Guerra Mundial, y ante la consolidación de un bloque de países que cuestiona la explotación capitalista, el capitalismo adopta una estrategia de compromiso que permite morigerar las causas del conflicto de clases, basada en la producción de masas y el consumo masivo, y expresada por el “Estado de bienestar” y el desarrollismo productivo. En ese contexto, la salarización se extiende a sectores que antes quedaban al margen: servicios, sector público, educación, transporte, salud. Esto es interpretado por el autor como una “extensión social de las relaciones de fábrica”, o también, como una “refundación de la explotación” (García del Campo, 2006).

Pero eso hace que la percepción del dominio, y por ello, la revuelta, se generalicen también -examina García del Campo. No es que los movimientos sociales reemplacen al movimiento obrero, sino que desde los sesenta y setenta las protestas están encabezadas por una nueva clase obrera no fabril, un nuevo proletariado, identificado por el conjunto de los sometidos al mando, y que resisten algún tipo de dominio / subordinación (trabajadores de los servicios públicos o del comercio, pero también jóvenes, estudiantes, mujeres, minorías raciales, etc.). Los explotados se conforman de una forma nueva y dan la lucha en una nueva escala, la de lo social en su conjunto. El enfrentamiento excede desde entonces lo salarial-sindical (y la consiguiente estrategia de toma del poder de Estado) y se da en torno a la dominación misma (García del Campo, 2006).

Según esta lectura, el proletariado pasa a estar en cualquier puesto de trabajo y en cualquier sector económico. Su rango incluye desde sectores sin salario, pasando por otros de salarios bajos, hasta los de salarios medio-alto, e incluso a trabajadores autónomos o auto-empresarios. Con cierto menosprecio por el largo debate marxista sobre la conformación y las fronteras de la clase obrera, sentencia:

Las visiones estrechas de la composición de la clase obrera, de su unidad esencial y de su naturaleza antagonista, han saltado por los aires; no más reducción a la consideración del puesto de trabajo, ni del tipo de mercancía producida; ni siquiera tiene ya sentido por sí misma la mera consideración de la cantidad del salario percibido ni la identificación del proletariado con la condición formalmente asalariada (García del Campo, 2013, p. 2).

Pero la argumentación no tira todo por la borda. Al parecer, hay algo que se salva del naufragio, y es el criterio de la propiedad / no propiedad de los medios de producción. La separación respecto de los medios de producción -concede el filósofo español- es lo que determina que la clase obrera deba someterse a la relación salarial, y exista como clase. En definitiva -reflexiona- los bandos siguen siendo dos: por un lado, están los obligados al trabajo, los sometidos a generar riqueza no para sí sino para el bienestar de otros; y por otro, los que se apropian del trabajo ajeno, los que estructuran su poder como sistema.

Pero paradójicamente, esto vuelve a situar la demarcación en la explotación económica, en el lugar ocupado en el conjunto de la división social del trabajo (para abarcar un espacio más amplio que el del lugar en la producción), en la relación con los medios de producción, con lo cual no queda claro por qué otros sectores que sufren algún tipo de opresión (mujeres, negros, homosexuales, etc.) se inscriben necesariamente en uno de esos bandos (presumiblemente el primero, el de los explotados).

Pero completemos la explicación de García del Campo. Mediante revueltas de distinto tipo (minorías étnicas, movimientos de género, pacifistas, etc.), el nuevo proletariado –entiende- puso en cuestión los fundamentos de toda forma de dominio y apostó, por el contrario, por formas cooperativas. El neoliberalismo, con el fin del compromiso fordista, fue la reacción del amo ante esa amenaza, su respuesta agresiva. Significó el fin de la ilusión del capitalismo con rostro humano. Desde la perspectiva de este autor, seguimos viviendo bajo el predominio del modo de producción capitalista y sus condiciones (apropiación, salarización, trabajo obligado, sometimiento), sólo que los contendientes han cambiado:

Frente a los que viven de la explotación se configura ahora un proletariado que no tiene una identidad única ni una única sede productiva, que es multiforme y multi-identitario. La nueva clase obrera reúne a todas las etnias, a todos los géneros, a todas las edades […]. Es y ahora más que nunca la nueva multitud en marcha. Esa es la clave de su fuerza y el nuevo motor del cambio (García del Campo, 2013, p. 4).

Como el proletariado, esto es, la nueva multitud o nueva clase obrera, ahora está en todas partes y no sólo en los talleres de producción, y como el dominio es ahora social y no sólo económico-laboral, la resistencia puede aparecer en cualquier lugar.

En síntesis, si Hardt y Negri hablan de “posmodernización”, de transformación histórica de la relación de producción, de transformación de la naturaleza del trabajo, el planteo de García del Campo es más cauto respecto de la metamorfosis del capitalismo. Aunque cambien las fichas, el tablero sigue siendo el mismo -razona. Sin embargo, coincide con Negri en la tesis de la pérdida de centralidad de la fábrica y de la extensión de la lucha de clases fuera de sus fronteras, y en la identificación de un “nuevo proletariado”, conformado por el conjunto de los explotados y sometidos, de una “multitud” con pluralidad de identidades.

Esta multitud más extensa que la clase obrera tradicional, aparece en ambas representaciones como el nuevo sujeto político, con potencial de lucha y resistencia: el sujeto emancipador.

 

2. LA TESIS DEL PRECARIADO COMO NUEVA CLASE SOCIAL

 

Guy Standing también analiza las transformaciones del trabajo en el mundo actual en términos de advenimiento de una nueva clase social, a la que llamará “precariado”[1]. Esta clase es tan importante y extensa hoy como lo fue antes el proletariado -entiende. Si el proletariado fue la clase emblemática del capitalismo industrial, el precariado cumple ese papel en el capitalismo financiero del siglo XXI.

Aún sin ser homogénea, tres dimensiones definen a esta clase según su análisis (Standing, 2014; 2017). La primera es su relación particular con la producción o con el trabajo, que comprende situaciones como la inseguridad del trabajo o falta de continuidad, la falta de una identidad ocupacional, el tiempo (no pago) dedicado a la búsqueda de trabajo, es decir, explotación fuera del lugar de trabajo, la pérdida de control sobre el propio tiempo y sobre el desarrollo de capacidades propias, la sobre-cualificación (formación por encima de la requerida). La segunda es su relación con la distribución de ingresos: casi la totalidad de los ingresos son monetarios salariales, con ausencia de beneficios no salariales (vacaciones, cobertura previsional, seguro de salud) y endeudamiento. La tercera es su relación con el Estado: la limitación de derechos, su status de denizen (moradores, residentes), ciudadanos no plenos, individuos que han perdido derechos de distinto tipo (civiles, culturales, económicos, políticos) y tienen que suplicar por ellos. Estas tres relaciones particulares distinguen al precariado del proletariado o de los asalariados.

Para completar la sintética caracterización que hace este autor, hay que decir que distingue tres grupos diferenciados en el seno de esta nueva clase social, a los que denomina atávicos, nostálgicos y progresivos. Respectivamente, esas categorías aluden a: los que por su origen familiar provienen de sectores obreros, pero no pueden reproducir ese pasado y son más sensibles a discursos “populistas” de derecha o “utopías regresivas”; los migrantes o minorías étnicas tratados como ciudadanos de segunda, con bajo perfil político; y, por último, los altamente calificados que experimentan una frustración pues se les ha prometido un porvenir que finalmente no alcanzan. En general, todos comparten sentimientos de estar alienados, prisioneros de su condición precaria, encolerizados (Standing, 2014, 2017).

Otro elemento importante a resaltar del planteo de Standing es que considera que los miembros del precariado, en tanto personas que, pese a la diversidad de su composición educativa y sectorial, comparten ciertas características de clase comunes (clase en sí), están comenzando a construir una “conciencia común de clase” (conciencia de pérdida y relativa privación), lo que los pondría en camino de constituirse a largo plazo en clase para sí, para ser “el motor del cambio” (Standing, 2014, p. 8) o los promotores de un cambio estructural. Es en la fracción progresiva, la de los jóvenes supercapacitados, en donde el economista inglés deposita sus mayores esperanzas como sujeto de transformación. 

El precariado es una nueva clase social peligrosa en parte porque rechaza todas las viejas ideologías políticas predominantes y porque es intuitivamente transformador. […] Tanto el proletario medio, como sus representantes, aspiraron a establecer el trabajo asalariado a tiempo completo que se extiende hacia su futuro, mientras que el miembro medio del precariado aspira a conseguir un conjunto de actividades laborales enriquecedoras mediante la construcción de la libertad ocupacional. Hay una gran diferencia (Standing, 2014, p. 15).

Es decir, la situación que comparten las distintas fracciones del precariado puede dar lugar a ideas y valores que desencadenen una acción política común. Esta acción tendrá como adversario no ya a los capitalistas sino al Estado, “pues él es quien puede actuar en su favor” (Standing, 2017, p. 4).

