Historia, Memoria y Testimonios: el éxodo de la población malagueña

Lucía Prieto Borrego

Universidad de Málaga, Estado español

https://orcid.org/0000-0001-6766-669X

lubo@uma.es

 

RESUMEN

El presente artículo trata más que del hecho histórico del éxodo de la población malagueña durante la Guerra Civil, de algunas de sus interpretaciones. Por una parte, se procura, desde conclusiones derivadas de la investigación histórica, dar algunas respuestas, que no serán definitivas, del silencio sobre ese episodio. Por otra parte, nos aproximamos a las diferentes narrativas tanto de las elaboradas durante la contienda como de las utilizadas más recientemente para la construcción de la Memoria Pública.

Palabras clave: Carretera Málaga-Almería, éxodo malagueño, refugiados, Guerra Civil española, Unidad Canadiense de Transfusión de Sangre.

 

History, Memory and Testimonies: the exodus of the Malaga population

 

ABSTRACT

This article deals with some of the interpretations of the exodus of the Malaga population during the Civil War, rather than the historical fact of its exodus. On the one hand, it attempts, from conclusions derived from historical research, to provide some answers, which are not definitive, to the silence surrounding this episode. On the other hand, we approach the different narratives, both those elaborated during the conflict and those used more recently in the construction of Public Memory.

Keywords: Malaga-Almeria Road, Malaga exodus, refugees, Spanish Civil War, Canadian Blood Transfusion Unit.

 

História, Memória e Testemunhos: o êxodo dos malaguenhos

 

RESUMO

O presente artigo trata mais do que do facto histórico do êxodo da população malaguenha durante a Guerra Civil, de algumas das suas interpretações. Por um lado, procura-se, a partir das conclusões do inquérito histórico, dar algumas respostas, que não serão definitivas, do silêncio sobre esse episódio. Por outro lado nos aproximamos das diferentes narrativas tanto das elaboradas durante a contenda como das utilizadas mais recentemente para a construção da Memória Pública.

Palavras-chave: Estrada Málaga-Almeria, êxodo de Málaga, refugiados, Guerra Civil Espanhola, Unidade Canadiana de Transfusão de Sangue.

 

DEL OLVIDO A LA MEMORIA

Una de las preguntas más frecuentes que se dirige a los historiadores de la Guerra Civil en Málaga es la razón de tan prolongado silencio sobre la masacre de un número, aun indeterminado, de civiles entre los días 8 y 9 de febrero de 1937. Ocurrió en la zona oriental de la provincia, en una estrecha carretera paralela a la playa. La única vía de salida por la que la población de Málaga escapó de los bombardeos que precedieron a la conquista de la ciudad por tropas hispano-italianas. Miles de personas anónimas para sus agresores fueron objeto de una violencia ejercida en el marco de una operación bélica que los convirtió en actores desarmados en el campo de batalla. Esta batalla librada contra no combatientes restaba gloria a la gesta de Málaga y los vencedores la excluyeron del conjunto de rituales que integraban su programa de renacionalización. La victoria naval celebrada en el Puerto; la de de la Aviación en el aeródromo; el culto a los mártires y a la cruzada en la Catedral; en la calle se rindió homenaje a las tropas alemanas e italianas (Excmo. Ayuntamiento de Málaga, 1939). El ametrallamiento de civiles no sólo fue justificado bajo el argumento de que el ejército perseguía a milicianos en retirada, sino que la muerte de decenas de personas sobre el asfalto se imputó a los conductores de los vehículos militares y civiles que colapsaron la carretera:

[…]. La carretera de Almería era un corral de gallinas espantadas, compuesto por los que huían en dirección a la ciudad de dicho nombre. Cuando escapaban por dicha carretera cientos de camiones, coches ligeros y miles de milicianos a pie, etc., etc., la aviación hizo su presencia, descendiendo a poca altura para ametrallarlos a placer con bombas y ametralladoras a este nido de asesinos que querían rehuir de la justicia. El resultado de esta brillante acción de la aviación nacional ha sido el producir una espantosa carnicería a los fugitivos. Los heridos tendidos en el suelo no fueron respetados por los camiones y coches que huían, los cuales para no retrasar su huída pasaban por encima de los cuerpos de estos heridos aplastándolos. […] (Gaceta de Tenerife, 1937, 10 de febrero, p. 4).

La magna operación propagandística integrada por una parafernalia militar, civil y religiosa perseguía la total adhesión de la población que debía asimilar la victoria a una batalla heroica, exclusivamente vinculada a la exigencia militar. Las políticas públicas que ensalzaban la victoria silenciaron o, al menos, difuminaron las operaciones de la batalla de Málaga en las zonas orientales. Liberaban así al «glorioso» ejército vencedor de cualquier duda que enturbiara la gloriosa conquista de Málaga.