Para contrarrestar el riesgo del avance del autoritarismo y la ultraderecha, resultado del crecimiento de las desigualdades e inseguridades que se vuelven críticas, el autor propone la adopción de un nuevo tipo de políticas progresistas, políticas que representen al precariado, única clase que puede aspirar a una transformación de las estructuras (y a abolirse a sí misma como clase) y no a un mejoramiento de su situación (Standing, 2015, p. 5). La renta básica universal a cargo del Estado es quizás una de las más destacadas de las políticas propuestas.

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Desde el marxismo se ha cuestionado la pretensión de Standing de calificar al “precariado” como una clase social y se le ha acusado de trazar barreras de clase artificiales entre lo que en realidad serían, desde esta perspectiva, fracciones o partes de la clase obrera o proletariado. Veamos esto más de cerca, porque atañe a cuestiones conceptuales claves.

Para la conceptualización marxista, la estabilidad en el empleo, el carácter formal de la contratación, la existencia de derechos asociados a instituciones de protección social, la negociación colectiva de los sindicatos, la posibilidad del trabajador de construir una identidad ocupacional, son sin duda elementos importantes para dar cuenta de las condiciones concretas en que tiene lugar la reproducción ampliada de la clase obrera, pero no son de ninguna manera determinantes en su delimitación como clase. La clase obrera no se define en primera instancia en función de su importancia numérica, ni tampoco por sus ingresos, ni por sus derechos sociales, sino por su exclusión de las relaciones de propiedad y de control intelectual de los medios de producción (desposesión absoluta) y la venta de su fuerza de trabajo para la producción/realización de la plusvalía[2]. Si abandonamos este clivaje, que cubre no sólo los aspectos económicos, sino también los políticos e ideológicos (pues remite a la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, a los procesos de subjetivación, calificación y disciplinamiento, entre otros), resignaríamos un aporte clave de la teoría marxista para la comprensión de la explotación propiamente capitalista.

La precarización, sobre la cual el autor funda la existencia de una nueva clase, diferente de la vieja clase obrera, no designa, por otra parte, un proceso tan novedoso como pretende. Pensemos por ejemplo en las inhumanas y precarias condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera inglesa antes de promediar el siglo XIX, descriptas por Engels en 1844 en La situación de la clase obrera en Inglaterra, cuyo “contraste” con la situación de protección de ciertos sectores de la clase obrera en la fase de consolidación del imperialismo de la posguerra en los países centrales, no puede ser más iluminador.

Las desigualdades relativas a los salarios y a las condiciones de empleo, los procesos de pauperización o empobrecimiento, las diferencias de acceso a la escolarización, a la vivienda, al préstamo, etc., son más bien efectos, sobre los agentes, de las barreras de clase, tal como resultan de la correlación de fuerzas entre las clases en un momento histórico. De aquí que la magnitud de los ingresos, por ejemplo, no constituya un criterio determinante para la delimitación de la clase obrera. Si un ascenso en los ingresos no es condición suficiente para trasladar a sectores enteros de esta clase a la burguesía (como quisieron en el pasado las teorías de la movilidad social ascendente y la homogeneización de la sociedad), sencillamente porque persiste la relación de producción y subordinación política ideológica que los define, lo mismo vale para los segmentos que sufren una precarización generalizada: no dejan de formar parte de la clase obrera.

Pero cuidado, eso no significa que no tengan suma importancia. La caída salarial, la desocupación, la pérdida de derechos, la frustración política, la precarización, el nomadismo laboral, el resquebrajamiento de las memorias obreras  –en los que atinadamente insiste el autor para poner de relieve las transformaciones que produce en el mundo del trabajo la desconcentración de la producción y la primacía de la especulación financiera impuestas por el capital-, son indicadores cruciales para dar cuenta de las condiciones de trabajo de la clase obrera y para proporcionar criterios para su diferenciación interna en capas o fracciones; en definitiva, son decisivos para un análisis de su morfología y sus contradicciones internas (por ejemplo, entre trabajadores formales sindicalizados y trabajadores precarizados sin salario fijo ni protección gremial), sus posibles intervenciones como fuerzas sociales autónomas y sus alianzas con otras clases, más allá de su común pertenencia de clase.

En suma, si es preciso estudiar la precarización y reconocer que el trabajo temporario, el trabajo a tiempo parcial, el trabajo informal, el trabajo tercerizado, sin paritarias, sin vacaciones, sin horarios fijos, etc., lejos de constituir un fenómeno marginal designa una estrategia del capital que afecta a un sector creciente y masivo de la fuerza de trabajo (en Argentina, por ejemplo, según un estudio reciente, la precarización del empleo acucia al 60% de la clase trabajadora[3]), ello no puede implicar, como bien subraya Marcel Van der Linden (2021), alentar la idea del precariado como nueva clase peligrosa, que a diferencia del resto de la clase obrera, colocada en segundo plano, es capaz de desestabilizar al capitalismo por su propia cuenta.

 

3. LA TESIS DE UNA AMPLIACIÓN DEL PROLETARIADO QUE INCORPORE LAS FORMAS DE EXPLOTACIÓN POR DESPOSESIÓN Y LAS TAREAS REPRODUCTIVAS

 

Otro pensador influyente que propone pensar una configuración distinta del proletariado actual es el geógrafo y teórico social David Harvey. Enfocado en interpretar las desigualdades sociales a partir de un enfoque espacial, entiende que los movimientos sociales urbanos tienen un potencial revolucionario que ha sido subestimado, desde su óptica, por la izquierda tradicional, que vio siempre en el proletariado fabril la fuerza de vanguardia revolucionaria, representándose a aquellos movimientos como reformistas, orientados a resolver cuestiones específicas y no sistémicas, y por lo tanto no como movimientos de clase. En esa subestimación, se los ha considerado como algo separado o subordinado a la lucha de clases enraizada en la explotación y alienación del trabajo en la producción (Harvey, 2014). Recogiendo la inspiración de Lefebvre, subraya la idea de que la clase obrera se constituye de trabajadores urbanos de muy diversos tipos, fragmentados y divididos, y no sólo de obreros de fábrica.

Partiendo del diagnóstico de que en el mundo capitalista avanzado las fábricas han disminuido, diezmando la clase obrera industrial clásica, pone el acento en el desplazamiento del trabajo desde el sector industrial al de los servicios: “Antes, la fábrica era el centro de la clase obrera, pero hoy encontramos a la clase obrera más que nada en el sector servicios” (Harvey, 2016). A eso se suma que

la tarea importante y siempre creciente de crear y mantener la vida urbana es realizada cada vez más por trabajadores eventuales, a menudo a tiempo parcial, desorganizados y mal pagados. El llamado ‘precariado’ ha desplazado al ‘proletariado’ tradicional. En caso de haber algún movimiento revolucionario en nuestra época, al menos en nuestra parte del mundo (a diferencia de China, en pleno proceso de industrialización), será el ‘precariado’ problemático y desorganizado quien la realice. (Harvey, 2014, pp. 11-12).

Pero más importante que su eventual recuperación del “precariado” como potencial sujeto revolucionario, es que Harvey pone la lupa en otras formas de explotación de clase que no son necesariamente la explotación en la producción de mercancías mediante la extorsión del plusvalor. El conjunto de la clase capitalista –asegura- recupera las concesiones a los trabajadores en el salario real mediante actividades depredadoras y explotadoras en el terreno del consumo o en el espacio vital. Para gran parte de la población urbanizada con bajos ingresos, la combinación de explotación en el trabajo y desposesión de los escasos activos (a través por ejemplo del alquiler de viviendas, préstamos hipotecarios, altas tasas de intereses en tarjetas de crédito) son un drenaje continuo que impide mantener las condiciones mínimas para la reproducción. Esta forma de explotación ya fue mencionada por Marx y Engels en El manifiesto comunista –repara-, al decir que tan pronto como el trabajador recibe el salario por parte del fabricante que lo explota, caen sobre él otras porciones de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc. Nuevas formas de explotación primitiva se han acentuado contra poblaciones indígenas y campesinas, y las clases populares de países centrales han ido perdiendo activos (activos inmobiliarios, por ejemplo, en sectores afroamericanos en Estados Unidos).

Estas formas de explotación (economía del despojo) y las luchas de clases que se derivan, se queja Harvey, han sido descuidadas teóricamente por los marxistas. Su posición es que constituyen, al menos en las economías avanzadas, un vasto terreno de acumulación por desposesión, mediante la cual el dinero es absorbido hacia la circulación del capital ficticio para sostener las fortunas realizadas en el sistema financiero (Harvey, 2014, p. 89).

Por eso este pensador insta a no ignorar las luchas que afectan a la reproducción más que a la producción; a los derechos, soberanía y ciudadanía más que al plusvalor en sí. Estratégicamente, la lucha no puede organizarse únicamente en torno al proceso de trabajo: el capital financiero y mercantil cada vez tiene más poder, y eso engendra otras batallas y protestas de los sectores populares, más vinculadas a la circulación que a la producción.

Desde su perspectiva, para entender el papel constructivo que pueden desempeñar los movimientos urbanos en la lucha anticapitalista contra la riqueza y la degradación ambiental es necesaria una reconceptualización de la naturaleza de las clases y de la lucha de clases.