La concepción de los sublevados de su avance sobre la zona leal a la República no era la de estar librando una guerra civil sino conquistando un territorio que estaba en manos de enemigos y traidores a la Patria que debían ser castigados (Anderson, 2017). Desde esta perspectiva la salida de la población de las ciudades asediadas tuvo para los vencedores no solo un carácter selectivo, sino también la consideración de que quienes huían eran sujetos politizados.

Los malagueños que sobrevivieron al éxodo y regresaron, pronto descubrieron que en la nueva España no eran considerados víctimas de la guerra sino posibles colabores de la revolución y por tanto susceptibles de cualquier imputación. Esa percepción contribuyó a confinar la tragedia en un territorio sombrío donde no cabía ni el victimismo ni el recuerdo del sufrimiento, precisamente los componentes con mayor potencial movilizador para la proyección pública de episodios de violencia traumáticos.

Esa violencia sobre civiles no procede exclusivamente en los desplazamientos de población de la acción bélica, también de lo que hoy conocemos por efectos colaterales. El hambre, el cansancio y las enfermedades pueden ser igualmente letales.

Los miles de personas que en aquella estrecha carretera se vieron sorprendidas por las bombas y la metralla posiblemente percibieron el ataque como la manifestación de lo que Kalyvas (2010) denomina Violencia Expresiva. Es aquella que no sirve a ningún fin instrumental y su finalidad se restringe a infringir dolor al enemigo. Es la que nutre los relatos populares asociada a la locura y a la sin razón; es anómica y nihilista.

La narrativa testimonial de los hombres y, sobre todo, mujeres que caminaban apuntan en esa dirección. Otro asunto sería la percepción de los dirigentes políticos y sindicales que marcharon en automóviles particulares y camiones militares o incluso la de columnas residuales de milicianos que más que replegarse, huían. Estos últimos, aunque sin posibilidad de recomponerse, se sabían blanco de un ejército que perseguía a combatientes derrotados, amenazaba a quienes no esperaron a los vencedores y advertían de lo que les aguardaba si seguían hacia territorio republicano.

La tragedia de Málaga, si bien no tuvo la repercusión mediática de la de Guernica no puede considerarse en modo alguna ignorada.

Ningún periodista fue testigo directo del ametrallamiento de la población civil[1]. Los primeros que tuvieron noticia de la agresión fueron Norman Bethune, Hazen Size y Thomas C. Worsley, los tres integrantes de la Unidad Canadiense de Transfusión de Sangre (UCTS) que se dirigían al frente de Málaga. Nunca llegaron, se encontraron con la caravana de refugiados la tarde del 10 de febrero e inmediatamente comenzaron a evacuar a los heridos y a los enfermos hacia Almería. A esta ciudad se trasladaron también varios miembros del Socorro Rojo Internacional (SRI) que semanas más tarde elaborarían su propia narrativa sobre los refugiados[2].

Pero fue el doctor Norman Bethune, jefe de la UCTS quien dio al drama una proyección internacional. El día 15 de febrero, en Murcia relató su experiencia en la carretera a los corresponsales de las agencias Associated Press y Press Association Foreign Special que desde Valencia a partir del 17 de febrero lo difundieron por Estados Unidos, Canadá y Reino Unido[3]. Posteriormente, en París, el relato fue trasladado a la agencia United Press[4] y a periodistas franceses que publicaron el testimonio de Bethune el día 24 en L'Œuvre (Decaris, p. 2), Le Petit Journal (Henry, p. 2) y Le Populaire (H., p. 3). Sin embargo, en la prensa española tuvo menos repercusión. En la zona franquista por las razones expuestas de invisibilizar un episodio que podía ensombrecer los fastos de la conquista de Málaga. Pero el coste humano de la victoria enemiga, sí fue publicado en la zona republicana. El 23 de febrero, en Jaén, el semanario de la asociación de tipógrafos, Renovación, y dos días después, La Vanguardia de Barcelona, publican, un artículo, de autoría anónima, titulado «La significación del éxodo malagueño», donde se describe la evacuación de Málaga como “una emigración que recordará siempre Andalucía como el hecho más memorable de su historia moderna”. Tanto La Vanguardia como el diario madrileño Ahora reproducirán las declaraciones del doctor canadiense publicadas por L'Œuvre y Le Populaire respectivamente. Muy pronto el relato del médico canadiense sería asimilado como propaganda de guerra, una vez que en abril el Ministerio de Propaganda de la República publicó el folleto titulado El crimen del camino Málaga-Almería, que aparecería también en inglés y en francés. La emotividad del discurso y sobre todo la carga dramática de las fotografías de Size tenían una gran potencialidad para la movilización de la opinión pública antifascista (Prieto, 2018, pp. 128-129).