Ante la disminución relativa del proletariado industrial –señala-, o dejamos de creer en la posibilidad de un cambio revolucionario, o cambiamos nuestra concepción del proletariado para incluir, por ejemplo, las hordas de productores no organizados de la urbanización, es decir, los obreros de la construcción, los de mantenimiento, reparaciones, sustituciones, los del reparto de mercancías (que también implican producción de valor), los del transporte. Esto último es lo que sugiere Harvey: la categoría proletariado, en su concepción revitalizada, “[…] abraza e incluye a los sectores informales ahora masivos caracterizados por el trabajo temporal, precario y no organizado” (Harvey, 2014, p. 204).

Los movimientos urbanos que se resisten a las manifestaciones del poder de clase en la forma de vida, en la esfera de la reproducción, en la desposesión que empeora la calidad de vida, no pierden por eso su contenido de clase. La clase y el trabajo, para decirlo de otro modo, no están definidas para este autor únicamente por el lugar de producción, también por el de la reproducción (por caso, el hogar).

Finalmente digamos que la apuesta política de Harvey, a partir de este diagnóstico, es en pos de que todos estos sectores, los desposeídos y descontentos, se aglutinen democráticamente en una oposición que proyecte las perspectivas de una ciudad y un sistema político alternativos. Deben construirse puentes entre los sindicatos tradicionales y las organizaciones que surgen de trabajadores excluidos, domésticos, masas de desempleados, organizaciones vecinales, dando lugar a un nuevo planteamiento de las organizaciones de clase.

No importa dónde comience un movimiento político anticapitalista (en el proceso de trabajo, en las concepciones mentales, en la relación con la naturaleza, en las relaciones sociales, en los intentos de reformar estructuras institucionales y administrativas, etc.), lo importante es que pueda articular esas distintas esferas o momentos en una dinámica de reforzamiento mutuo. En otras palabras, lo que enfatiza Harvey es que la izquierda debe construir alianzas que agrupen o atraviesen a todos los que luchan en esos diversos ámbitos, alianzas que unan a los excluidos, los descontentos, los desprovistos y los desposeídos, para hacerse con el poder del Estado y transformarlo (Harvey, 2010).

La feminista socialista Nancy Fraser participa de alguna manera del debate al sostener que después de décadas de neoliberalismo en sus distintas variantes en Estados Unidos es necesaria la conformación de un bloque contrahegemónico que aproveche la crisis de hegemonía para construir un nuevo sentido común. En este bloque, que deberá combinar una política inclusiva de reconocimiento con una política de distribución igualitaria, a favor de los trabajadores, la clase obrera puede ser la fuerza dirigente de una alianza más amplia.  Pero, para imaginar a la clase obrera en ese rol, es preciso –dice- repensar esta clase, esto es, concebirla

[…] de modo que no quede restringida a los trabajadores fabriles y mineros heterosexuales, varones y de la etnia mayoritaria, y que se extienda a todas las otras ocupaciones -pagas y no pagas- e incluya masivamente a inmigrantes, mujeres y personas de color (Fraser, 2019a, pp. 92-93).

En otras palabras, oponer a la visión restringida de la clase obrera, compuesta por varones, blancos, de las fábricas, la construcción o el petróleo (a la que interpela la derecha trumpista, por ejemplo), una clase obrera real, diversa en cuanto a etnia, género, que incluye a trabajadores del sector público, agrícolas, domésticos, trabajadores a domicilio, etc. Sólo pensándola de esta manera intersectorial, cree Fraser, podemos representarnos a la clase obrera como articuladora de un bloque que sume además a la juventud, la clase media, y segmentos de la clase profesional y gerencial.

Hay entonces en Fraser una tentativa de ampliar la noción de proletariado, tentativa que en su caso está abiertamente ligada a fines políticos. Los sujetos del cambio, para una fase anti-neoliberal, si no directamente anti-capitalista, no pueden ser sólo los obreros asalariados de la industria.

Entre paréntesis digamos que, en términos más generales, muchas feministas reivindican la pertenencia a la clase trabajadora de las mujeres que realizan las tareas reproductivas y de cuidado no pagadas pero esenciales para el desarrollo del capitalismo.

Refiriéndose a sus tiempos de formación, Fraser dice:

[…] ya vivíamos en una sociedad que había empezado a ser muy pluralista, que ya no se centraba únicamente en los obreros industriales; debimos desarrollar una concepción más amplia de quiénes eran las personas que podrían cambiar algo; no podía tratarse solo de los obreros. De manera que desarrollamos un tipo de marxismo más abierto, que podía funcionar en este comienzo de la sociedad posindustrial (Fraser, citada por Cuesta, 2018).

Desde esta mirada marxista no ortodoxa, también propone poner la atención en las luchas vinculadas con la reproducción social: luchas por la vivienda, la educación, la salud, el transporte público, áreas donde el Estado liberal desinvierte o recorta en pos de la austeridad. En muchas de esas áreas predomina el trabajo femenino (docentes, enfermeras) y las luchas se expresan en huelgas. También el #MeToo, una lucha feminista por el derecho a un espacio laboral libre de violencia y abusos, es una expresión de la lucha social, o más contundente aún, “es fundamentalmente una lucha de clases” (revuelta contra los jefes).

Dada la debilidad de los sindicatos en los centros manufactureros tradicionales, la primera línea de la lucha ya no es la industria como lo era en los años 30. Esta es una crisis que pone la reproducción social como centro y frente de batalla. Y por lo tanto, a las mujeres (Fraser, 2019b).

El adversario compartido por los diversos frentes de lucha es el capitalismo como orden social institucionalizado o como estructura conjunta de poder que excede lo económico y la relación a ese nivel de capital y trabajo. El capitalismo está en la base de las injusticias sociales de muchos órdenes, así como el impulsor del cambio climático, por lo tanto, el anticapitalismo debería ser el organizador del nuevo sentido común -pondera.

Todas estas proposiciones enraízan en una conceptualización ampliada, no sólo del proletariado, sino del capitalismo (es decir, no restringida a sus elementos estrictamente económicos sino abarcando el conjunto de condiciones de posibilidad que constituyen su trasfondo necesario) y consecuentemente de las luchas de clases, presente en la autora. En el contexto de esta problemática, Fraser toma distancia de cierto marxismo y de movimientos obreros y socialistas que se representaron las luchas de clases en un sentido estrecho, como algo especialmente relacionado con el trabajo asalariado en entornos industriales (disputas por el plusvalor). No sólo esas son luchas de clases –entiende:

En la medida en que el capitalismo no es sólo una economía, la clase no se define únicamente en el campo de la producción. Si comprendemos al capitalismo como una realidad que abarca todas estas condiciones de fondo, necesarias para que funcionen los sitios especializados en los que se acumula plusvalor a costa de la explotación del trabajo asalariado, comprendemos también que la reproducción social es un componente esencial del sistema y de la forma en la que sus partes encastran unas con otras. Si decimos lo mismo sobre la naturaleza, sobre los bienes públicos y las capacidades regulatorias, sobre las formas legales que consideramos políticas, si todo esto también es esencial, entonces podría darse el caso de que las luchas que se generan alrededor de estas realidades también sean luchas anticapitalistas, o al menos luchas en torno a componentes esenciales del sistema capitalista. También podemos decir que, si logran conjugarse de forma adecuada -y no siempre sucede así- estas luchas pueden ser comprendidas como luchas de clases. (Fraser, 2021, p. 92).

En términos de teoría, su invitación es a redefinir la clase y la lucha de clases de una manera más amplia. Según Antonio Antón, estudioso de su obra, para su concepción es más pertinente el concepto de “clases populares”, ya que remite a “[…] una pugna más multidimensional de las mayorías sociales y un sujeto más plural y abierto que el viejo movimiento obrero centrado en la reivindicación económico-laboral" (2019, p. 5). Quizá por eso en un trabajo colectivo prefiere, junto a otras feministas, usar la expresión “clase trabajadora global”, la cual no está compuesta sólo por los obreros asalariados de las fábricas o minas, sino que son igual de importantes en su seno quienes trabajan en los campos, casas, oficinas, hoteles, hospitales, escuelas, sector público, el precariado, los desempleados o los que no reciben pago por su trabajo (Arruzza, Bhattacharya y Fraser, 2019, p. 42).

4. LA TESIS DE UNA AMPLIACIÓN DE LA CLASE OBRERA SEGÚN EL CRITERIO DE LA VENTA DE LA FUERZA DE TRABAJO

Desde una perspectiva claramente marxista, el sociólogo brasilero Ricardo Antunes busca combatir las tesis que apuntan a deconstruir el trabajo, la clase trabajadora, y las luchas sociales del trabajo, como aquellas que postulan o postularon la pérdida de centralidad del trabajo o el fin del proletariado (Gorz, Offe, Habermas, Méda, Rifkin). Su propósito es comprender a la clase trabajadora de hoy, desde una perspectiva amplia o abarcativa, que dé cuenta de su gran heterogeneidad y diferenciación de esta clase de los que viven de la venta de su fuerza de trabajo. Desconfiando de los conceptos insuficientes y eurocéntricos de multitud y de precariado, reivindica la vigencia del concepto de clase, y de clase trabajadora en particular (o clase de los que viven del trabajo), para explicar la realidad actual.

La noción de multitud –entiende– no tiene el estatuto teórico para sustituir al concepto de clase, más bien entraña un carácter descriptivo. El concepto de clase debe ser complejizado y pensado en relación con el género, la etnia, lo generacional, pero no rechazado ni reemplazado por la noción de multitud. Se distancia así de Negri cuando crea el concepto de multitud pretendiendo mostrar que las clases no dan más cuenta de la realidad, pues hoy hay un movimiento más disforme, diferenciado y heterogéneo.

 Tampoco es satisfactorio el concepto de precariado, desarrollado por Guy Standing entre otros, como clase diferenciada, es decir, como nueva clase que no forma parte del proletariado. Para Antunes, en clara sintonía con nuestra posición al respecto, el precariado es sencillamente el sector más explotado y precarizado de la clase trabajadora. La clase trabajadora, en países como Brasil, siempre tuvo sectores precarizados.

Si en la Europa del siglo XIX conocida por Marx y Engels, los trabajadores que inspiraban su reflexión tomaban cuerpo en el proletariado industrial (lo cual permitía la identificación entre clase obrera y proletariado), hoy la clase de los que viven de la venta de su fuerza de trabajo (desposeídos de los medios de producción) comprende no sólo a los trabajadores productivos (los que producen plusvalía, sin duda uno de sus núcleos centrales) o a los trabajadores manuales directos, sino que incorpora a la totalidad del trabajo colectivo, de los asalariados (Antunes, 2018).

La actual clase trabajadora (o lo que es lo mismo, el proletariado) es más amplia que el proletariado industrial clásico. Es ampliada, en el sentido de que está compuesta por todos los hombres y mujeres que viven de la venta de su fuerza de trabajo (sea material o inmaterial) a cambio de un salario. En consecuencia, no la integran solamente los operarios industriales, sino que en ella están presentes, junto al obrero industrial, los trabajadores “improductivos” (en el sentido de Marx) del sector servicios, pero también los agrícolas y de la agro-industria, los trabajadores de los servicios industriales, los del comercio. En fin, participan en la clase trabajadora los de la producción de mercancías diversas, metalúrgicos, bancarios, trabajadores del cultivo de caña, de call-center, de hipermercados, maestros, profesores, empleados del comercio y de los hoteles. Así considerada:

[…] la clase trabajadora no viene disminuyendo a escala global, sino aumentando. Para esto, es preciso no ser eurocéntrico, y hay que mirar a la India, a China, a los países asiáticos, a América Latina, para no decir el equívoco teórico, analítico y conceptual que el trabajo no tiene más relevancia (Antunes, 2015).

En síntesis, la esfera de la explotación del trabajo asalariado se expande, con lo cual los trabajadores de la actual fase del capitalismo conforman una clase más heterogénea, más compleja y más fragmentada que el proletariado industrial del siglo XIX y principios del XX (Antunes, 2001a, 2018). El núcleo central de la clase trabajadora actual es el de los “trabajadores productivos”, en el sentido que los identificó Marx, como los que producen directamente plusvalía (producción de mercancías) y participan de modo directo en el proceso de valorización del capital. Pero el núcleo de una clase no es la totalidad de la misma:

Pero la clase trabajadora hoy engloba también al conjunto de los ‘trabajadores improductivos’, nuevamente en términos de Marx. Son aquellos cuyas formas de trabajo se utilizan como servicios, sea para uso público, como los servicios públicos tradicionales, sea para uso del capital privado […]. Improductivos, para este autor, son aquellos trabajadores cuyo trabajo es consumido como valor de uso y no como creador de valor de cambio. De modo que en el cambio de siglo la clase trabajadora incluye también el amplio abanico de asalariados del sector de servicios, que no crean directamente valor. El del trabajo improductivo es un campo en expansión dentro del capitalismo contemporáneo, aunque algunas de sus parcelas se encuentren en retracción (Antunes, 2001b)[4].

Abrimos paréntesis para apuntar que la cuestión trabajo productivo/trabajo improductivo ha suscitado un debate acerca de qué entendía el propio Marx por clase obrera o proletariado. Si para algunos Marx identificaba al proletariado con el proletariado industrial que realizaba trabajo productivo y producía plusvalía, otros entienden que tenía una conceptualización más amplia de la clase trabajadora[5], incluyendo a los vendedores de su fuerza de trabajo, ya sean de la industria, el comercio o el sector de los servicios (independientemente entonces de que sea o no un trabajador productivo). Nicos Poulantzas (1981) es exponente de la primera interpretación (clase obrera = trabajadores que producen plusvalía), Marta Harnecker (1983) y Alex Callinicos (2018), de la segunda.

Del mismo modo que Marx distingue fracciones de la burguesía (industrial, comercial y financiera) según las formas desarrolladas del plusvalor (ganancia de la empresa, ganancia comercial e interés), explica Harnecker (1983), es posible reconocer fracciones del proletariado que no participan directamente de la producción de plusvalor sino en su realización, esto es, en la venta de productos y en la transformación del dinero en capital. De este modo, además de la fracción industrial, podrían reconocerse la fracción comercial y la fracción financiera del proletariado, en correspondencia con cada fracción de la burguesía, en función de las tareas que realizan en el proceso de distribución, circulación y valorización financiera imprescindibles para la acumulación del capital.

Volviendo a la propuesta de Antunes (2009), también incluye dentro de la clase trabajadora al “[…] enorme contingente sobrante de fuerza de trabajo que no encuentra empleo, pero que se reconoce como parte de la clase trabajadora desempleada”.

Desde su perspectiva, la enorme masa de desempleados, subempleados, trabajadores a tiempo parcial, trabajadores temporarios, precarios, sin derechos laborales mínimos, trabajadores no registrados producto de formas de trabajo desreguladas, son hoy, y de manera creciente, parte del paisaje del mundo del trabajo, y no la demostración de la pérdida de importancia de este mundo. Dentro de él pierde peso relativo el sector del trabajo manual industrial formal (el proletariado fabril de antaño), y cobran ventaja otras formas, expresión de una precarización del trabajo a gran escala.

No es que en el siglo XX la clase trabajadora fuera homogénea (siempre hubo hombres y mujeres, calificados y no calificados, nativos e inmigrantes, etc.) o que no hubiera trabajadores en el sector servicios, pero hoy esos procesos se intensifican, señala con acierto Antunes. Las muchas caras del mundo del trabajo incluyen desde los obreros industriales y rurales clásicos (que hoy representan una porción menor del total) hasta los asalariados de servicios que hemos mencionado ya (de los fast-food, de los call center, del telemarketing, de los delivery, de los hipermercados), los cada vez más numerosos tercerizados y subcontratados. Los cambios que observa son el crecimiento del empleo femenino, la ampliación del trabajo inmaterial (sobre todo en la esfera de la comunicación, publicidad y marketing), la erosión del trabajo contratado y regulado, la flexibilización salarial, horaria, funcional u organizativa, el pseudo-cooperativismo como forma de precarización del trabajo, entre otras. Todos procesos que no cree que autoricen a postular la tesis del fin del trabajo –ni del fin de las luchas de clases entre el capital y el trabajo–, sino más bien la de su precarización estructural (trabajo informal, precario, intermitente, etc.).

En fin, contra la tesis eurocéntrica de la desaparición del proletariado, insiste en la enorme expansión del nuevo proletariado en todo el planeta, sobre todo en el sector servicios y en particular actualmente en las empresas de plataformas digitales. Para este último ámbito, este pensador acuña el término “esclavitud digital” (Antunes, 2018): bajo la figura de “prestación de servicios” y la idea del emprendimiento y trabajo sin jefe, los trabajadores pierden la protección de la legislación laboral ligada al vínculo salarial.

Con la pandemia mundial de coronavirus en 2020, la que se proyectó para Antunes como principal forma experimental de trabajo es la del modelo del trabajo uberizado ligado a las grandes plataformas digitales, y que implica explotación y saqueo acentuado y ningún derecho laboral. También el teletrabajo, la oficina en casa (es decir, el traslado total o parcial de tareas laborales hacia el propio hogar), la educación a distancia, se fueron expandiendo durante la pandemia, y pueden prefigurar estrategias del capital para reducir costos y erosionar derechos del sector del trabajo.

Además del capital, los que quedan fuera de las fronteras del proletariado son –según la enumeración del autor–  los gerentes, pequeños empresarios, la pequeña burguesía urbana y rural (propietaria de sus medios de producción), los que viven del interés y la especulación.

Por último, y ya en el plano de la acción política, cabe indicar que para este investigador es fundamental que puedan articularse las acciones emancipadoras de distinto tipo, ya que a la opresión de clase se superponen otro tipo de opresiones (de género, de razas, sobre inmigrantes, sobre minorías sexuales, etc.).