Por su parte la revista Ayuda, órgano de la delegación española del SRI, publicó un artículo en marzo titulado «Málaga-Almería», atribuido a Tina Modotti (Díaz, 2022) en el que con respecto al folleto de Bethune se acentúan los rasgos de la propaganda de guerra. Este texto fue también publicado en Crónica general de la Guerra Civil (1937-1938) (León, 2007, pp. 193-198). De forma sincrónica se publicó el testimonio de Adolfo Sánchez Vázquez[5] en Hora de España (1937, pp. 45-48), órgano de la Alianza de Intelectuales Antifascistas.

Los textos elaborados y publicados durante la contienda quedaron sepultados dos décadas bajo la losa de la derrota.

Entre tanto fuera de España se construía, cimentado sobre su actuación en la Guerra Civil española, el mito de Norman Bethune.

La aportación que supuso la UCTS a la medicina de guerra en España no debe ser discutida. Pero las autoridades sanitarias españolas dejaron de confiar en el médico a los pocos meses de la puesta en marcha de su misión (Stewart y Stewart, 2013, pp. 201-213). La UCTS desarrolló su actividad en un inmueble de la capital, controlado por el SRI. A principios de 1937 en el proceso de reasunción por parte del gobierno de la República de sus competencias institucionales, también la Sanidad Militar acometió la centralización de sus funciones. Asumió, por tanto, las que desde el principio de la guerra había desempeñado el SRI.

A partir de aquel momento, Bethune actuó de forma autónoma, su marcha al frente malagueño no tuvo relación con la decisión tomada por el Pleno Nacional del Socorro Rojo de España celebrado en Valencia los días 7 y 8 de febrero (Socorro Rojo Internacional, 1937). En su encuentro con los refugiados solo estaba acompañado por Size y Worsley. La confluencia de la UCTS con el SRI no se produjo en la carretera sino en la ciudad de Almería. Cuando el médico llego al hospital, la organización comunista atendía ya a los refugiados que habían llegado antes. Tampoco la misión de Bethune estuvo relacionada con la de las Brigadas Internacionales. La XIII Brigada Internacional enviada al sector de Motril no alcanzaría las proximidades de Castell de Ferro hasta el 13 de febrero (Alcalde et al., 2019, p. 61).

Sin embargo, la errónea vinculación de la misión de Bethune con la del SRI no fue desmentida por su primer biógrafo, precisamente el hombre que con sus informes propició la salida del doctor de España. Ted Allan, periodista del Daily Clarion escribió con Sydney Gordon (1952) una obra totalmente apologética en la que se sirve del personaje de Bethune para la causa del antifascismo durante la Guerra Fría. Este libro, no obstante, es el punto de partida del conocimiento de Bethune en España. Conocimiento ampliado a partir de la edición en 1996 de una pequeña obra conmemorativa del LX aniversario de la llegada a España del canadiense (Calés, Dietz y Lorraine, 1996). Esta contribuye también como la obra anterior a la construcción de un personaje mítico que se desenvuelve en el territorio de la solidaridad comunista internacional en el espacio también idealizado de la retaguardia madrileña.

Pero será en el marco de las investigaciones de la Guerra Civil en Málaga y desde el ámbito académico cuando el episodio de la carretera se objetive como categoría de análisis, tanto en relación a las políticas de guerra como a la atención de un escasamente atendido sujeto histórico: la población civil. Esos estudios pioneros del profesor Antonio Nadal (1984) y la profesora Encarnación Barranquero (y Nadal, 1987) suponen el punto de partida de la construcción de una Memoria Pública del episodio que alcanza su mayor proyección a partir de los años noventa. No se trata en absoluto de un proceso excepcional ni aislado. Por el contrario, es asimilable a los que se han dado en el Cono Sur, en Guatemala, en los estados surgidos de la antigua URSS y los que a lo largo de la década emergen en Yugoslavia. Todos incorporan la denuncia de la vulneración de los derechos humanos o visibilizan los efectos de la violencia sobre civiles.