Sin duda, el esfuerzo conceptual que realiza este autor por trazar un diagnóstico sólido de la situación actual y delimitar con precisión los diferentes conjuntos de clase que actualmente conforman el proletariado y la importancia que asigna a la articulación de sus luchas con las de otros conjuntos de las clases populares y las suscitadas por otras formas de opresión, es encomiable y marca un camino fértil, que nos gustaría seguir profundizando. 

Un planteo con muchos puntos de contacto con el de Antunes encontramos en el británico Terry Eagleton (2011), otro pensador que defiende la vigencia del dispositivo conceptual marxista para el análisis del siglo XXI, y en particular de los conceptos de clase y clase obrera.

El argumento para sostener la vigencia de la teoría marxista es que el “objeto” de esta teoría es el capitalismo y el capitalismo continúa activo. Que el capitalismo haya cambiado sus formas en décadas recientes –razona– no significa que quede desacreditada aquella teoría que justamente concibe el cambio como esencia misma de ese sistema. ¿Cuáles son, según su parecer, esos cambios que caracterizan a la fase del capitalismo que se inicia a mediados de los 70?

Hubo una transición desde la producción industrial tradicional a una cultura ‘postindustrial’ de consumismo, comunicaciones, tecnología de la información y auge del sector servicios. Las empresas pequeñas, descentralizadas, versátiles y no jerárquicas pasaron a estar a la orden del día. Los mercados se desregularon y el movimiento obrero fue objeto de una salvaje ofensiva legal y política. Las lealtades de clase tradicionales se debilitaron, al tiempo que otras identidades (locales, de género y étnicas) cobraron mayor relevancia (Eagleton, 2011, p. 17).

Después del apagón del boom de posguerra, las políticas de Reagan y Thatcher favorecieron estos procesos de desplazamiento de las inversiones desde el sector industrial al de los servicios, finanzas y comunicaciones.

Pero el autor de ¿Por qué Marx tenía razón? agrega en la descripción un elemento muy importante, que no siempre es tenido en cuenta:

Buena parte de la producción fabril se deslocalizó hacia países de salarios bajos del llamado mundo ‘subdesarrollado’, lo que indujo a algunos occidentales de mentalidad localista a concluir que las industrias pesadas habían desaparecido ya de la faz de la tierra en su conjunto (Eagleton, 2011, pp. 17-18).

Interesado en desmontar el argumento según el cual en el mundo en que vivimos las clases importan cada vez menos, y de que la clase obrera ha desaparecido sin dejar huella, argumenta que las distintas clases (la clase obrera, pero también la alta burguesía tradicional) cambian constantemente, pero eso no significa que desaparezcan –explica. Por más que se nos muestren imágenes engañosas, señala, de una supuesta ausencia de clases, lo cierto es que las desigualdades de riqueza y poder no paran de crecer.

La clase obrera tiene un interés intrínseco en derrocar el capitalismo, de ahí su importancia para el marxismo. Pero la manera en que se la entienda o defina –advierte Eagleton– es esencial para afirmar o no su retraimiento.

Si por clase obrera entendemos los trabajadores manuales industriales, no hay duda de que esta ha disminuido acusadamente en las sociedades capitalistas avanzadas, aunque haya sido gracias, entre otras cosas, a que buena parte de ese trabajo se ha exportado a otras regiones del planeta azotadas por la pobreza (Eagleton, 2011, p. 164).

Pero si no restringimos la clase obrera al trabajo manual productivo (es decir, al que produce directamente mercancías), entendemos por qué David Harvey (2016) dice que el proletariado global es más numeroso que nunca -subraya. Según interpreta Eagleton (y esta sería para él la consideración del propio Marx):

La clase obrera incluye más bien a todas aquellas personas que se ven obligadas a vender su fuerza de trabajo al capital, que malviven bajo las opresivas disciplinas de este y que tienen escaso o nulo control sobre sus condiciones de trabajo (Eagleton, 2011, p. 165).

Con esta definición amplia, técnicos, oficinistas, administrativos, empleados de comercio y de los servicios, formarían parte de la clase obrera junto al proletariado industrial. Tanto los trabajadores manuales como los niveles inferiores de los trabajadores intelectuales constituyen la clase obrera ya que son trabajadores explotados, con salarios bajos, inseguridad laboral, sin control sobre su fuerza de trabajo, todo lo cual implica que se beneficiarían con la caída del capitalismo y la creación de un orden social más equitativo. También forman parte de la clase obrera –dice el marxista inglés– jubilados, desempleados, enfermos crónicos, así como población marginal con ocupaciones inestables e informales, con capacidad de acción política.

Hoy se asiste según Eagleton a una difuminación progresiva de la línea de separación entre clase obrera y clase media, por la proletarización de estos últimos, y concluye:

Se ha exagerado mucho, pues, la supuesta desaparición de la clase obrera. Hay quienes hablan de un giro de los círculos radicales hacia la raza, el género y el poscolonialismo que los ha llevado a abandonar la clase como factor de movilización. […] Por el momento, baste comentar que solo aquellos y aquellas para quienes la clase se reduce a una cuestión de propietarios de fábricas ataviados con levita y de obreros enfundados en sus monos de trabajo podrían adherirse a una idea tan simplista. Convencidos y convencidas de que la clase está tan muerta como la guerra fría, recurren en vez de ella a la cultura, la identidad, la etnia y la sexualidad. En el mundo actual, sin embargo, estos factores están tan interconectados con la clase social como siempre lo han estado (2011, pp. 171-172).

Estos planteos se vinculan con la discusión ya mencionada entre una concepción estrecha y una concepción amplia (todos los asalariados) de la clase obrera. Para empezar, es discutible que Marx se inclinara explícitamente por la segunda opción, como sugiere Eagleton; además, esto es difícilmente compatible con lo que él mismo afirma sobre Marx, respecto de que predijo el declive numérico de la clase obrera, el aumento pronunciado del trabajo intelectual (2011, p. 16) y el constante crecimiento de la clase media, todo lo cual da a entender más bien una equiparación de la clase obrera con el proletariado propiamente industrial.

***

Pero más allá de la crítica que pueda merecer esa argumentación de Eagleton, importa que aquí nos topamos con otra cuestión conceptual de peso, relativa a si el salario define per se al proletariado. Por nuestra parte, recuperando una línea teórica que va desde el marxismo clásico hasta los desarrollos de Althusser (2015) y Poulantzas (1981), entre otros, entendemos que el salario no es el criterio determinante a la hora de delimitar la clase obrera. De hecho, hay conjuntos de agentes cuyo trabajo es remunerado mediante la forma salarial a los que muy probablemente no corresponda considerar como parte de la clase obrera sino más bien como fracciones o segmentos de una clase específica, que Poulantzas llama nueva pequeña burguesía[6]

Es el caso, en el ámbito de la producción, de los directores, ingenieros y técnicos de alto rango que representan el monopolio del saber y administran sanciones y normas destinadas a controlar la “eficacia” de los obreros, ya sea directamente o a través del uso de tecnologías. Entre estos asalariados, que ejercen funciones de dirección y vigilancia, reclutados según su formación en el aparato escolar, y la clase obrera, excluida en masa del control intelectual del proceso de trabajo, puede reconocerse una barrera de clase, sobre todo, si atendemos a los procesos de explotación intensiva del trabajo (aumento de la productividad del trabajo vía innovaciones tecnológicas e intervenciones científicas) que caracterizan al capitalismo en su fase actual.

Muchos funcionarios de los aparatos ideológicos de Estado (por ejemplo, los docentes) y ciertas categorías de la administración estatal (cuadros bajos y medios, empleados, funcionarios bajos y medios) designan en su conjunto otro caso que merece una mayor reflexión. Si su explotación está fuera de duda (jornadas extendidas, bajos ingresos, subordinación a cadenas de mando, sanciones, etc.), difícilmente pueda considerársele parte de la clase obrera, sencillamente, porque no participa en el proceso de acumulación del capital sino en la reproducción de las condiciones políticas e ideológicas imprescindibles para llevar adelante ese proceso. Desde los preceptos morales del amor a la patria y a la familia, la dignidad del trabajo, la virtud y la decencia en las escuelas, sin olvidar todos los rituales orientados a la obediencia, hasta los mandatos de respeto al expediente, la legalidad y las jerarquías en la oficina, los ejemplos relativos al papel que cumple el sistema de los aparatos del Estado (ideológicos, represivo y administrativo) en la reproducción de las relaciones capitalistas son casi innumerables, y sus agentes participan en ellos, por supuesto, de manera variable e inserta en las luchas que tienen lugar en este campo, que lejos está de conformar un bloque monolítico o sin fisuras.

Recordemos que aquí estamos enfatizando dilemas relativos a la precisión analítica, a la pertinencia de tales o cuales criterios a la hora de identificar una relación de clase (pues toda clase, claro está, designa una relación, no un conglomerado estático). Y es desde este punto de vista que creemos que la expresión clase asalariada, empleada de manera habitual por algunos enfoques como sinónimo o sucedáneo de proletariado, amerita una mirada más atenta a la heterogeneidad que la habita. Cabe agregar, finalmente, que la escala de salarios no es que carezca de valor, por el contrario, bien puede servir, por ejemplo, para diferenciar fracciones, en este caso, al interior de la nueva pequeña burguesía[7].