La construcción de la Memoria Pública del éxodo malagueño ha sido impulsada por varias instituciones y organismos. En 2004 el Centro Andaluz de la Fotografía organizó una exposición con las imágenes que ilustran la ya citada publicación de Bethune. Esta iniciativa movilizó a partir de la memoria y la experiencia personal, al conjunto de personas protagonistas de la tragedia que elaboran, en el sentido propuesto por Halbwachs, una narrativa con multitud de elementos comunes[6]. De esa comunidad resulta un hecho determinante para los estudios de la Memoria: el de la consideración de una «generación impactada» por un hecho puntual[7]. Tres años después, en el marco del setenta aniversario del éxodo, se celebró otra exposición comisariada por el artista Rogelio López Cuenca (2007) y el año anterior Televisión Español produjo un documental con el significativo título: La carretera de la muerte (Málaga, 1937) (Domingo, 2006). Al que siguió Pantalones a la luna. La Desbandá (García-Pozuelo, 2013), en este caso producido por la Junta de Andalucía y emitido en Canal Sur Televisión. Ambos documentales responden al modelo de pedagogía televisiva que contiene la exigencia del recuerdo (Chicharro y Rueda, 2008). Las actuaciones desarrolladas, con motivo del setenta aniversario del fin de la guerra en Málaga, fueron continuadas una década después con la muestra expuesta en 2016 en el Archivo Histórico Provincial de Málaga, denominada «El éxodo de la carretera de Almería. Febrero de 1937».

Por otra parte, desde 2005 se han implementado, en la línea propuesta por Nora, lugares de Memoria (Nora, 1984-1992) como la placa colocada en el pueblo costero de Torre del Mar o la que, con el rótulo «Paseo de los Canadienses», alude al protagonismo de Norman Bethune, en el episodio de la carretera. Un protagonismo que ha invisibilizado a otros actores de igual significación e incluso difuminado al sujeto histórico que se pretende recordar.

La construcción de la Memoria por parte institucional ha recorrido desde los años noventa una trayectoria que transita del marco local, Diputación Provincial, al regional, con la aprobación de la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía (2017). En febrero de 2024 el Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática ha incoado expediente para la consideración de la Carretera de Málaga a Almería cómo lugar de memoria (BOE, 39, 14 de febrero de 2024). Con anterioridad, en septiembre de 2022, con motivo de la conmemorar el 85º aniversario del dramático éxodo malagueño, se celebró, a iniciativa del Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática y, concretamente la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, la exposición titulada «La Desbandá, 1937. De Málaga a los Pirineos» (Barranquero, 2023).

TESTIMONIOS

La ya citada línea historiográfica focalizada en el éxodo de la población civil se sostiene en gran medida en la recuperación, análisis e interpretación del testimonio. Las iniciativas de memoria pública han estimulado la aparición de Memorias, sobre todo a partir de los años noventa. Sin embargo, Ronald Fraser introductor en España de la metodología de la historia oral, recogió tempranamente la experiencia del alcalde republicano de Mijas (Fraser, 1972). Manuel Cortés había salido de Mijas con su familia la noche del 4 al 5 de febrero de 1937 en dirección a Alhaurín de la Torre, de donde hizo regresar a su mujer y a su hija al pueblo. Él tenía que ir a Almería, la primera ciudad de la zona republicana. Cuando llegó a Málaga era medianoche:

[…]. Todas las luces estaban apagadas. No podía verse nada, todo lo que podía oírse eran mujeres llorando y llamándose una a otra, a sus esposos y sus hijos. Gente de las aldeas de los alrededores, de Cártama y Álora y todas las demás, iban afluyendo a la ciudad. Y con ellos la gente de Málaga [...]. Muchos tenían carros que iban empujando, en tanto que otros tiraban del cabestro de burros cargados con sus pertenencias.

 [...] La carretera estaba negra de gente. Los había centenares y miles huyendo todos en la misma dirección [...]. Al hacerse de día, vimos los barcos allá afuera en el mar, [...]. Antes de poco, los barcos de guerra estaban tan cerca que podíamos ver a los marineros sobre cubierta y leer el nombre del más grande de los barcos, el Canarias. Sus cañones empezaron a girar y a apuntar y ¡PUM!, la primera andanada fue dirigida contra nosotros. Aquello fue una matanza. (Fraser, 1973, pp. 223-224).