 

REFLEXIONES FINALES 

 

Interesadas en el debate suscitado por la definición de la clase obrera en las condiciones actuales, identificamos y recorrimos un conjunto de propuestas teóricas cuyo común denominador consiste en oponerse a las consignas del fin del proletariado y del carácter central de la oposición entre capital y trabajo, hegemónicas en las ciencias sociales una vez instalada la tesis del agotamiento del marxismo como teoría capaz de explicar las desigualdades sociales. Como vimos, este retorno de la cuestión de las clases, y con ella, de los problemas relativos a la definición y demarcación del proletariado, condicionados por las nuevas coyunturas de las formaciones sociales capitalistas del siglo XXI, suscita posiciones encontradas, desde las que proponen abandonar los umbrales analíticos conocidos para adoptar nuevos conceptos (multitud, hiperproletariado global, precariado) hasta las que reivindican la vitalidad del arsenal conceptual marxista para pensar las nuevas condiciones, generalmente, mediante una concepción ampliada del trabajo social y de la clase que lo realiza.

Considerando que en las páginas precedentes ya tratamos algunas cuestiones cruciales para su definición (criterios determinantes, pertinencia de las escalas de ingresos y de las condiciones de flexibilización y precarización del trabajo, el par trabajo productivo/improductivo, la relevancia de los criterios políticos e ideológicos), en lo que sigue nos permitimos sumar una serie de interrogantes y dilemas conceptuales que esperamos pueda contribuir a desbrozar el camino para un correcto planteo de los problemas relativos a la definición/delimitación de las clases dominadas, en especial, de la clase obrera. Recordando en todo momento que las clases no existen aisladamente sino en relaciones con otras clases y que es esa relación misma (de oposición, de antagonismo) la que las constituye, que sólo momentáneamente y con fines analíticos podemos tratar de pensar en sí mismo uno de los polos de esta relación (clase obrera) sin analizar el otro. En otras palabras, sin olvidar, a pesar del acento puesto en un aspecto, que lo que está en juego en el análisis de las relaciones de clases en el capitalismo es la forma histórica del antagonismo, y no una clasificación previa (Balibar, 1984, p. 142).

a)- Desde nuestra perspectiva, los enfoques que defienden la noción de multitud sobreestiman la transformación de las relaciones de producción o la “refundación de la explotación”, otorgándole una radicalidad que no observamos. Es esquemático y equívoco pensar que en otras fases del capitalismo la explotación estuvo confinada a las cuatro paredes del ámbito fabril, y que hoy, en cambio, permea a toda la sociedad. La explotación nunca fue exclusividad del taller o fábrica. El marxismo clásico nunca se representó al proletariado industrial como al “único” sector explotado. El propio Marx –en la fase de la gran industria– entendió que, en el capitalismo, no todo trabajador es productor de mercancías y de plusvalía, y que no todo asalariado es un trabajador productivo (Marx, 2009). Pensaba por ejemplo en el caso de los trabajadores del sector servicios, donde el trabajo se consume como valor de uso, como servicio, y no en tanto productor de valores de cambio. También alcanzó a advertir, en su época, el proceso de salarización de otras esferas de la economía distintas a la de la producción de mercancías: “[…] con el desarrollo de la producción capitalista todos los servicios se transforman en trabajo asalariado y todos sus ejecutantes en asalariados […]” (Marx, 2009, p. 81).

Con lo cual el proceso de extensión de las relaciones salariales es cualitativamente bastante poco novedoso. No es un fenómeno con origen en el siglo XX. Pero es justamente esta “innovación” la que autoriza el discurso de la “refundación” y de la existencia de una “nueva” clase obrera. Algunos creen que para Marx la clase obrera estaba compuesta únicamente por el proletariado industrial, otros creen que Marx nunca limitó la clase obrera al trabajador productivo. Se puede discutir esto, como vimos unas páginas atrás. Lo que es difícil de aceptar es que haya una transformación esencial de las relaciones de producción como para pensar en un nuevo modo de producción o en un capitalismo posmoderno con un nuevo sujeto.

Tampoco la lucha de clases estuvo nunca relegada al ámbito de la producción de bienes. Sólo una mirada muy simplista de la teoría marxista (que es absolutamente compleja) puede imaginarlo así. Justamente el gran mérito de los fundadores del materialismo histórico estuvo en poner en relación distintas formas de lucha y conflicto como “formas de la lucha de clases”:

Fue precisamente Marx el primero que descubrió la gran ley que rige la marcha de la historia, la ley según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el terreno político, religioso, filosófico, ya en otro terreno ideológico cualquiera, no son, en realidad, más que la expresión más o menos clara de luchas entre clases sociales […] (Engels, 1999, p. 6).

Por lo tanto, respecto de esto tampoco hay una novedad en la era “posmoderna”: la lucha de clases no excede recién ahora el espacio económico. Nunca fue solamente una lucha por condiciones de trabajo y salariales. No es un fenómeno de fines del siglo XX o del siglo XXI el que tenga lugar “a escala de lo social en su conjunto”.

Finalmente, como ha sido señalado en más de una ocasión, la noción de multitud (cooperativa y potencialmente revolucionaria), por un lado, subestima los efectos de la división trabajo manual/trabajo intelectual y los efectos de individualización/atomización de la fuerza de trabajo producidos por el capital y los aparatos del Estado, que impiden justamente que se organice para poner en marcha por su cuenta el proceso de trabajo; por el otro, obtura el análisis del momento propiamente político de una alianza anticapitalista y la necesaria consideración de las contradicciones económicas, políticas e ideológicas que la atraviesan.

b)- Resulta problemático, según creemos, tratar de repensar la definición y naturaleza de la clase obrera adoptando como principal criterio el retroceso del movimiento obrero como fuerza política, la pérdida de protagonismo de sus organizaciones políticas y sindicales en el escenario neoliberal, y la visibilidad en su lugar de nuevos movimientos sociales. Esa operación es posible sólo si, olvidando a Poulantzas (1981) y a la tradición marxista que representa, se confunde la “determinación estructural de clase” (lugares objetivos en las relaciones económicas, políticas e ideológicas, es decir, en el conjunto de la división social del trabajo, a los que claramente debe apuntar una definición de la clase) con la “posición de clase en la coyuntura” (posición en la situación concreta de la lucha de clases, comportamiento de las clases y fracciones como fuerzas sociales en momentos determinados).

Pasando por alto la distinción entre esas dimensiones, lo que hacen algunos autores es mirar dónde se concentra la conflictividad social, la resistencia, las revueltas en ciertos escenarios coyunturales del presente (por ejemplo, las revueltas populares de principios del siglo XXI en América Latina, el movimiento de los indignados en España, el movimiento Occupy Wall Street, el de los chalecos amarillos en Francia, etc.), para a partir de ahí, desde la potencia política de los colectivos en situaciones concretas de lucha, redefinir la clase, reproblematizar sus contornos, para dar paso a un nuevo sujeto multi-identitario.

Practican así lo que podríamos llamar un sesgo politicista en la definición de las clases, que ignora que la lucha tiene lugar en todos los dominios de la vida social, no solamente en la encandiladora escena política. Aceptar, contra las visiones economicistas, que la clase obrera (como toda clase social) no tiene sólo una existencia económica, que se encuentra caracterizada al mismo tiempo por determinadas prácticas políticas e ideológicas materiales (que no pueden reducirse a un discurso coherente, o a una organización política autónoma, dicho sea de paso), no nos puede conducir a menospreciar (cuando no, a pasar por alto) los criterios que se refieren a la propiedad/posesión de los medios de producción, a las formas específicas de organización del trabajo, a la tasa de productividad del trabajo, etc.

Insistimos: no es que las formas concretas de la lucha política, económica e ideológica no tengan importancia, todo lo contrario, son decisivas en un análisis de coyuntura, en el cual toman la delantera conceptos de estrategia tales como los de alianzas, contradicciones en el seno del pueblo, contradicciones del bloque en el poder, fuerzas sociales en pugna, potencias electorales, capacidades de organización política autónoma de las diversas clases, capas y fracciones, grados de unidad de las luchas económicas con las luchas políticas, etc. De lo que se trata es de no reducir la necesariamente sobredeterminada definición de la clase obrera a un enfoque accionalista de los movimientos sociales, que busca en las identidades o las políticas de protesta las pertenencias colectivas, o a una perspectiva constructivista que recién reconoce los antagonismos de clase cuando un discurso político los enuncia como tales.

Para decirlo de otra manera, si es cierto, contra el economicismo (que se presenta a veces como espontaneísmo que espera de la sola agudización del antagonismo una acción política radical), que la contradicción entre capital y trabajo nunca es simple, que se haya en todo momento y lugar sobredeterminada (Althusser, 1983, p. 86), y que la práctica política, abierta a lo impredecible y contingente, no tiene una correspondencia directa con la práctica de la producción, sino una historia diferencial, también es oportuno recordar, contra la omnipotencia de la política como criterio de identificación de un campo de lucha, que esta práctica no tiene autonomía absoluta, esto es, que no se encuentra despegada o aislada de la práctica que tiene lugar en la producción (tampoco exenta de luchas).

c)- También si pensamos específicamente en la propuesta de una ampliación del concepto de clase obrera por parte de muchos exponentes de las nuevas teorías críticas, observamos cierta supeditación de los problemas teóricos a consignas políticas: en lugar de ser el resultado de un riguroso trabajo de producción de conceptos a propósito de realidades cambiantes, la conceptualización ampliada está condicionada de manera más inmediata por motivos estratégico-políticos. Para decirlo de manera más directa, si hasta avanzado el siglo XX el sujeto con potencialidades políticas transformadoras parecía ser el proletariado tal como lo conocían los clásicos del marxismo en el siglo XIX, ante el capitalismo financiero y el avance relativo de los servicios por sobre la industria (y la consiguiente disminución del peso relativo del proletariado industrial en los países centrales), esta corriente opta por expandir el concepto de clase obrera a otros conjuntos subalternos para poder seguir sosteniendo su centralidad política y depositando allí las esperanzas de lucha anticapitalista.

Pero esto nos lleva a resaltar algo que no siempre es tenido en cuenta en los debates. Y es que, en las formaciones sociales capitalistas, la relación de producción entre capital y trabajo caracterizada por su mecanismo específico de explotación a través del valor incorporado por el trabajo en la mercancía (plusvalía), constituye una forma decisiva de explotación económica, pero de ningún modo la única. En toda formación social concreta coexisten diversos modos y formas de producción, por lo que las relaciones de producción no adoptan jamás una única modalidad, ni las clases son solamente dos (las del modo de producción dominante: burguesía y clase obrera en el caso del régimen capitalista). En otras palabras, la clase obrera, no es la única clase explotada. Pero además, como ya sugerimos, las contradicciones y desigualdades producto de las diferencias de clase no aparecen sólo en la esfera de la producción de bienes, aunque ella sea esencial, sino también en otros lugares del conjunto de la división social del trabajo (ámbito del comercio, los servicios, el sector financiero, la administración pública, la docencia, etc.); en la esfera de la distribución del ingreso (directo e indirecto); así como se expresan también en el terreno de la reproducción. En suma, la explotación capitalista afecta a todos los trabajadores, sin excepción (asalariados no proletarios, campesinos pobres, ciertos funcionarios de los Aparatos ideológicos del Estado y del Aparato represivo), es su pan de cada día (Althusser, 2015, p. 170).

Con esto presente podemos evitar el equívoco simplista y reduccionista que consiste en identificar la lucha de clases con la lucha exclusivamente económica entre patrones y obreros fabriles por los salarios o las condiciones de trabajo. Sólo una lectura vulgar del marxismo admite tal interpretación. El mérito de los planteos de algunos de los pensadores críticos que hemos examinado, como David Harvey (2014), y de feministas como Nancy Fraser (2021), es que reparan en formas de explotación distintas a la de la producción de plusvalor y otorgan la debida importancia al problema político de articular/unificar esas diferentes formas en un frente anticapitalista, que no puede de ninguna manera quedar reducido a las luchas obreras y a sus organizaciones. 

Prestar atención y estudiar a fondo las nuevas formas de explotación es sin dudas un componente esencial de todo análisis que pretenda aportar conocimientos sobre las relaciones de clase actuales, según sus formas específicas en cada formación social, a lo largo y ancho del sistema capitalista mundial, en los centros y en las periferias. En este sentido, los conceptos de acumulación por desposesión (Harvey) o acumulación permanente (Federici, 2013; 2017), que permiten reconocer modalidades de explotación tales como el despojo de tierras, las privatizaciones y la apropiación de recursos naturales, y el concepto de endeudamiento (Pegoraro, 2019), entre otros, son aportes sumamente valiosos para dar cuenta de las múltiples modalidades de explotación que coexisten bajo el capitalismo y cuya articulación/dispersión hay que estudiar.

No hay que soslayar que no es que el campo marxista no reconozca y estudie la multiplicidad de conflictos, sino que lo hace sin renunciar a los conceptos de clase y lucha de clases, e incluso mostrando la imbricación o entrelazamiento que tienen con la división en clases. Ligazón que por otra parte no es nueva, como tampoco es nueva la existencia de contradicciones múltiples ni de movimientos que las expresen. En la problemática marxista suele estar presente la defensa de los movimientos anticoloniales, de los derechos de las mujeres, la crítica a la opresión racial, poniendo en cuestión la idea de un marxismo “antipluralista” y obsesionado en exclusiva con el concepto de clase. En palabras de Eagleton (2011, p. 205), las y los marxistas “[…] estuvieron a la vanguardia de las tres más importantes luchas de la era moderna: la resistencia al colonialismo, la emancipación de las mujeres y el combate contra el fascismo”.

Más aún, y ya colocadas de lleno en nuestro tiempo, nos gustaría argumentar que la problemática abierta por la teoría marxista lejos de taponar los estudios sobre las opresiones de género, de raza, de nacionalidad, entre otras, ofrece pertrechos irrenunciables (no los únicos, ni suficientes por sí solos) para abordarlas de manera integral, considerando las determinaciones y las sobredeterminaciones en juego.  Algunos ejemplos.

Los trabajos sobre el patriarcado del salario de Federici (2017), de gran influencia entre los feminismos, lejos de dar por muerto al marxismo, se apropian de su concepción de la historia, en tanto regida por la lucha y las divisiones, como forma de comprender que la sociedad se reproduce generando y perpetuando divisiones por clase, por género, por raza, por edad, entre otras. Sin dejar de señalar que la teoría elaborada por Marx falla al desconocer la forma específica de sujeción de las mujeres en la sociedad capitalista representada por el trabajo de reproducción en la esfera doméstica -y que, por lo tanto, debe ser revisada-, entiende que, salvo que quiera quedar reducida a una vía para la justificación del orden económico mundial, la política feminista no puede quedar escindida de la lucha anticapitalista, en la cual puede encontrar la solidaridad de las luchas de las mujeres del sur con las del norte global, hoy escindidas (Federici, 2013; 2017).

Nancy Fraser, cuyos aportes revisamos, critica a la izquierda que se obstina en los “nuevos movimientos sociales” (concentrados en los problemas del “reconocimiento” de las diferencias), dejando en segundo plano la cuestión de las clases (asociada a los problemas de la “distribución” o “redistribución”) y con ello, la de los sindicatos, partidos y otras formas de organización vinculadas al trabajo (Fraser, 2019a). Considerando que en el capitalismo financiero la raza y la clase están íntimamente entrelazadas, pues aluden a injusticias que tienen raíces compartidas, piensa que es un error centrarse en la raza o en el género en detrimento de la clase, o viceversa.

El tipo de feminismo por el que abogó es un movimiento de clase, contra el 1% o el 10%, y eso tiene que ver con poner las preocupaciones de las mujeres pobres, racializadas, migrantes y de la clase trabajadora en el centro, en vez de integrar a las clases profesional y directiva en el feminismo. Estamos en plena lucha de clases dentro del feminismo: debemos reorientarlo hacia la clase trabajadora (Fraser, 2019b).

Otro intento de mostrar el vínculo de los antagonismos de clase con otro tipo de antagonismos (y no el desplazamiento de unos por otros), es la reflexión sobre la crisis ecológica que cuestiona la opinión de que ante estos problemas ambientales la humanidad debe “superar sus divisiones”. Frente a esa idea difundida, resulta valioso subrayar la noción de que la humanidad (las razas, las clases) no padece de manera uniforme las consecuencias de la crisis ecológica, que la naturaleza no escapa a las relaciones de fuerza sociales sino que es el “teatro de enfrentamientos entre actores de intereses divergentes”. Esto es lo que intenta enseñar Razmig Keucheyan en su obra de sugestivo título La naturaleza es un campo de batalla. “La ‘interseccionalidad’ entre la raza, la clase y el género, que es objeto de numerosos trabajos en la actualidad, debe así ser completada por una cuarta dimensión, que viene a complicarla: la naturaleza” (Keucheyan, 2016a, p. 17).

De este reconocimiento de la diversidad de las formas de explotación capitalistas a estirar el concepto de proletariado como un chicle, hay una gran distancia. Si los argumentos a favor de la inclusión en la clase obrera de los trabajadores del comercio y de las finanzas, como alternativa a una noción restringida a los obreros industriales o productores de plusvalía, ameritan una escucha atenta (ya nos explayamos sobre esto), nos parece que las propuestas que buscan ampliar dicha clase para incorporar categorías que no se definen por su lugar en el proceso de organización del trabajo social y que pueden ser transversales o tener diferentes adscripciones de clase (identidades de género, de raza, enfermos crónicos, jubilados, migrantes, etc.) pierden rigurosidad teórica y muestran dificultades para dar cuenta del desarrollo desigual y la autonomía relativa de las contradicciones heterogéneas que se despliegan en la coyuntura.