Como es sabido, Cortes fue uno los «topos» que tras permanecer oculto durante décadas salió de su escondite en 1969. Fraser lo entrevistó unos meses más tarde. Su relato evoca una experiencia vivida treinta y dos años antes por una persona adulta y por tanto capaz de procesarla en relación al contexto histórico y a las circunstancias de aquel trágico presente. Por el contrario, la mayor parte de las obras publicadas a partir de 1990 son de testigos que en 1937 tenían entre cuatro y doce años. Sus autores, como Ángeles Vázquez (1998) -que comenzó a escribir con 63 años- acometieron el reto de relatar cuando comprendieron que su trauma era una experiencia común y colectiva (Criado, 1993; Vallecillo, 1998). En otros casos el testigo ha confiado también su experiencia a editores experimentados que vienen publicando obras de indudable utilidad para los historiadores de la Guerra Civil (Rodríguez y Sánchez, 2017; Martín y Cervantes, 2019).

Otro vehículo del testimonio ha sido la historia oral. Esta metodología ha dado a la luz a partir del año 2000 varias obras en la Universidad de Málaga (Prieto y Barranquero, 2007; Arcas, 2011). En ellas las vivencias son analizadas en el marco de una pluralidad de situaciones vitales que abarcan desde las formas de desplazamiento a las estrategias de supervivencia desplegadas en garantizar la subsistencia y enfrentar el cansancio, el miedo y la enfermedad. Los múltiples relatos convergen en el territorio común que es el impacto de una violencia incomprendida.

Los textos publicados en los días posteriores al éxodo fueron coetáneos del desplazamiento, más o menos controlado, de malagueños y gaditanos hacia el espacio manchego, Levante y Cataluña (Alía, 2020). Esos textos, escritos en un tiempo próximo a los hechos fueron instrumento de denuncia de la violencia fascista. A la vez sirvieron para sensibilizar a la población de la España republicana de la situación de quienes victima de aquella violencia debían ser acogidos desde la solidaridad entendida como un arma antifascista. Esa narrativa, al menos hasta que el bombardeo de Guernica desplazó el drama de Málaga, fue sostenida por la prensa y los intelectuales de izquierda. Sus elementos son concordantes con los resultados de la investigación histórica posterior que ha constatado en documentación militar la certeza y la naturaleza de la agresión y la autoría del agresor (Fernández y Brenes, 2016): el ejército franquista atacó desde el mar y desde el cielo a una multitud de seres humanos que se habían dirigido de forma espontánea a un destino fatal.

La salida de Málaga de parte de su población y de las varias decenas de miles de refugiados que habían confluido en la ciudad no obedeció a ningún plan premeditado del gobierno de la República. No fue una evacuación ordenada por las instituciones civiles y militares que lo representaban ni planificado por las organizaciones que gestionaban la retaguardia. El hecho, al margen de la explicación que pueda darse a su casuística, fue que la conquista militar de Málaga estuvo acompañada de un absoluto caos del que a las pocas horas se derivaría una tragedia de presenciada por las mismas víctimas de la violencia. Solo tres personas se aproximaron lo suficientemente al escenario como para aún oír los ecos de la batalla, ver el vuelo de los aviones y ver cara a cara a los heridos. Eran los miembros de la UCTS, quienes primero se encontraron de forma tan impactante como inesperada con una columna humana de seres que parecían de otro mundo.

El legado de aquel encuentro es muy diferente. Size fotografió a los caminantes y sus imágenes constituyen la memoria gráfica de aquel éxodo (Rodríguez-Solás, 2011); Bethune convirtió su testimonio en un arma de la propaganda de guerra y puso, a la vez que se convertía en héroe, el relato de su experiencia al servicio de la causa antifascista.

El chofer de la ambulancia, no clamó ante el mundo, no denunció, no llamó la atención en su país por lo que ocurría en España, convertida en frente de batalla de una guerra general que en la Europa de los años treinta se libraba contra el fascismo. Pero su testimonio despojado de la exigencia de la propaganda de guerra tiene mayor capacidad de evocación y constituye, hoy por hoy, la fuente más fiable para el conocimiento de la situación vital y emocional de hombres, mujeres y niños con los que convivió durante horas infinitas a la orilla de la carretera. Su relato, publicado en 1939, tiene más valor en tanto fue en aquel escenario dantesco un sujeto externo a un drama del que solo estaba contemplando el final del primer acto.

Thomas C. Worsley, poeta y escritor, llegó a España en 1937 con su amigo, el poeta Stephen Spender[8], a quien acompañó en la misión de investigar para un periódico británico la desaparición del famoso submarino Komsomol. Ambos escritores son la representación de la intelectualidad británica simpatizante de la España republicana que encontró en la guerra una oportunidad de luchar contra el fascismo.

El conocimiento de la obra y la vida de Worsley se lo debemos al profesor de la Universidad de Salamanca, Manuel González de la Aleja, autor de la edición crítica de Los ecos de la batalla (2012). El contenido de esta obra, trasciende el episodio nuclear y alcanza la experiencia del autor en la retaguardia del levante español. Quizá no lo pretendiera conscientemente pero su narrativa enfrenta lo personal y lo político proyectando desde una perspectiva muy crítica con los periodistas e intelectuales seducidos por Hemingway, a una visión totalmente desmitificadora de la guerra y la revolución. Más que atender a lo político capta aspectos de la retaguardia republicana que constituyen un fresco de la vida cotidiana de los españoles en guerra.

Frente al mito en el que se convertirá Norman Bethune, Thomas C. Worsley es el antihéroe. Si para sus compañeros de la misión canadiense la guerra es épica para él es una tragedia. Profundamente crítico con el comportamiento de Bethune en la cotidianeidad de la vida de retaguardia, considera que la mirada de sus compañeros sobre una España ensangrentada es frívola y banal. De Bethune traza el perfil de un ser petulante y engreído, ávido de público y de notoriedad para quien la guerra de España fue más que una oportunidad desde la que alimentar su ego y su afán aventurero.

[…]. Todas las noches se sentaba en el salón del hotel, creando en torno a él una especie de corte donde la gente le preguntaba su opinión acerca de la guerra, la situación política o la moral de la población; […] (González, 2012, p. 213).

Pero por crítica que sea la mirada proyectada sobre el jefe de la Unidad, también refleja su carácter resolutivo, su determinación y su arrojo a la hora de culminar el objetivo que lo había traído a España: prestar a la República su experiencia como médico. Aquel proyecto, en función de las circunstancias.  derivó en la creación de una empresa, en principio no programada: «la Unidad Móvil de Transfusión», instalada en una furgoneta, Renault. Un vehículo que inicialmente no se emplearía como había proyectado para los heridos del frente malagueño (González, 2012, p. 208), sino para trasladar a civiles heridos y hambrientos, hallados exhaustos sobre el asfalto que conducía a Almería.

Para los historiadores de la Guerra Civil en Andalucía el relato de Worsley tiene un valor incalculable porque permite la aplicación de la perspectiva comparada sobre dos narraciones de un acontecimiento único. En la obra del testigo británico se corrige con rotundidad la centralidad del rol atribuido a Norman Bethune en la generalidad de las obras sobre el éxodo. En primer lugar, deja claro que la misión canadiense optó por el traslado de los refugiados a Almería solo cuando su jefe a 12 kilómetros de Motril supo que el litoral hasta Málaga estaba en manos del ejército franquista. Cuando los encontraron ni siquiera sabían que habían huido de Málaga. Esa narrativa permite cuestionar la tesis, generalmente aceptada, de que Bethune fue un enviado al frente de Málaga por el SRI. La misión de este organismo, encabezada por Tina Modotti y Matilde Landa, fue enviada a Almería donde asistió a los refugiados y a los heridos trasladados por el equipo canadiense (Ginard, 2005).

No fue Bethune quien realizó los tres primeros traslados sino Worsley y Size, el médico no llegó a estar en la carretera junto a los refugiados más de 24 horas. Su actuación se proyectó más bien en la retaguardia almeriense, priorizando la atención a los heridos del bombardeo de la noche del 12 de febrero.

Frente a la abstracción del escenario que acoge a los actores de Bethune, el autor británico sitúa los hechos en un espacio geográfico que no es sólo un paisaje. Quizá porque fue él quien realizó tres de los cuatro viajes, entre el punto de encuentro con la columna de caminantes y la ciudad de Almería, y en su relato son perfectamente identificables los puntos del trayecto que transcurre entre esta ciudad y Motril. A modo de diario, consigna minuciosamente lo que ve. Esto permite resignificar la percepción del espacio y el tiempo como hechos históricos. La observación en un determinado tramo del camino de una amplia presencia de milicianos está, sin duda, relacionada con el desmoronamiento del frente del Motril. De la misma manera que la anotación de las distancias recorrida -más de cien kilómetros al oeste de Almería- indica que la decisión de parar no fue tomada a primera hora. De igual manera, frente a la atemporalidad del relato de Bethune, los episodios narrados en Los ecos de la batalla marcan un ritmo temporal. Las escenas que componen el friso narrativo se suceden entre la tarde del día 10 de febrero y la mañana del día 13. Estas escenas claramente diferenciadas en cuanto a sus actores y a su argumento se desarrollan en el escrito de Bethune en un tiempo y un espacio único.

En la obra de Worsley la multitud agredida no es una representación en el escenario de la guerra. Son individuos que enfrentan la suciedad, el hambre, el cansancio, el frio y enfermedad. Mujeres y hombres dialogan con el autor y muestran emociones, sentimientos humanos y particulares.