La urgencia política de responder desde la teoría crítica a las visiones celebratorias del capitalismo financiero y depredador, defensoras del libre mercado y de la flexibilidad de los salarios, y cada vez más autoritarias, nos exige, según creemos, examinar el momento actual en que se desenvuelve la práctica política atendiendo a las condiciones concretas de las contradicciones (económicas, políticas e ideológicas) que constituyen el momento actual, esto es, a su condensación o dispersión, sus desplazamientos y anudamientos o articulaciones y sus temporalidades diferenciales. Sin ceder ni a la tesis de una desaparición de los grandes conflictos de clase en virtud de una supuestamente inédita multiplicación de los frentes de lucha ni a la tentación de una homogeneización inmanente de las sumisiones.

Entonces, la pregunta fundamental que proponemos es: ¿corresponde apelar a la noción de “multitud”, o bien ensanchar al máximo las fronteras de la clase obrera, supeditando los conceptos a los requerimientos políticos de una ofensiva contra-hegemónica lo más amplia posible, o bien necesitamos análisis que den cuenta de la configuración específica actual de la clase trabajadora (precarizada, feminizada, empobrecida), pero también de las particularidades e importancia de las distintas formas de explotación en las formaciones sociales capitalistas del siglo XXI, y de la posibilidad de articulación de diferentes luchas populares en el plano de la confrontación política, de una alianza específica de las clases y otros conjuntos subordinados?

Como ya subrayamos, creemos que el esfuerzo debe estar encaminado a estudiar cada una de estas formas de explotación y cómo se conjugan entre ellas, así como las distintas contradicciones y luchas que tienen lugar en el terreno de la reproducción (por ejemplo, las que tienen que ver con el presupuesto educativo, con las tareas de cuidado, con el precio de los servicios de transporte público, con las tarifas de energía, con las coberturas de salud, con la indexación de créditos hipotecarios, con la defensa del agua, etc.), en lugar de incluir –de manera forzada– en la “clase obrera” a todos los que sufren algún tipo de explotación o incluso de opresión o sometimiento.

Cinzia Arruza y Tithi Bhattacharya han avanzado en este camino con su teoría sobre la reproducción social: Discutiendo con la tradición teórica que sostiene que el trabajo doméstico produce valor (de cambio), señalan que

(…) de modo crucial, produce las condiciones para la producción de valor a través de la regeneración de la fuerza de trabajo y de la trabajadora que la porta. ¿Dónde reside la diferencia? El punto está en el modo en que entendemos el valor. El valor es la expresión de una relación social: hay producción de valor cuando hay generación de capital en el contexto del trabajo organizado en términos capitalistas. La generación de valor no tiene que ver con la producción de cosas, de valores de uso. Yo puedo producir la misma cosa que, en un caso, será una cosa útil (un valor de uso) y también un valor de cambio; y, en otro caso, será sólo una cosa útil (y no un valor de cambio). La cuestión reside en la imposibilidad de aplicar la noción de trabajo socialmente necesario al trabajo doméstico. ¿Por qué? Precisamente porque el trabajo doméstico no está organizado ni de forma industrial ni de forma capitalista. Sufre el impacto del capita­lismo, e incluso utiliza los productos del trabajo industrial (como los lavarropas, lavaplatos, aspiradoras), pero en sí mismo no está organi­zado en términos capitalistas, motivo por el cual no hay forma de que se vuelva trabajo abstracto. En los hechos no existe la organización social que permita hablar de generación de valor [de cambio] del tra­bajo doméstico (Arruzza y Bhattacharya, 2020, p. 46).

Lo mismo puede valer para la idea según la cual el valor en lugar de producirse sólo en los lugares de trabajo, pasaría a producirse en todas las relaciones sociales, por la expansión de las condiciones posfordistas. Querer demostrar que el trabajo doméstico, por ejemplo, es productivo como criterio para incluirlo en la clase obrera y así darle centralidad política, es para ellas, y para nosotras, un error.

Debemos desafiar la idea de que el sujeto de la revolución son sólo los trabajadores productivos. Marx nunca es­cribió eso. ¿Dónde está escrito eso? Marx nunca dijo que solamente los trabajadores productivos eran la clase obrera o que solamente los trabajadores productivos eran los sujetos revolucionarios. En sus es­critos políticos, intenta encontrar subjetividad potencialmente revolu­cionaria en distintos lugares, incluidos los esclavos en la Guerra Civil norteamericana, o en los campesinos rusos, etc. Entonces, es un error categorial pensar que la distinción entre traba­jadores productivos y trabajadores improductivos tiene un significado político (Arruzza y Bhattacharya, 2020, p. 47).

d)- Por todo lo dicho, pensamos que expresiones como clases explotadas, clases dominadas, masas populares, clases populares, pueblo o bloque popular, con una destacada tradición a sus espaldas, siguen siendo válidas en tanto pueden servir para no cargar todo el peso (de la explotación, pero también de la reacción, de la lucha) en una clase obrera expandida. Distinguir entre proletariado (con sus diversas fracciones y capas), pequeña propiedad rural, pequeño comercio urbano, pequeña industria artesanal o familiar, cuadros técnicos y de dirección, cuadros de la administración pública, entre otras categorías, que a su vez admiten diferenciaciones internas, permite análisis históricos más justos, capaces de abordar las particulares condiciones de vida y de trabajo de cada conjunto, las formas específicas, directas o indirectas, en que es explotado por el bloque capitalista (también constitutivamente dividido en fracciones, una de ellas hegemónica, actualmente, el capital transnacional organizado en redes financieras globales), el peso relativo creciente o decreciente que tiene cada cual en la estructura de clases y los contrastes económicos, políticos e ideológicos entre ellos (asunto esencial), entre otros aspectos.

Esas expresiones, en fin, resultan potentes para dirimir, en función de las posiciones políticas en juego, cómo está integrada la alianza de las clases dominadas, que está lejos de encontrarse predeterminada por una sumisión generalizada.

El pueblo son las masas populares. Las masas son el conjunto de clases y grupos sociales que están de un mismo lado en la lucha, contra el mismo enemigo. El contenido del pueblo varía según las etapas de la lucha de clase: según las etapas de la lucha, una clase o un grupo social dados se une al pueblo o lo abandona para pasarse al lado opuesto. De aquí se infiere que es preciso saber siempre qué es el pueblo, en cada momento de la lucha, dónde está el pueblo, cómo está constituido, qué quiere, de qué es capaz, etc. De ahí la necesidad vital de análisis concretos de la situación de las clases y de las relaciones de clase (Althusser, 1993, p. 63).

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Standing, G. (2014). ¿Por qué el precariado no es un “concepto espurio”? Sociología del Trabajo, (82), pp. 7-27. https://recyt.fecyt.es/index.php/sociologiatrabajo/article/view/54744

Standing, G. (3 de septiembre de 2015). El 'precariado' es una clase social muy radical, la única que quiere ser lo suficientemente fuerte para abolirse a sí misma. Entrevista a Guy Standing. Sin permiso. http://www.sinpermiso.info/textos/el-precariado-es-una-clase-social-muy-radical-la-unica-que-quiere-ser-lo-suficientemente-fuerte-para

Standing, G. (7 de abril de 2017). El advenimiento del precariado. Entrevista a Guy Standing. Sin permiso. http://www.sinpermiso.info/textos/el-advenimiento-del-precariado-entrevista

Van Der Linden, M. (2021). La clase obrera ha muerto, ¡larga vida a la clase obrera! Jacobin. América Latina, (4), pp. 104-111.

 



[1] Aunque el neologismo “precariado” ya había sido usado con anterioridad por la sociología francesa y alemana, Standing lo populariza al publicar su libro El precariado. Una nueva clase peligrosa.

[2] Está toda la discusión respecto de si la producción directa de plusvalía o la realización del trabajo productivo es también condición para formar parte de la clase obrera. Pero la no propiedad de los medios y la realización de trabajo asalariado son sin duda factores indiscutibles.

[3] Al respecto, ver el informe sobre Morfología de la clase trabajadora en Argentina realizado por el Observatorio de les trabajadores de LID (2023).

 

[4] Además, aclara, muchas veces las diferencias reales son borrosas: el mismo trabajo puede tener tareas productivas e improductivas, encarnadas en la misma persona (2018).

[5] La referencia a la “clase trabajadora” en lugar de “clase obrera” ya es sintomática de esta perspectiva ampliada, por decirlo de algún modo.

[6] Más aún, incluso puede pensarse en asalariados, como por ejemplo los agentes de las cimas del aparato de Estado, con una adscripción de clase burguesa, en tanto organizan y ejercen poderes en la represión física y en los tribunales, realizan tareas de dirección de la política económica y del endeudamiento externo, etc.

[7] Se la llama “nueva” pequeña burguesía para diferenciarla de la pequeña burguesía tradicional (formas de producción artesanal o familiar, pequeño comercio), la cual tiene la propiedad/posesión de los medios de producción, pero no explota, a diferencia de la burguesía, fuerza de trabajo o sólo ocasionalmente (los mismos agentes son a la vez propietarios y trabajadores).