De la experiencia compartida por el conductor y el doctor en la noche del 10 al 11 de febrero, entre tanto Size realizó el primer traslado, han quedado dos evocaciones muy distintas. No son las únicas disonancias. Frente al primer escrito de Bethune redactado para conmover y atraer al mundo a la causa antifascista y el realizado por Ted Allan para construir la leyenda de Norman Bethune, el de Worsley sirve al historiador para la definición de un sujeto histórico cuyo protagonismo resulta de la guerra. Ambos testigos recogen en sus relatos que el derrotismo y la resignación se manifiestan en la actitud de los refugiados pues cualquier circunstancia ajena a la mera subsistencia les resulta indiferente. A los civiles no parecía importarles la recomposición de los frentes. Los que huyeron de Málaga ya han perdido la guerra y ni siquiera se inmutan cuando pasa ante ellos una compañía de las Brigadas Internacionales (González, 2012, p. 260).

Cuando bajo su exclusiva rubrica, Norman Bethune contó su versión de la experiencia en la carretera al corresponsal norteamericano de The Times[9], tal y como señala el editor de Los ecos de la batalla,  Worsley se sintió profundamente molesto. Aunque reconoce que la primera parte de su testimonio es cierta puesto que describe a la inmensa procesión de refugiados tal y como los habían visto, no era cierto que hubieran presenciado los ametrallamientos ni los bombardeos. Eran hechos veraces, pero ellos nos los presenciaron, Rathbone (Bethune) los narro “describiéndolos como si los hubiera visto con sus propios ojos” (González, 2012, p. 322).

Esa disconformidad distanció a Worsley definitivamente de Bethune. Los acontecimientos nunca quedarían atrás. El británico se hizo eco también de la frustración del médico que nunca pudo concluir el proyecto que lo llevó a España. El indómito carácter del canadiense no se adaptó a lo que él consideraba una burocracia burguesa impropia de la revolución. Cuando él marchó al sur, la centralización de los servicios sanitarios formaba parte de la recomposición del tejido institucional del Estado. Este proceso supuso el fin de Bethune y de su contribución a la causa republicana.

Poco antes de salir definitivamente de España, Worsley y Bethune se encontraron en Madrid. El doctor no tenía entonces la arrogancia del activista que el escritor británico había conocido en Barcelona, ni la ciega confianza del médico empeñado en llegar a Málaga. Era un hombre abatido e infeliz que en su última conversación reflexionó -como si la presintiera- sobre la muerte. Fue esta, también, la única vez que el británico muestra cierta conmiseración y una tibia empatía hacia su antiguo compañero. En su obra lo retrata como una persona singular, como un ser humano lleno de contradicciones. Una imagen muy alejada de la del heroico y excepcional comunista en que lo convertiría su muerte en China.

CONCLUSIONES

Los relatos de lo ocurrido, entre el 8 y el 12 de febrero, en la única y angosta vía que comunicaba las dos capitales republicanas del litoral andaluz, son plurales y en muchos casos contradictorios. Por una parte, porque quedaron en un margen periférico a la épica de la guerra. El hecho de que entre la multitud que huía se encontraran hombres armados no implica que pueda ser considerado un episodio militar, por el contrario, fue efecto colateral del hecho bélico en el que se manifiestan todas las miserias humanas derivadas de la guerra. Excluir aquel hecho, si no de la narrativa de los vencedores, sí de los rituales conmemorativos de la victoria, contribuyó a la amnesia colectiva y al desplazamiento de aquella experiencia a la conciencia particular y como mucho familiar. Por otra parte, quienes regresaron volvían estigmatizados por el exilio en la zona republicana, un territorio contaminado por la traición a la patria. Pero el silencio sobre un hecho traumático no se debe exclusivamente al miedo, también el olvido es una forma de sanación (Aguilar, 1996).

En la zona republicana, en los meses posteriores, personalidades políticas e intelectuales entre los que figuraban Antonio Machado, Manuel Altolaguirre o Alberti, mostrarán una repulsa pública por el ataque. Pero la voz de los intelectuales no llegó a la gente común de la España leal. La población no lo supo por la prensa o la propaganda sino por el encuentro directo con los refugiados. Y estos en gran medida no eran percibidos como en el caso de Guernica como víctimas de la guerra sino como un problema que creó una enorme inestabilidad en la retaguardia. Si bien el gobierno de la República implementó políticas sistemáticas de alojamiento (Prieto, 2023), la magnitud del éxodo malagueño desbordó a la ministra de Sanidad, Federica Montseny (Lozano, 2004). El gobierno, además, hubo de exigir responsabilidades a las autoridades militares y civiles por la gestión de una evacuación que en realidad no lo fue. La responsabilidad final que alcanzó al Ministerio de la Guerra y a la instrucción del conocido proceso por la pérdida de la ciudad, contribuyó a la invisibilidad del episodio que sería objeto de atención por parte del movimiento social memorialista cinco décadas más tarde.

El conocimiento académico del hecho fue anterior y vino de la mano de la historiografía anglosajona. Tanto Hugh Thomas (1962) como Jackson (1967) refirieron puntualmente el hecho en el marco de sus obras generales. Este último autor ya aventuró que los huidos de Málaga eran 100.000 personas (Ramos, 2003, p. 369). Ronald Fraser (1973), por su parte dio a conocer la historia de Manuel Cortes. Un acerbo que abonaría la investigación histórica desarrollada ya en los ochenta en las universidades de Málaga y Granada.

La implementación de políticas públicas de memoria ha sido, como se ha indicado, más tardía, y resultado, en algunas actuaciones, de la confluencia de la investigación histórica con la acción institucional. En Málaga, pero también en la provincia de Granada, la construcción de la Memoria Pública se ha vertebrado, en parte, en torno al personaje de Norman Bethune. Un personaje hasta cierto punto mitificado gracias a la dialéctica de la Guerra Fría que recuperó al héroe comunista enfrentado en los años treinta al fascismo. Cuando las políticas memorialistas se implementan en Málaga, el mito ya era universal.  Ha sido la confluencia de esa universalidad con el drama de los malagueños la que ha sustentado una memoria más basada en la seducción del mito que en la lectura crítica de fuentes históricas y bibliográficas que posibilitan la resignificación de interpretaciones dadas por definitivas. La Memoria no es Historia. Y como ha advertido González de la Aleja, de la construida para el culto público en Málaga resultan algunas ausencias, la de:

[…] un profesor británico llamado T.C. Worsley, callado, tímido, no muy buen poeta, pero con una determinación heroica, que estuvo a nuestro lado en algunos de los días y noches más terribles de nuestra historia” (González, 2022, p. 108).

BIBLIOGRAFÍA

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[1] Norman Bethune decidió, el 8 de febrero, dirigir su ambulancia destinada a la realización de transfusiones de sangre al frente de Málaga pero solo alcanzó las afueras de Motril conquistada el día 10. Es más que dudoso que la periodista Simone Téry presenciara personalmente los acontecimientos que relata en la revista Regards (18 de marzo de 1937). Díaz Nosty (2022) considera que recogió las impresiones de otros periodistas.

[2] Para el abordaje de todos los aspectos relacionados con el éxodo de los malagueños desde sus distintos puntos de partida hasta el exilio nos remitimos a las investigaciones de los principales especialistas en el tema puestas al día, contenidas en La Desbandá, 1937. De Málaga a los Pirineos [Catálogo de Exposición] (Barranquero y Prieto, 2022).

[3] Por ejemplo, el día 18 de febrero se publicó en The New York Times (EEUU), en The Lethbridge Herald (Canadá) y Belfast Telegraph (Irlanda). Sus titulares aludían a los horrores de la evacuación de Málaga por los ataques desde aviones y buques de guerra contra la población desplazada por la carretera de Málaga a Almería: «Malaga Refugees Reported Bombed» «Evacuation Horrors Related» y «Malaga Refugees Massacred in Air Attack» respectivamente.

[4] El lunes 22 de febrero, el diario californiano San Bernardino Daily Sun, publicó, en su segunda página, la gráfica descripción del bombardeo de Almería y la terrible huida de los refugiados de Málaga que, el día anterior, en un comunicado escrito exclusivamente para la agencia United Press, Bethune había hecho, como primer testigo de ambos acontecimientos que salía de la zona de guerra.

[5] Adolfo Sánchez Vázquez era miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas. Hizo a pie el camino hasta Almería. En 1939 se exilio a México donde fue profesor de Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México hasta su jubilación, tras la que fue nombrado emérito. Murió en México en 2011.

[6] Las tesis de Halbwachs la ha expuesto Gérard Namer (1998, pp. 35-56).

[7] Paloma Aguilar (2008) recoge las conclusiones de de Mannhein sobre el efecto generacional.

[8] Spender publicó unas memorias en 1951, World Within World. Su estancia en España es referida por Preston (2018).

[9] The Times publicó el 17 de febrero el relato con el título de «The Flight from Malaga. Aircraft Fire on Refugees. An Observer’s Account».